Eduardo Olier, El Economista
Donald Trump lanzó en su campaña electoral imponer unos aranceles que llegarían al 45% a ciertos productos chinos. Se trataba de forzar a China a negociar mejoras en la balanza comercial bilateral, muy negativa para los americanos: superior en 2017 a los 375.000 millones de dólares a favor de China. Lo primero que hizo en esta dirección fue cortar con el Tratado Transpacífico. Tanto el presidente, como su equipo, demostraron más rapidez que conocimiento de cómo se mueven las aguas por el Mar de la China y quién domina económicamente esa zona. De manera que un primer resultado de separar China de Estados Unidos fue impulsarla para convertirse, antes de lo esperado, en la economía líder del espacio global. Con la paciencia acumulada durante siglos, China esperó nuevos movimientos de su oponente que, con la celeridad de un tweet, siguió su estrategia de tratar de frenar el desarrollo chino con nuevos aranceles, sin darse cuenta que resulta ser China quien realmente domina el espacio económico en el Sudeste Asiático; donde tiene, entre otras ventajas, inversiones superiores a los 175.000 millones de dólares distribuidas entre sus socios comerciales, a lo que se podrían añadir otros 100.000 millones en los países del Golfo, y los 150.000 millones en África. Una imponente cifra.
El error de Donald Trump, aparte de servir a los intereses de quienes le llevaron a la Presidencia, ha sido pensar que seguimos en los años ochenta del siglo XX, cuando China despertaba y tenía una economía de bajo nivel añadido basada en bajos salarios, además de poco avanzada tecnológicamente, cuyas fuentes de tecnología y sus mercados dependían principalmente de Estados Unidos.
Hoy, sin embargo, China exportó por encima de los 2,2 billones de dólares en 2017, con una balanza comercial positiva superior a los 400.000 millones de dólares. Cifra un 8% superior a la de 2016. Con la circunstancia de que Estados Unidos, exportando aproximadamente la misma cantidad, tuvo ese año un déficit comercial cercano a los 600.000 millones de dólares. Su balanza comercial sólo es positiva del lado de los servicios.
A lo anterior hay que añadir el hecho de que los mercados en mayor crecimiento se encuentran precisamente en las regiones donde el poder de China es muy superior: véase África, Latinoamérica o Asia, donde China tiene un enorme mercado en ordenadores personales y teléfonos móviles, por poner dos ejemplos. Productos que comienzan también a competir seriamente con sus homónimos americanos en Europa. Por no hablar de la capacidad de compra de China que, entre otros, tiene el objetivo de comprar unos 7.000 aviones comerciales en los próximos 15 años. Un mercado que podría alcanzar el billón de dólares y que podría beneficiar a Airbus en contra de Boeing.
Salir ahora con aranceles al acero y otros productos para tratar de resolver la tercera parte del déficit comercial que mantiene Estados Unidos con China, y amenazar con nuevas restricciones, no tiene en cuenta la reacción de los asiáticos, no sólo de China, sino de otros, como puede ser la República de Corea. Quizás el presidente Trump olvida los miles de millones de dólares que una empresa como Walmart compra en productos de muy poco valor añadido en China. Como también parece olvidar que cerrar los mercados a la competencia, en lugar de buscar mecanismos para ser más competitivo, tiene el resultado de encarecer los precios en el mercado local; y hablando del acero, tendrá repercusiones en el precio de los automóviles americanos que, por otro lado, verán dificultades en los mercados asiáticos en beneficio de las firmas europeas. Una circunstancia que, para protegerse, llevará a Estados Unidos a cerrarse aún más y bloquear la entrada de productos europeos, aumentando un proteccionismo que no hará sino perjudicarles. Todo ello sin contar las posibles multas que podría imponer la Organización Mundial del Comercio, donde China no es un jugador de segunda clase; situación que, en límite, podría poner a esta organización en crisis y, al final, llevar a incrementar los aranceles en Estados Unidos en un círculo vicioso muy comprometido.
Con todo lo anterior queda lo más obvio y no por ello menos peligroso para la economía americana, como son las reservas en dólares que mantiene China, que suman más de 3 billones de dólares. Nada que ver con los 150.000 millones que tiene Estados Unidos en sus arcas. Ni qué decir tiene que China podría jugar esa baza y, en el límite, hundir la divisa americana en el mercado.
Pero eso no es todo. Habrá que añadir los 1,17 billones de dólares que tenía China en enero de este año en deuda emitida por la Reserva Federal; lo que supone el 19% de los 6,26 billones que residen fuera de Estados Unidos. Cantidad nada desdeñable. Todo un panorama que dejaría a China relativamente indemne y a Estados Unidos con gran deterioro. Las guerras se sabe como comienzan, pero no como acaban.
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