Con gas o sin gas y fría o del tiempo ya no son las únicas opciones de agua embotellada que tenemos en el mercado. Basta darse un paseo por tiendas especializadas en productos orgánicos para contemplar estanterías repletas de aguas especiales: desde aquellas que incluyen vitamina C o coco hasta otras "potenciadas" con minerales, electrolitos o antioxidantes, y así hasta un sinfín de variedades.
La industria del agua embotellada es un negocio en auge y no hay un solo mes en el que no asistamos al lanzamiento de un nuevo producto. Como decía la periodista Sophie Elmhirst en un artículo publicado en The Guardian: "Es un caso de capitalismo en su forma más hiperactiva y descaradamente inventiva: tomar una sustancia libremente disponible, vestirla con innumerables trajes diferentes, y luego venderla como algo nuevo y capaz de transformar el cuerpo, la mente y el alma".
Y es que el agua ya no es solo un elemento principal de la naturaleza que muchas empresas han aprovechado para hacer su particular negocio, sino que además se ha convertido en una etiqueta en blanco sobre la que se puede escribir cualquier tipo de "ingrediente mágico" para ofrecer a los consumidores la promesa de innumerables beneficios para su salud.
En las últimas dos décadas, el agua embotellada se ha convertido en el mercado de bebidas que más ha crecido del mundo. Las cifras hablan por sí solas. Según denuncian los activistas canadienses Maude Barlow y Tony Clarke en su famoso libro "Blue Gold: The Battle Against Corporate Theft of the World's Water" ('Oro azul: la lucha contra el robo corporativo del agua del mundo'), en la década de los 70 el volumen anual de agua embotellada que se comercializaba en todo el mundo no superaba los 1.000 millones de litros, mientras que en la siguiente década el consumo se duplicó. Ya en el año 2000, las ventas anuales ascendieron a más de 84.000 millones de litros y los pronósticos indican que en 2017 se consumirán 391.000 millones de litros de agua embotellada.
Desde la época medieval hasta la primera cloración
Para ser una sustancia que cae del cielo y que brota de forma natural de la tierra, el agua siempre ha tenido una extraordinaria capacidad comercial. Según James Salzman, autor del libro "Drinking Water: a History" ('Beber agua: una historia'), ya en la época medieval los monjes ofrecían frascos de aguas especiales a los peregrinos como prueba de su visita. Durante siglos, los ricos europeos viajaron a ciudades conocidas por sus balnearios para probar sus beneficiosas agua e intentar curar sus enfermedades.Sin embargo, fue en 1740 cuando se puso en marcha una de las primeras empresas embotelladoras de agua, Harrogate Spring, en Reino Unido. Apenas 70 años más tarde, la compañía se convirtió en la mayor exportadora de agua embotellada del país. Y todavía hoy, se anuncia en su web por ser "respetada y reconocida como una de las marcas de agua embotellada más finas".
Sin embargo, a principios del siglo XX, una de las principales revoluciones que ha experimentado este elemento natural estuvo a punto de acabar con el naciente negocio: una epidemia de la fiebre tifoidea en Lincoln, en 1905, provocó que el doctor Alexander Cruickshank Houston probara la primera cloración en un suministro de agua pública. Su experimento funcionó, y pronto, esta práctica se extendió por todo el mundo.
El descubrimiento provocó que la industria del agua embotellada se viese claramente amenazada, ya que hasta esa fecha comprar agua potable había sido una necesidad de los ricos. Los pobres simplemente tuvieron que soportar durante siglos - y todavía siguen soportando - beber agua no potable, y muchas veces han pagado con su vida las consecuencias de ello.
¿Quién iba a gastar su dinero en algo que salía de un grifo?
Según la citada periodista, la respuesta llegó en 1977 de la mano de una de "las mayores piezas de la historia de la narración publicitaria de la televisión". Se trataba de un anuncio con la voz profunda de Orson Welles, quien relataba: "En lo profundo de las llanuras del sur de Francia, en un misterioso proceso iniciado hace millones de años, la propia Naturaleza añade vida a las heladas aguas de una sola fuente: Perrier", mientras los telespectadores veían el agua caer dentro de un vaso y admiraban la botella de cristal. El marketing había hecho historia.El anuncio formaba parte de una campaña estadounidense de 5 millones de dólares, la más grande de la historia para un agua embotellada, y resultó ser un gran éxito. De 1975 a 1978, las ventas de Perrier en los EEUU aumentaron de 2,5 millones de botellas a más de 75 millones.
No fue la única empresa agraciada. De repente, las botellas de agua embotellada comenzaron a acompañar a las grandes "celebrities" estadounidenses, como sucedió con el primer vídeo de Jane Fonda haciendo ejercicio en 1982 o Jack Nicholson en una ceremonia de los Óscar. "El esnobismo del agua ha reemplazado al esnobismo del vino como novedad. La gente ordena sus 'eau' por orden de marca, como alguna vez hicieron con sus Scotch", señalaba la revista Time en un artículo publicado en 1985.
Agua embotellada: Los puntos clave del fraude del siglo
Pronto, las grandes marcas de refrescos, viendo la oportunidad comercial, lanzaron sus propias aguas: Aquafina de PepsiCo en 1994, Dasani de Coca-Cola en 1999 o Puré Life de Nestlé en 2002. El negocio del agua se había convertido en una realidad, aunque más tarde algunas de las nacientes marcas estuviesen envueltas en escándalos relacionados con embotellar agua del grifo y no de los manantiales, como prometían a los consumidores.Sin embargo, tal y como explica explica Sophie Elmhirst, en el citado artículo, lo peor del negocio estaba por llegar: "Si la última década fue testigo de la gran expansión comercial del agua, 2016 podría definirse como el año en que el mercado perdió la cabeza. Ahora parece que no hay límite en lo que un agua puede ser, o lo que los consumidores están dispuestos a comprar. Ya no basta con que el agua sea simplemente agua: debe tener poderes especiales".
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Via RT
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