Una mirada no convencional al modelo económico de la globalización, la geopolítica, y las fallas del mercado
domingo, 8 de mayo de 2016
El drama español
Immanuel Wallerstein, La Jornada
El rey Felipe VI de España acaba de anunciar que en los cuatro meses a partir de las últimas elecciones los miembros electos del Parlamento, especialmente quienes representan a los cuatro partidos principales, no pudieron llegar a acuerdo alguno para conformar un gobierno viable. Por tanto, anunció nuevos comicios para el 26 de junio de 2016.
Hace mucho que España, como los gobiernos de los sistemas parlamentarios de Europa occidental, contaba con dos partidos: el Partido Popular (PP), conservador, y el socialdemócrata, PSOE. Se habían estado alternando en las mayorías parlamentarias desde el final del régimen de Franco y algunas veces formaron gobiernos de coalición. Como en muchos de tales sistemas, otros partidos fueron esencialmente insignificantes espectadores, que a lo sumo conseguían algunas cuantas concesiones para sus objetivos políticos.
Las últimas elecciones en España lo cambiaron todo. Un nuevo partido, Podemos, que fue creciendo del movimiento de oposición en las calles, los Indignados, emergió con un número sustancial de diputados electos, compitiendo en una plataforma antiausteridad. Este programa se dirigió primordialmente contra el PP, el partido en el poder, y su líder, Mariano Rajoy, que ha sido un respaldo implacable del programa neoliberal impuesto al gobierno por los prestamistas externos.
Hubo un segundo nuevo partido que emergió con un número menor pero de todos modos significativo de diputados. Se trata de Ciudadanos. Su campaña también se centró contra el PP, pero sobre la base de la corrupción y con un programa centrista.
Inicialmente el rey le pidió al PP, siendo el partido con el mayor número de diputados electos (pero menor a lo obtenido antes, cuando detentaba la mayoría absoluta), que intentara la formación de un gobierno. Tras un corto plazo, Rajoy reconoció que ninguno de los otros tres partidos estaba dispuesto a unirse en un gobierno con el PP y le informó al rey que no había podido conformar un gobierno con mayoría parlamentaria.
El rey, entonces, le pidió al PSOE que intentara formar un gobierno, siendo el partido con el segundo número mayor de diputados (pero menor que antes). El líder del partido, Pedro Sánchez, intentó crear una coalición PSOE, Podemos y Ciudadanos –cuyos votos combinados eran suficientes para crear una mayoría. Obtuvo el acuerdo de Ciudadanos, pero Podemos no estuvo de ningún modo dispuesto a unirse a tal coalición.
El líder de Podemos, Pablo Iglesias, puso tres condiciones para entrar al gobierno encabezado por el PSOE. La número uno fue la designación de Iglesias como viceprimer ministro y cuatro puestos clave en el gabinete para diputados de Podemos. La condición número dos era el respaldo para emprender un referendo sobre la independencia de Cataluña. Y número tres, la exclusión de Ciudadanos sobre la base de que estaban fuertemente opuestos a la celebración de dicho referendo y respaldaban la línea dura del PP en cuanto tales referendos.
El PSOE rechazó las tres condiciones, esencialmente por su cercanía con Ciudadanos en sus posiciones, y vio las demandas de Podemos como una jugada para reemplazarlo poco tiempo después como el segundo partido, si no el primero, en el parlamento. Ante la firme oposición del PSOE, Podemos tuvo que decidir si votar por el gobierno del PSOE, aunque no formara parte del gobierno, o contra éste. La cuestión era si Podemos como movimiento buscaría el poder a través del parlamento o mediante la acción en las calles.
Iglesias estaba a favor de lo primero, pero sabía que se arriesgaba a ser desconocido dentro de su partido si utilizaba su mayoría entre los diputados de Podemos para otorgar un respaldo pasivo al gobierno del PSOE. Así que lanzó la pregunta a los miembros de Podemos en un referendo interno y el voto salió empatado. Iglesias anunció entonces que Podemos votaría contra la propuesta del PSOE en la segunda vuelta. El rey, habiendo dicho que el 2 de mayo era la fecha límite para todo el proceso, llamó a una nueva elección.
