Gabriel Black, wsws
Estados Unidos ha estado intensificando firmemente su operación de cambio de régimen en Venezuela, buscando destituir al presidente venezolano Nicolás Maduro por medio de un golpe de estado impulsado por sanciones económicas gravísimas que son equivalentes a un estado de guerra y a la amenaza continua de la intervención militar abierta de los Estados Unidos.
El objetivo es instalar al títere estadounidense, Juan Guaidó, quien en diciembre viajó a los Estados Unidos para discutir la operación con la administración Trump.
Guaidó, un operativo de Voluntad Popular, un partido de derecha financiado por el USAID y la National Endowment for Democracy (NED) cuenta con el apoyo bipartidista, de los demócratas y los republicanos. Fue presentado en los medios como una especie de luchador por la libertad y defensor de la democracia contra Maduro, un dictador y una fuerza del mal. Como dijo el Secretario de Estado Mike Pompeo en un discurso el sábado pasado, advirtiendo a otros gobiernos en las Naciones Unidas: “O estás con las fuerzas de la libertad o estás aliado con Maduro y su caos”.
Debajo de la invocación gastada e hipócrita de Washington de la “libertad” y la “democracia” se encuentran los motivos reales de un golpe de Estado que podría rápidamente convertirse en una guerra civil y en una intervención armada.
Venezuela tiene las mayores reservas probadas de petróleo de cualquier país del mundo —varios miles de millones de barriles más que Arabia Saudita. Este valioso premio no es simplemente una fuente de ganancias, sino una pieza geopolítica crítica en el creciente conflicto entre los EEUU y China, especialmente a la luz de los crecientes temores de que los mercados petroleros pronto se contraigan.
El lunes, la administración Trump intentó detener el flujo de ingresos del petróleo al gobierno de Maduro al detener todos los pagos de los Estados Unidos a la empresa petrolera estatal, Petróleos de Venezuela (PDVSA). Venezuela envía el 41 por ciento de sus exportaciones de petróleo a los Estados Unidos y depende en gran medida de este comercio para sus ingresos.
Los objetivos de Washington fueron expresados abiertamente por el asesor de seguridad nacional John Bolton, quien le dijo a Fox News el lunes que, con un golpe de Estado exitoso, “haría una gran diferencia económica para los Estados Unidos si lográsemos que las compañías petroleras estadounidenses realmente inviertan en Venezuela y produzcan allí las capacidades petroleras”.
Para que eso ocurriera se requeriría desmantelar la nacionalización de Venezuela de su industria petrolera, que se hizo hace más de cuatro décadas —mucho antes de la llegada de Maduro o su predecesor, Hugo Chávez— y la transformación del país en una semicolonia abierta del imperialismo norteamericano y de las grandes petroleras.
La última oferta de Estados Unidos para estrangular el flujo de los ingresos petroleros de Venezuela —descrita por algunos analistas económicos como la “opción nuclear”— viene tras varios años de colapso en la industria petrolera venezolana. La producción de crudo cayó de casi 3 millones de barriles por día (mb/d) a 1,5 mb/d a fines del año pasado, y algunos pronostican que caerá a 800.000 b/d este año.
El petróleo crudo extrapesado de Venezuela, ubicado en la Faja del Orinoco, aunque voluminoso, es extremadamente caro de producir. Similar a las arenas bituminosas de Canadá, solo se puede producir de manera rentable a una tasa de extracción relativamente baja. Para convertir el petróleo extra pesado, o arenas bituminosas, en crudo utilizable, Venezuela debe importar un gran volumen de petróleo ligero de los Estados Unidos para mezclarlo con su crudo en un proceso de refinación de alto consumo energético.
Estas realidades geofísicas subyacentes complican e intensifican la crisis económica que enfrenta el régimen nacional burgués de Maduro. Al igual que Chávez antes que él, Maduro confía en estos ingresos petroleros para los limitados programas sociales que le han permitido a su régimen posicionarse falsamente como defensor del “socialismo bolivariano”, al tiempo que garantiza la propiedad y las ganancias tanto del capital nacional como del extranjero.
Venezuela, al igual que muchos otros países productores de petróleo, tiene una excesiva dependencia de la mercancía. Cuando un país depende en gran medida de un valioso recurso orientado a la exportación, la entrada de divisas puede llevar a una inflación general y priorizar la inversión en ese recurso extractivo sobre todos los demás sectores de la economía. Esto conduce inevitablemente a la desaceleración de otros sectores de la economía, especialmente la industria y la manufactura, a menos que se tomen medidas radicales para detener el proceso.
Venezuela ha experimentado varias crisis económicas vertiginosas debidas a este proceso, ya desde la década de 1920. Esta vez, el capital insuficiente del régimen venezolano y el precio volátil del petróleo han impedido al gobierno realizar las inversiones necesarias y costosas en sus campos de petróleo pesado para mantener la producción estable.
La perspectiva de una operación prolongada de cambio de régimen que lleve a la retirada temporal del crudo venezolano de los mercados mundiales de petróleo no molesta a los Estados Unidos ni a sus aliados, porque la producción de petróleo crudo de los EUA junto con el crecimiento constante del petróleo crudo y del gas de esquisto compensará cualquier déficit. Sin embargo, las reservas de Venezuela aún se consideran críticas para la estabilidad económica y geopolítica a largo plazo de los Estados Unidos por dos razones.
