La deuda mundial, 164 billones de dólares, alcanza su récord desde la II Guerra Mundial. Supone el 225% del PIB global, pone en peligro la recuperación económica y anuncia nuevos ataques contra la clase trabajadora.Juan Carlos Arias, La izquierda diario
Si repartiéramos toda la deuda entre los habitantes del planeta cada uno de nosotros deberíamos 21.866 euros. Para hacernos una idea, en el Estado español el salario medio anual más habitual es de 16.500 euros. Para los trabajadores de países los coloniales o semicoloniales esta cantidad supone varios años de trabajo. Se trata del mayor nivel de endeudamiento desde el final de la II Guerra Mundial, y es un 12% mayor que el logrado en 2009, el peor año de la crisis.
En aquella ocasión la deuda fue generada por la necesidad de restablecer las infraestructuras y los medios de producción que quedaron destruidos o muy dañados tras el conflicto bélico. Esto supuso enormes inversiones productivas de todo tipo que lograron impulsar la economía mundial capitalista a niveles de crecimiento históricos, los conocidos como los “30 gloriosos”.
Un importante paréntesis para los problemas de la fase de decadencia capitalista en la que se encontraba la economía mundial (caracterizada por crecimientos económicos inferiores al potencial, ciclos de alza cada vez más cortos y nuevas y peores crisis). La fase de decadencia volvió a imponerse tras el final de los “30 gloriosos”, con nuevas dificultades desde finales de los 60 principios de los 70 del siglo pasado, sorteados con la ofensiva neoliberal que el 2008 puso en la picota.
La deuda actual es un efecto de la crisis financiera de 2008. Una crisis generada por la enorme burbuja de productos financieros, el increíble auge de las bolsas y el “boom inmobiliario “. Un volúmen de valores que se alejó cada vez más del crecimiento de la economía productiva real a la que supuestamente representaban.
Este enorme crecimiento del denominado “capital ficticio” trata de resolver la caída de los beneficios capitalistas en la economía productiva en relación al volumen de inversión necesario. El capital se topa con que el elevado grado de mecanización y tecnología de la producción (el incremento del capital muerto -las máquinas- en detrimento del capital vivo -los trabajadores- que es el único que produce plusvalía) reduce tendencialemente la tasa de ganancia capitalista.
Para tapar ese enorme agujero financiero se inyectaron cantidades estratosféricas de dinero, a la par que se devaluaban los salarios y se aplicaban recortes sociales. Todo para lograr salvar a los capitalistas en apuros y una recuperación a costa de la clase trabajadora.
Se trató de incentivar el incremento de las inversiones productivas para permitir impulsar la economía mundial sobre bases sólidas. Sin embargo, más bien parece que lo que se ha conseguido es ir gestando otra burbuja especulativa basada en una enorme deuda global -pública y privada- que todavía no se ha conseguido digerir.
La deuda media del conjunto de los países imperialistas alcanza el 105% de su PIB. Un tercio de ellos deben como mínimo el equivalente al 85% del tamaño de sus economías. Esto es tres veces más que en el año 2000. Pero hay casos peores. El Estado español roza ya el 100% y está sometido a la intervención de la UE para reducir los niveles de deuda en base a recortes sociales. La economía italiana tiene una deuda bastante superior, el 131,5% de su PIB y está a la espera de acometer el correspondiente ajuste que todavía no se ha producido. En su caso, a diferencia de la deuda española, la mayoría de su pasivo está en manos de capitales italianos.
Las denominadas economías emergentes, países coloniales, se encuentran en niveles de deuda más reducidos. Aún así están en plena y fuerte expansión y son más vulnerables por las dificultades financieras derivadas de la elevación de tipos de la FED y próximamente del BCE. Esto pone en importantes dificultades la financiación de sus economías. Véase e caso argentino, donde a consecuencia de la retirada de estímulos de la FED, se ha situado la deuda en un del 50% de su PIB.