Hubo tres batallas que ocurrieron al mismo tiempo. Una tuvo que ver con Izquierda Unida (IU) y su relación con Podemos. IU era una coalición de los partidos Verde y Marxista que había estado activa en el movimiento de Indignados, dentro del cual tendía a chocar con los grupos más populistas que después se volverían Podemos. A nivel local, IU había estado dispuesta a formar coaliciones con el PSOE, pero ahora han indicado que podrían sumar fuerzas con Podemos en las siguientes elecciones parlamentarias, lo que fortalecería las posibilidades para Podemos.
La segunda ocurría al interior de Cataluña. Había dos coaliciones principales en las elecciones regionales que favorecían el referendo. Una de ellas es la centrista Junts pel Si (Unidos por el Sí), encabezada por Artur Mas. La otra era una coalición de izquierda llamada Candidatura d’Unitat Popular (CUP). La CUP planteó una condición para respaldar a Junts en el parlamento, y fue que Artur Mas no estuviera, lo que al final hizo. Un candidato de compromiso fue el poco conocido Carlos Puigdemont, cuyo partido era parte de la agrupación de Junts. Prometió sostener un referendo en el lapso de 18 meses, forzando así a una confrontación con el gobierno español, o al menos con el PP y el PSOE, pues ambos consideran ilegal ese referendo.
El tercer evento paralelo fue la sincronía accidental de los acontecimientos en el País Vasco. Por décadas hubo un movimiento, ETA, que buscaba la independencia mediante el conflicto armado. Hubo siempre un partido simpatizante de ETA que buscaba operar legalmente. El gobierno español ilegalizó regularmente tales partidos. El líder de uno de ellos, Arnaldo Otegi, justo en el momento cumplió una condena en prisión y fue liberado. Él es la cabeza de Sortu, la versión más reciente del partido que opera legalmente. Fue recibido como héroe en el País Vasco, para escándalo del gobierno español.
Otegi indicó que ETA podría aceptar ponerle fin a su conflicto armado si hubiera algún indicio de la voluntad del gobierno español de acceder a un gobierno vasco autónomo. Dijo, con algo de amargura, que el PP y Rajoy no estaban dispuestos a moverse ni un ápice. Por supuesto, para el PP, la autonomía vasca es aun peor que la autonomía catalana. Y las concesiones ahora podrían alimentar el respaldo en Cataluña a un referendo de independencia. El PSOE quedó avergonzado por estos acontecimientos.
Así que, ¿qué es lo que podríamos concluir? Tres cosas, posiblemente. La primera es la cuestión acerca de la posibilidad de un triunfo real de los movimientos populistas contrarios a la austeridad. Podemos, en muchos sentidos, fue modelado en el partido Syriza, de Grecia, y las dificultades de este último han provocado cuestionamientos en España y en otras partes al respecto de las consecuencias de un movimiento así, que prosigue un camino parlamentario.
La segunda es si realmente es posible para los Estados resistir las presiones descentralizadoras de los movimientos etnonacionales. Por ejemplo, en la Gran Bretaña de hoy, conforme se debate si habría una retirada británica de la Unión Europea, todo mundo está atento a las consecuencias de la llamada Brexit para el movimiento que en Escocia busca una descentralización ulterior y una eventual independencia.
Y la tercera es: ¿Hay alguna manera de que un gobierno mantenga una política antiausteridad en el mediano plazo en medio de las presiones que imponen sobre los Estados, por todo el mundo, las reducciones en las entradas reales de los gobiernos?
España es, en términos económicos, mucho más importante para Europa y el mundo que Grecia. Mientras se representa este drama en España, el mundo observa, reacciona y extrae lecciones.
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