La primera es que Venezuela recientemente emprendió planes para intensificar su colaboración con el Estado chino y las compañías petroleras chinas. Venezuela le debe cerca de $20 mil millones a China —lo que hace de este país uno de sus mayores acreedores— y ya ha devuelto $40 mil millones de otro préstamo a China utilizando exportaciones de petróleo como medio de pago. Las compañías petroleras chinas han adquirido muchas acciones en varias empresas en Venezuela también con la intención de parar la espiral descendente de la industria y enviar petróleo de nuevo a China.
La producción petrolera de China equivale a 3,5 mb/d y no está ni cerca de satisfacer los casi 15 mb/d en consumo de petróleo. A diferencia de los Estados Unidos, China no tiene formaciones significativas de esquisto. Esta falta de petróleo ha presionado a la clase dirigente china a buscar petróleo en el extranjero desesperadamente. Por otra parte, los Estados Unidos entienden que retener estratégicamente —ya sea mediante una alianza o mediante propiedad directa— los mayores campos de petróleo del mundo inutilizaría la economía china en caso de conflicto. Así, países ricos en petróleo, como Venezuela o la Libia de Gadafi, los cuales mantuvieron inversiones petroleras chinas y rusas, son vistos por los EUA como dianas principales.
Una segunda razón por la cual el petróleo de Venezuela es de una importancia particular es que, aunque caro, podría ayudar a satisfacer una brecha esperable entre la oferta y la demanda que surgiría más adelante en esta década. La Agencia Energética Internacional cree que el mundo necesita gastar por lo menos $640 mil millones cada año para mantener la producción a niveles adecuados; no obstante, el gasto en la industria está mucho más abajo que eso, a $430 mil millones.
Actualmente, la fractura hidráulica, o “fracking”, en los Estados Unidos ha sido capaz de abastecer los mercados —sin embargo, aunque haya una recesión económica significativa en los años venideros, el petróleo nuevo, como el de Venezuela, necesita enormes inversiones para llenar la brecha. Si el golpe de Estado respaldado por los EEUU triunfara, compañías como la Exxon, que históricamente habían estado controlando el petróleo venezolano, serían traídas de regreso para invertir y controlar el recurso.
No hay nada nuevo en el deseo de los Estados Unidos de controlar el flujo del petróleo venezolano. Antes de la nacionalización en la década de 1970, varias compañías occidentales dominaban la riqueza petrolera de Venezuela. Comenzando con la Royal Dutch Shell (una empresa angloholandesa) a principios del siglo XX y terminando con los antecedentes de la actual Exxon Mobil (Standard Oil, Exxon y Mobil) antes de la nacionalización, el petróleo de Venezuela lleva mucho tiempo dominado por capital extranjero.
A principios de la década de 1970, Venezuela era un estrecho aliado de los Estados Unidos en América Latina. En 1976, bajo la presidencia de Carlos Andrés Pérez, el petróleo del país se nacionalizó oficialmente y se creó Petróleos de Venezuela (PDVSA) como la empresa petrolera estatal. La nacionalización petrolera de Venezuela otorgó términos mucho más generosos al petróleo occidental en relación con otros miembros de la OPEP.
A fines de la década de 1980 y principios de la de 1990, se produjo una segunda recesión económica importante, nuevamente relacionada con la excesiva dependencia de la economía del petróleo y los problemas económicos resultantes. Fue a raíz de esta crisis económica y la revuelta popular de las masas contra las medidas de austeridad conocida como el Caracazo, que Hugo Chávez emergió como una figura nacional, liderando un golpe fracasado en 1992 y siendo elegido como presidente en 1998.
Chávez persiguió reformas sociales que mejoraron el nivel de vida, al principio, de una sección de la clase trabajadora, en gran parte financiada por los ingresos del petróleo. Sin embargo, Chávez, un nacionalista burgués, no representó en modo alguno a la clase trabajadora ni avanzó en su lucha por el control de la producción y la sociedad. Por el contrario, hablaba por una capa de empresarios que pensaban que su situación podría mejorarse al lograr una mayor independencia del capital extranjero al tiempo que utilizaban los ingresos del petróleo para aliviar las tensiones de clase.
Al final, como en la crisis económica de la década de 1990, las fuerzas globales del capital que actúan sobre una economía nacional dependiente de un recurso extractivo perturbaron un equilibrio muy temporal. En los años previos a la muerte de Chávez en 2013, la situación económica se deterioró y el régimen venezolano se enfrentó a una clase obrera cada vez más hostil y desilusionada.
El imperialismo estadounidense ahora está tratando de explotar esta crisis para sus propios fines. Bajo los falsos estandartes de la “libertad” y la “democracia”, está buscando llevar a cabo una intervención imperialista brutal que pondría en el poder a una dictadura dedicada a reprimir a la clase obrera y asegurar el control sin restricciones de la economía venezolana por parte de las grandes petroleras y Wall Street.
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