Los gobiernos para evitar la recesión pisaron el acelerador dopando a las economías con grandes incrementos de crédito, lo que se ha denominado políticas monetarias laxas. Pero los riesgos son enormes, puesto que cada vez se necesita más préstamos acumulados para lograr un punto de crecimiento del PIB. Pero lo que en realidad se consigue es incrementar las futuras burbujas especulativas que es dónde se obtienen mayores niveles de beneficio capitalista.
Ahora se plantea la retirada de manera relativamente ordenada de los estímulos monetarios con el objeto de ir poco a poco encareciendo el dinero y reducir así la peligrosidad de esta burbuja especulativa. Sin embargo, la situación presenta rasgos preocupantes.
La mayoría de esos recursos monetarios se fueron de nuevo hacia la bolsa y los productos financieros, al capital ficticio. De hecho la bolsa norteamericana ha subido por encima de los niveles pre-crisis, y las deudas pública y privada mundial, están en un nivel récord.
Desde el Fondo Monetario Internacional (FMI) se ha advertido en su último informe, “Monitor Fiscal”, que “los altos niveles de deuda y los elevados déficit públicos son un motivo de preocupación”. Además ha recordado que “las naciones con un alto endeudamiento son más vulnerables a un endurecimiento de las condiciones globales de financiación que podrían dificultar el acceso a los mercados y meter presión sobre la economía”. En concreto hablan de la posibilidad de sufrir “notables e inesperados shocks en su ratio de deuda sobre su PIB, lo que incrementa la posibilidad de sufrir problemas en cadena”.
Hay que recordar que la FED ya lleva tiempo retirando de su balance la compra de bonos públicos, con además incrementos de tipos de interés constantes, aunque todavía suaves. Mientras el BCE continúa comprando deuda soberana -empezó más tarde que la FED- pero ha bajado las compras a la mitad -30.000 millones mensuales- y ha anunciado su retirada el próximo mes de septiembre.
Esto supone un endurecimiento monetario progresivo, aunque moderado de momento, pero puede poner en graves aprietos a los estados que tengan deudas muy elevadas, dado que los tipos de interés pueden empezar a subir y amenazar su solvencia financiera. Una nueva amenaza contra los derechos económicos y sociales básicos de la población trabajadora en esos países.
Además, comienza a cobrar fuerza, entre los propios analistas capitalistas la idea de que la economía mundial lleva ya un período largo de crecimiento -absolutamente desigual por otra parte y que los trabajadores apenas han percibido- y que nos podríamos encontrar en las últimas fases del ciclo de crecimiento.
De darse una relantización importante o incluso una nueva recesión, sería muy complicado utilizar herramientas “anticíclicas”, puesto que apenas habría márgen para incrementar el gasto público y bajar tipos de interés. Por eso, la receta del FMI está siendo la de que los países incrementen el colchón a través de la reducción del déficit, lo cual desemboca en lo mismo: más recortes para los trabajadores y las clases populares que continúan pagando la crisis y su recuperación.
Desde el FMI se ha insistido en que la economía global se enfrenta a “un momento de transición crítico” según se vaya normalizando las políticas monetarias.
Desde la perspectiva de la clase obrera y las clases populares lo importante y urgente es revertir las políticas neoliberales de recortes sociales y económicos y lograr la imposición de un programa favorable a los intereses de la clase obrera.
Con medidas que afecten directamente a las ganancias capitalistas en beneficio de las mayorías sociales, como el reparto del tiempo de trabajo sin reducción salarial para atacar seriamente el enorme drama del desempleo, la nacionalización de las empresas de sectores estratégicos y todo el sistema financiero bajo control obrero, para asegurar la financiación de las nuevas inversiones públicas, los impuestos a las grandes fortunas para financiar los servicios públicos esenciales o la nacionalización de las empresas que lleven a cabo despidos y la apertura y el control de las cuentas de las empresas que dicen estar en crisis y pretendan despedir trabajadores.
Solo un programa económico de este tipo puede ofrecer soluciones reales a la situación de la clase trabajadora y las clases populares y hacer que la crisis económica la paguen los capitalistas.
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