Fander Falconí, Rebelión
El desafío económico de la izquierda latinoamericana, en esta hora, es no dejarse tentar por las sirenas neoliberales, que no están en nado sincronizado sino dando patadas de ahogadas. En forma abierta se habla en los medios occidentales de la muerte del neoliberalismo (ver https://www.theguardian.com/commentisfree/2016/aug/21/death-of-neoliberalism-crisis-in-western-politics), visible en la crisis capitalista: la aún no superada de 2008. La razón principal de esta muerte es la creciente desigualdad social, políticamente insostenible.
En 1980, una miniserie de televisión se presentó en Estados Unidos y fue asimilada por miles de pequeños empresarios y ejecutivos de empresas, que la recibieron como la catequización capitalista. Aunque no tuvo tan alta audiencia ni fue tan aplaudida fuera de las fronteras estadounidenses, como pasó con Raíces (1977), la serie Free to Choose (Libre para elegir) marcó el inicio de una nueva etapa económica: el neoliberalismo. Los títulos de los 10 episodios sugieren su objetivo: El poder del mercado, La tiranía del control, Anatomía de la crisis, De la cuna a la tumba, Creados iguales, Lo malo de nuestras escuelas, ¿Quién protege al consumidor?, ¿Quién protege al trabajador?, ¿Cómo curar la inflación? y ¿Cómo permanecer libre? En 1990 se añadieron dos títulos: Libertad y prosperidad, y El fracaso del socialismo.
La serie de televisión y el libro previo (Friedman, Milton y Rose, Libre para elegir, 1980, Editorial Harcourt, California), que es casi su guión, fueron realizados por Milton y Rose Friedman, un matrimonio de economistas. La serie es la vulgarización de las teorías de Milton Friedman, Nobel de Economía 1976, asesor económico de Pinochet y de Reagan. Él sostenía que el Gobierno no debe meterse en cuestiones económicas, excepto en casos extremos de supervivencia nacional. Friedman creía que lo mejor de un país aflora cuando hay libre mercado y lo peor aparece con la intervención estatal.
Nació así el neoliberalismo, corriente que propugna la libertad a ultranza de los mercados, exige la reducción del denostado gasto público y minimiza la intervención estatal en los procesos económicos. La economía neoliberal carece de restricciones. En este sistema se dice que la distribución viene luego del crecimiento económico. Todo se deja en manos del mercado (dios), mientras el Estado debe ser humilde y pequeño.
Si en los países ricos la aplicación de esta corriente fracasó en la crisis de 2008, tras 30 años de dominio en la mayor parte del mundo, en Latinoamérica fue desastrosa su ejecución. Aquí el neoliberalismo, de la mano de la globalización del capital, ha incrementado nuestra dependencia del capitalismo supranacional, secundado por el Fondo Monetario Internacional, siempre vigilante del pago de la deuda externa que se incrementó en exceso, causando catástrofes sociales, como pasó en Argentina. El neoliberalismo incrementó la pobreza en la región y disminuyó la cobertura de los servicios sociales. Hubo crecimiento económico en países como Chile, pero nunca llegó la redistribución prometida.
Frente a ese modelo obsoleto que la derecha sigue maquillando, más como servicio funerario, la izquierda debe ofrecer una opción realista. Esta es una economía para las personas, con regulaciones. Ese Estado debe considerar prioritario el pago urgente de la deuda social. Eso implica construir capacidades humanas en salud y educación, así como reducir la pobreza y combatir la desigualdad.
Esta opción que ofrece la izquierda puede dar un paso adelante si incluye a la naturaleza en la primera prioridad. Así aparece el concepto ampliado de pago de la deuda social y ecológica (esta última es la que deben pagar los países ricos a los pobres, por haber lesionado el ambiente y por pagar mal a nuestras exportaciones o por subvalorar los costos ambientales de los procesos extractivos). La desigualdad y la inequidad se combaten tomando en cuenta a quienes han usufructuado del deterioro ambiental, ellos tienen la obligación de restituir el daño al resto de la población. El crecimiento económico que implica reducir la pobreza y combatir la desigualdad debe moderarse según el impacto ambiental que genere.
Así como el fracaso del neoliberalismo no es una predicción teórica, sino un resultado que está a la vista, el nuevo modelo de la izquierda no es una utopía, ni siquiera un simple proyecto. Es una esperanza.
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