viernes, 1 de julio de 2016

Oleada de lugares comunes por Brexit

Robert Fisk, La Jornada

Gran Bretaña ha cambiado para siempre. Los europeos ya no ríen, ¿o sí? Y el capitán Cameron ya no dirigirá el barco, aunque se está hundiendo. Pero el espantoso lenguaje de los políticos y lectores de noticias del país demuestra que algunas características de nuestra carrera isleña persistirán hasta la eternidad.

La semana pasada, las palabras de todos ellos reflejaban el miserable estado en el que el (supuesto) Reino Unido ha caído.

Brexit fue un terremoto total, un momento sísmico, una sacudida sísmica, volcánica o un simple llamado de alerta.

Las primeras dos expresiones vinieron del parlamentario laborista Keith Vaz; el llamado de alerta, del ex secretario laborista de Negocios Chuka Umunna. Y prácticamente todo el mundo, desde parlamentarios conservadores hasta el corresponsal de la BBC en Irlanda del Norte, nos dijeron que estamos entrando en aguas desconocidas o territorio inexplorado, sin explicarnos por qué esos océanos del fin del mundo y esas tierras ignotas no habían sido puestas en el mapa hace mucho tiempo por Cameron, Johnson, Osborne y Farage, para no mencionar a la BBC, cuyo David Dimbleby anunció, portentosamente 12 horas después del Brexit, que un nuevo día había amanecido.

Bueno, maldita sea, claro que así fue. Pero, ¿qué nos hace farfullar esas necedades a la vista de esta tragedia o farsa?

Tomemos por caso a Diana Abbott, la amanuense de Jeremy Corbyn. Ella identificó un rugido de desafío contra Westminster, pero luego comenzó a repetir que habíamos entrado en una situación extremadamente desafiante y una situación muy desafiante, en la cual –el cielo nos libre– tendríamos que responder al desafío.

Cuando escuché eso, eché mano a mi fiel ejemplar del Watson’s Dictionary of Weasel Words, Contemporary Clichés, Cant and Management Jargon, manual de aguas negras verbales escrito por el australiano Dan Watson y publicado en Sydney hace 12 años, lectura esencial para todos los lectores y escuchas.

Y sí, allí está desafío (challenge), en la página 61: supuesto llamado a luchar o a hacer algo, como derrotar a Osama Bin Laden o resolver un crucigrama, pero en realidad un lugar común de la cortesanía o la jerga empresarial. Como en desafío fiscal (al que sin duda está sujeto el Reino Unido), o algo que debe hacerse para satisfacer las desafiantes demandas del cliente.

Corbyn, quien por ahora tiene un montón de demandas de clientes, avanzó inexorablemente hacia este horrible lenguaje cuando se refirió, en su primera reacción al voto Brexit, a los conjuntos de habilidades de los inmigrantes.

¿Quién escribió esta idiotez en su absurdo discurso? Las personas tienen habilidades, me informa el diccionario de Watson, pero no vienen en conjuntos; el autor cita un documento de consulta que insta al personal a desarrollar conjuntos de habilidades más amplios que los que tienen ahora.

Por supuesto, los lugares comunes ofenden porque sugieren que nosotros, el público, somos demasiado tontos para entender cualquier cosa a menos que nos la sirvan en una plasta diluida, aceitosa y amasada en exceso que carece por completo de imaginación.

Así, noté –40 veces sólo el 24 de junio– que políticos de todos los partidos, de Cameron para abajo (o quizá para arriba), anunciaban estar absolutamente seguros, consternados o abrumados por los sucesos. El ganador original del Premio Absolutamente, desde luego, fue lord Blair de Kut al-Amara, quien siempre lo combinó con completamente (como en estoy absoluta y completamente seguro… de que la advertencia de inteligencia/armas de destrucción masiva/desplegables en 45 minutos es verdadera). En verdad, debemos desconfiar absoluta y completamente de cualquiera que use la palabra absolutamente.

Cuando el terrible resultado se hizo evidente, nos presentaron una colección de cabezas parlantes que concluyeron (si eran pro Brexit) que la votación fue emocionante y que la gente ya había tenido bastante.

El gobernador canadiense del Banco de Inglaterra se asomó para decir al mundo que su institución tiene herramientas a su disposición para enfrentar la crisis (a la cual, desde luego, no pudo llamar crisis) y por tanto volvió a poner en juego la maldición de Watson. Herramienta es otra palabra de consultor, un implemento elaborado con una máquina para un propósito satisfactorio (arrancar maleza en el jardín, por ejemplo), la cual debe tener éxito. Siempre y cuando sea acompañada –como escuché al menos 12 veces– por una reflexión serena y mesurada. Debemos ir hacia delante (nuestro amado secretario del Exterior) y encontrar el camino correcto hacia delante (Corbyn de nuevo).

El corresponsal de la BBC en Varsovia comentó que los polacos padecen una palpable sensación de intranquilidad –bien puede ser, pero ¿por qué palpable?–, en tanto la doctora Sarah Wollaston (parlamentaria conservadora de Totnes, quien tuvo el buen sentido de dejar salir y adherirse a permanecer) buscaba una forma muy positiva de ir adelante después de una campaña divisiva.

¿Divisiva? Bueno, por poco me toman el pelo. Nuestros socios (es decir, los europeos a quienes acabamos de mandar al cuerno) debieron haber tenido una voz clave (sic) en el resultado, que habría enviado un mensaje muy claro (sic) a 130 mil trabajadores de los servicios de salud británicos. Correspondió al ex secretario del Gabinete Gus O’Donnell informar al mundo que se necesitan dos para bailar tango.

Esta gastada expresión infantiloide, usada por Reagan cuando afirmó que los rusos no querían hablar con él, y por Ehud Barak cuando intentó persuadir al mundo de que los palestinos no querían negociar la paz, es musitada generalmente por quienes nunca bailaron un tango en su vida (aunque estoy seguro de que el barón O’Donnell se sabe todos los pasos).

Le debemos al liberal demócrata Tim Farron haber explicado lo absolutamente destripado y descorazonado que estaba –descorazonado se habría oído mucho mejor sin la otra burrada– y concluir que es la hora de la unidad.

Y la hora, sin duda, de que todos los hombres buenos acudan en auxilio del partido.

David Eades, de la BBC, hasta nos dijo que el Brexit les dejaría un enorme nudo en la garganta –un quiste, tal vez, o un problema glandular– a muchos europeos, aunque sin duda serían los británicos los que estrían sufriendo el peor escenario de caso (Eric Pickles).

A su tiempo escucharíamos perorar sobre personas de carne y hueso, comunes y corrientes, decentes, lenguaje farragoso hasta lo sublime, junto con el desdén del mismo individuo hacia los grandes bancos mercantiles, las grandes empresas y la gran política, un poco parecido al del pequeño cabo del bigotito antes de que ganara poder para sí mismo hace más de ocho décadas.

Hubo otros momentos preocupantes, en especial cuando los políticos después del Brexit describieron con cuánta pasión sentían sus convicciones.

Pero mi Premio del Año a la Elocuencia, absoluta y completamente desprovista de lugares comunes, va para Laurence Lee, corresponsal de Al Jazeera en Londres. Afuera de Downing Street, se refirió indignado al lío que (Cameron) creó solito, y más tarde anunció con euforia a la cámara, luego del lastimero discurso de renuncia del capitán: Bueno, pero ya se va, ¿no? Pinche cierto, eso sí.

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