Immanuel Wallerstein, La Jornada
Las elecciones en Estados Unidos tienen un rasgo que casi ningún otro país comparte. Éstas ocurren en fechas fijas obligatorias. Las elecciones presidenciales ocurren cada cuatro años. Las elecciones para el senado son escalonadas. Un tercio de ellas ocurre cada dos años. Ambas elecciones ocurren en años pares. Las elecciones para gobernadores ocurren en esos mismos años con terminación par. Las elecciones locales son más variadas, pero pueden muchas también ocurrir en años pares.
Como resultado, las llamadas elecciones fuera de turno (es decir, en años que terminan en non) tienden a ser consideradas menos importantes por los partidos nacionales. Y los votantes participan en mucho menos proporción que en las elecciones de años pares.
El año 2017 fue inusual en dos aspectos. Debido a los sentimientos extremadamente fuertes, en pro y en contra del presidente Donald Trump, aun las elecciones locales parecían, por lo menos en parte, un referéndum sobre él y lo que ha logrado en su primer año en el cargo. Y por otro lado porque probablemente debido a esto, la tasa de participación electoral fue excepcionalmente alta.
Los resultados fueron muy directos. Los demócratas barrieron en las elecciones. El verbo barrer no es una exageración. Ganaron las dos elecciones para gubernaturas en Nueva Jersey y en Virginia por muy grandes márgenes. Ganaron las elecciones especiales para los escaños vacantes en la cámara de representantes en lo que habían sido escaños seguros para los republicanos. Fortalecieron considerablemente su posición en las legislaturas de nivel estatal y en las elecciones para las alcaldías. Si las elecciones de 2018 se celebraran ahora, los demócratas tendrían una muy buena oportunidad de obtener una mayoría en ambas cámaras del congreso estadounidense.
Así que, ¿esto qué significa? Todo mundo parece estar escribiendo de esto. Y las explicaciones ofrecidas varían enormemente. Casi todos los expertos y los políticos argumentan que las perspectivas se miran muy bien para los demócratas en las elecciones para cargos en el Congreso de 2018 e inclusive para la elección presidencial de 2020. Es claro que los líderes republicanos se preocupan y los dirigentes demócratas se animan mucho. ¿Deberían?
La primer cautela es que las elecciones de 2018 no se celebran ahora, sino que ocurrirán dentro de un poco más de un año. En la muy volátil situación en Estados Unidos y el resto del mundo, pueden ocurrir muchas cosas en un año. Hay algunas obvias incertidumbres. La más importante: ¿aprobará el Congreso estadounidense la propuesta de reforma fiscal? ¿Habrá algunos decesos (o aun más improbables renuncias) en la Suprema Corte estadounidense? ¿Ocurrirá una guerra regional en Afganistán entre Arabia Saudita (o sus aliados) e Irán (y sus aliados)? ¿Saboteará Trump el acuerdo con Irán? ¿Algún bando disparará sus armas nucleares en la península coreana?
Estas incertidumbres ciertamente no parecen menores, al menos para mí. Debido a esta cautela, ¿cómo podemos interpretar lo que ha ocurrido en las elecciones estadounidenses de 2017? Concuerdo con la mayoría de analistas en que las elecciones mostraron un humor anti-Trump, tanto que los candidatos a los que se les consideraba en favor de Trump estuvieron en clara desventaja.
Sin duda Trump fue el gran perdedor en las elecciones de 2017. Pienso que Trump se da cuenta. Sólo que piensa que puede revertir este humor para el momento de las elecciones de 2018. Y piensa que puede lograrlo haciendo aprobar alguna propuesta de reforma fiscal, casi que cualquier propuesta de reforma, para finales de este año. Al hacerlo demostraría que cumplió con algo que prometió y era importante. Además, piensa que puede mejorar radicalmente la posición geopolítica de Estados Unidos por una combinación de fanfarroneo acerca de sus acciones cuando en realidad hay una inacción.
Yo dudo que de hecho se apruebe una reforma fiscal, debido a las profundas divisiones entre tres (no dos) grupos de legisladores republicanos en el Congreso: la facción orientada a los negocios, la facción que busca reducción de la deuda y achicar el papel del gobierno, y los xenófobos proteccionistas. Por supuesto, sea cual sea el resultado de estas divisiones, si terminaran aprobando una propuesta de compromiso, dicha reforma será terrible. Pero aquí estoy discutiendo la probabilidad de que aprueben cualquier clase de reforma.
Los aspectos geopolíticos son aun más preocupantes. Trump es fundamentalmente incapaz de aceptar la realidad de la decadencia del poderío estadounidense y los ásperos límites que esto pone a sus intentos personales por controlar la situación. Por tanto, los así llamados accidentes son una posibilidad real, una que es aterradora.
Las tácticas de ambos partidos estadounidenses principales ante esta situación son inciertas en este momento. En 2016, los republicanos tenían el viento a su favor soplando en sus velas y los demócratas eran simplemente ineptos. Ahora se ha volteado la situación. Los demócratas tienen el viento en su favor y los republicanos no parecen saber qué hacer.
La gran cuestión, pienso, es si los demócratas se mantendrán tan unidos como lo están en este momento. Se han estado moviendo hacia la izquierda ya por varios meses. Pero hay límites en lo lejos que está dispuesta a llegar la facción centrista que hace mucho es la dominante. Y los miembros de la facción hacia la izquierda (que encarnó Bernie Sanders en 2016) se organizan para aprovechar la oportunidad y presionan más en pos de su control del partido.
La mayor esperanza para los demócratas es que los republicanos no puedan hacer aprobar una reforma fiscal. Esto no sólo cimbrará los espíritus de todas las facciones del partido republicano, sino que al mismo tiempo mantendrá la unidad de los demócratas. Los votantes mirarán a los demócratas como quienes frenaron el muy destructivo sendero de los republicanos. Habrán minimizado las penurias (como me gusta decir) respondiendo a las necesidades de todas las muchas facciones que permitieron que los demócratas tuvieran esos grandes logros en las elecciones de 2017.
Hacer eso permitirá que las fuerzas de izquierda en Estados Unidos se organicen para la batalla real, la lucha de mediano plazo en torno a la naturaleza del futuro sistema-mundo post capitalista. ¿Qué podemos entonces concluir del significado de las elecciones de 2017? De hecho es muy temprano para decirlo. Veremos con mayor claridad en dos o tres meses.
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