Immanuel Wallerstein, La Jornada
La historia de los BRICS es extraña. Comienza cuando Jim O’Neill, en ese momento coordinador de la gestión de activos en Goldman Sachs, la gigante casa de inversiones, escribió un artículo ampliamente comentado acerca de lo que hemos venido a llamar economías emergentes. O’Neill destacó a cuatro países –Brasil, Rusia, India y China–, todos los cuales son lo suficientemente grandes en tamaño y territorio como para tener un peso notorio en el mercado mundial. Los llamó los BRICs.
O’Neill argumentó que sus activos crecían a un ritmo tal, que llegarían a controlar colectivamente el valor de los activos mantenidos por los países del G-7, durante mucho tiempo considerados los países más ricos del sistema-mundo. O’Neill no dijo con exactitud cuándo habría de ocurrir esto –a más tardar hacia 2050. Pero ubicó el surgimiento de los BRICs como más o menos inevitable. Dada la posición de Goldman Sachs, en esencia le estaba diciendo a los clientes de dicha firma que ubicaran partes significativas de sus inversiones en estos cuatro países mientras sus activos siguieran vendiéndose baratos.
Los argumentos prendieron, aun al interior de los cuatro países en cuestión. Los cuatro países de los BRICs decidieron asumir el nombre y crearon estructuras para celebrar reuniones anuales a partir de 2009, con el fin de transformar su fuerza económica emergente en una fuerza geopolítica. El tono de sus sucesivas declaraciones colectivas fue hacer valer el sitio del Sur contra el Norte, en especial Estados Unidos, en el sistema-mundo. Hablaban de reemplazar el dólar como divisa de reserva, con una nueva divisa basada en el Sur. Hablaron de crear un banco de desarrollo con sede en el Sur para que asumiera muchas de las funciones que eran de la competencia del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Hablaron de redirigir los flujos de comercio mundial, enfatizando los intercambios Sur-Sur.
Hablaban de todas estas cuestiones, pero de algún modo nunca lograron instrumentar estas propuestas. En cambio, desde 2010 se concentraron en gozar de los frutos del alto nivel de los precios de las mercancías de exportación, lo que permitió a los cuatro países aumentar significativamente los niveles de ingreso de los estratos medios y altos, y aun incrementar algunos beneficios para los estratos inferiores.
Los tiempos parecían buenos, y no sólo para los BRICs. En 2009, Sudáfrica se las arregló para convencer a los cuatro miembros de los BRICs que lo admitieran como quinto miembro del grupo. El nombre cambió entonces de BRICs a BRICS, con la S final referida a Sudáfrica. Sudáfrica en realidad no cumplía con los criterios económicos que O’Neill especificara, pero en términos de geopolítica permitió al grupo decir que tenían un miembro africano.
Entretanto, otros países comenzaron a mostrar características económicas semejantes a aquellas de los BRICS. Los periodistas comenzaron a hablar de MINT –México, Indonesia, Nigeria y Turquía. Aunque este grupo también incluía economías emergentes, nunca se convirtieron una estructura formal. Otro miembro era un miembro obvio: Corea del Sur. Sin embargo, Corea del Sur ya había sido admitido en el club de los acaudalados –La Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE)– y como tal no vio la necesidad de impulsar más su estatus geopolítico.
Luego, de pronto, la fuerza económica de los BRICS dio un giro hacia empeorar en la década de 2010. No era que los países del G-7 estuvieran acelerando su crecimiento de nuevo, sino que los BRICS mostraban cifras disminuidas en sus activos. El rápido ascenso de los BRICS pareció desvanecerse.
¿Qué había ocurrido? Una mirada a la economía-mundo de la primera década del siglo XXI muestra que el auge económico mundial estaba impulsado en gran medida por la industrialización y la construcción sin restricciones. Esto creó una enorme demanda de insumos de todo tipo, que China obtuvo de los países de los BRICS y de otras partes. El auge de China se construyó sobre algunas irresponsables y endebles políticas de préstamos de un gran número de bancos regionales que comenzaron a existir, auxiliados y permitidos por una considerable corrupción. Cuando el gobierno chino buscó reparar el daño, su tasa de crecimiento se desplomó pese a que siguió relativamente alta.
Además, el intento de China por afirmar su poderío geopolítico sobre sus vecinos en Asia oriental y sudoriental ha conducido a tensiones acumuladas. Aunque se dice que esto es parte de la rivalidad entre China y Estados Unidos, tanto China como Estados Unidos han sido cuidadosos en no dejar que la rivalidad vaya tan lejos que amenace las posibilidades de más largo plazo para una sociedad.
Los ajustes de China se sintieron en otros lados de inmediato, y en especial en los otros países de los BRICS, lo que resultó endeble económicamente y por tanto en una vulnerabilidad política. La dramática caída de los precios mundiales del crudo cobró su cuota. Uno tras otro, los países de los BRICS se hallaron en problemas, cada uno de modo diferente.
Las políticas económicas de Brasil, que habían combinado políticas macroeconómicas neoliberales con importantes transferencias al tercio más pobre de la población –el famoso Fome Zero o Hambre Cero–, ya no funcionaron. Las fluidas y siempre cambiantes alianzas políticas en la legislatura brasileña se volvieron un escenario turbulento, que amenazó la estabilidad política. En este momento los dos bandos principales están buscando someter a juicio al líder del otro bando. Y la imagen de la persona que construyera las exitosas políticas previas de Brasil –Lula, el anterior presidente Luiz Inácio Lula da Silva– se manchó de mal modo.
Las políticas rusas de pesada inversión en lo militar combinadas con una redistribución económica auxiliada por el Estado quedaron fuertemente amenazadas por la caída en el precio del gas y del crudo. Su asertividad geopolítica en Ucrania y Medio Oriente condujo a varios tipos de boicots que lastimaron su ingreso económico nacional marcadamente.
El intento de India por ponerse al corriente, no sólo con Occidente sino con China, resultó en un daño ecológico masivo y en una disminución de las inversiones de su diáspora en América del Norte y Europa occidental. El actual gobierno, encabezado por el primer ministro Narendra Modi, está encontrando que es difícil cumplir las promesas que condujeron a su avasalladora victoria reciente.
En Sudáfrica, la abrumadora mayoría del Congreso Nacional Africano (CNA) amaina finalmente, conforme una creciente proporción del electorado es demasiado joven para recordar la lucha contra el apartheid. En cambio, la política se torna cada vez más una política basada en lo étnico. Y el CNA es amenazado por una corriente emergente anti-blanca entre los votantes más jóvenes, tan ajenos a las políticas anti-raciales del CNA. Además, los vecinos de Sudáfrica se inquietan cada vez más por la mano dura de Sudáfrica en su política interna.
¡Ay, cómo caen los poderosos! Cualquiera duda de lo que permanece de las aspiraciones geopolíticas de los BRICS.
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