Pedro Olalla, ctxt
La situación de euforia que el Eurogrupo y el Gobierno griego transmiten a la opinión pública a través de la prensa general podría resumirse con una barroca expresión de Lope a propósito de la excesiva euforia vital: “Engaño es grande”.
¡Grecia sale de los rescates! ¡Grecia vuelve a los mercados! ¡Grecia vuelve a ser un país normal! Dicho así, parece que salimos del túnel porque las recetas han funcionado bien; pero la realidad es muy distinta. Grecia fue metida en los “rescates” en 2010 con una deuda pública de 300.000 millones de euros (el 129% del PIB de entonces) y –después de ocho años de austeridad, más de 450 reformas impuestas por los acreedores, un aumento del paro del 190%, más de 1.000.000 de despidos, recortes salariales medios del 38%, recortes en pensiones del 45%, más de 300.000 empresas cerradas, una pérdida del 25% de PIB, un descenso dramático de las inversiones extranjeras, un aumento exponencial de los impuestos, el mayor plan de privatizaciones del mundo, casi todos los bienes públicos hipotecados en el Fondo de Activos Estatales y un cuarto de la población bajo el umbral de la pobreza– “sale” ahora de los “rescates” con una deuda bastante superior a los 322.000 millones de euros (cierre de mayo de 2018) y al 180% del PIB actual. Y eso después de la supuesta “quita” de 2012 y de los ingentes sacrificios materiales y humanos para atender a la amortización y al pago de intereses. Todo un éxito: “Una economía fortalecida”, como declaró el Eurogrupo en su reunión de junio, cuando decidió que sacaría a Grecia de los rescates a finales de agosto.
¿Y cuál es la verdad? La verdad es que la deuda no es viable (el FMI hace tiempo que lo reconoció abiertamente por su propio interés), y que, por eso, llegados a este punto, los acreedores, si quieren seguir cobrando, tienen que hacer parecer que se rebajan las necesidades financieras de Grecia –eso sí, con “facilidades y refinanciación”, ¡nada de quitas!– para que ésta pueda acudir a los mercados y seguir pagando. Dicho de otro modo: no dejan que la vaca se muera para poder seguir ordeñándola.
¿Y qué implica, de verdad, esta “salida”? De manera inmediata, que Grecia, en las maltrechas condiciones en que está, incrementará su deuda aceptando un “colchón” de 15.000 millones asociado a 88 nuevas reformas (¿no es esto un nuevo memorándum?); y, a más largo plazo, que, a partir de ahora y hasta que satisfaga el 75% de su deuda con el MEDE (¿cuántas décadas habrán de pasar?), estará sometida a una supervisión semestral cuyos informes determinarán el interés con el que se financiará en los mercados. Es decir, dependencia continua de los mercados financieros y gobierno de facto por el Eurogrupo, ese organo “informal” de la Unión Europea. En otras palabras, seguirá siendo lo que tristemente es: una colonia de deuda.
Así que en adelante, para poder cumplir sus objetivos financieros, Grecia estará abocada a perseguir a toda costa el superávit primario –que es de donde cobran los acreedores–, cosa que, en el contexto actual y sin poder hacer política monetaria, sólo se consigue incrementando impuestos y recortes; es decir, con más “austeridad”. La fórmula es sencilla: subes impuestos y contribuciones, recortas prestaciones y pensiones, sumas este “ahorro” al déficit público, obtienes superávit primario, pagas con él a los acreedores y especuladores, y dices que “el país va bien” y que “ya se ha salido de la crisis”.
Pero la realidad es que todo va mal, cada vez peor; y que todas las medidas para obtener superávit primario seguirán provocando recesión, destrucción de la economía real, enajenación de la riqueza nacional, empobrecimiento de la sociedad y dependencia total de los mercados financieros, que es donde, cada día más, reside de verdad la soberanía. Engaño es grande, pues.
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