Matthew Lynn, El Economista
¿Cuántos atentados hacen falta para que cambie el debate político? ¿Uno, dos, quizá tres? Por lo visto, dos grandes catástrofes es la respuesta correcta. Tras los horribles atentados terroristas del Estado Islámico el pasado 13 de noviembre en París, parece que casi todos los europeos, con bastante razón, han decidido endurecer las medidas contra el terrorismo.
Y eso tendrá una serie de consecuencias, desde un gasto más elevado en defensa y seguridad hasta una mayor disposición a ayudar a la gran coalición occidental en el control de los estados caídos de Oriente Medio o cualquier otro sitio. Lo más obvio, eso sí, será el cierre de las fronteras de Europa y la restricción paulatina de la libre circulación de trabajadores. Ya ha empezado de forma extraoficial y no puede tardar mucho hasta que se restrinja legalmente también.
Terminar con la libre circulación de personas conllevará un enorme impacto económico: restará movilidad a los mercados de trabajo, afectará a las empresas que dependen de mucha mano de obra barata y dificultará todavía más que la moneda única sea un éxito. En contra, tal vez ayude a los países exportadores netos de mano de obra, aunque los beneficios serán marginales.
Hará falta tiempo para digerir las causas de los atentados de París y dilucidar la forma más práctica de asegurar que estas atrocidades no se repitan pero un punto está claro. Ninguna sociedad puede tolerar una matanza indiscriminada en las calles de su capital y ningún sistema político incapaz de garantizar ese nivel de seguridad básica a sus ciudadanos puede sobrevivir.
Se puede aguantar algún que otro atentado esporádico pero los ataques periódicos que está sufriendo París son intolerables. Ni el Gobierno francés ni la Unión Europea han establecido la seguridad como una prioridad desde hace una generación entera, al final de la Guerra Fría. Se han centrado en la política económica y social. Ahora tendrán que fijarse en que las calles vuelvan a ser seguras por encima de todo. La libre circulación de personas entre las fronteras de Europa no es, por supuesto, la causa de los atentados, pero está claro que al menos algunos de los terroristas llegaron a Europa en la gran ola de inmigración procedente de Oriente Medio este verano. Otros cruzaron fácilmente a Francia desde Bélgica y otros podrían haberlo hecho desde otros países europeos.
Inmediatamente después del atentado, Francia cerró sus fronteras para intentar garantizar la situación. En silencio, otros países empiezan a hacer lo mismo. Dinamarca, Suecia, Alemania y Austria han restablecido los controles fronterizos temporalmente para asimilar el flujo de inmigrantes. ¿Se levantarán esos controles después? Ahora mismo parece improbable. La líder extremista francesa Marine Le Pen ya ha pedido la reimposición de los controles fronterizos. Es improbable que otros líderes políticos se queden detrás. El mayor logro de la Unión Europea es la libre circulación de personas entre sus fronteras. Los ciudadanos de un país de la UE tienen derecho a vivir y asentarse en cualquier otro. Y en la zona más pequeña que abarca el Acuerdo de Schengen, ni siquiera hace falta enseñar el pasaporte para cruzar la frontera.
Sin embargo, la presión simultánea de la migración masiva y el terrorismo lo hará insostenible. Schengen desaparece deprisa y el libre movimiento le seguirá los pasos. En lo que coinciden los expertos en seguridad es que va a ser muy pero que muy difícil luchar contra el terrorismo si no se pueden controlar las fronteras y esas son las voces que se van a oír. ¿Cuál será el impacto económico de la reemergencia gradual de los controles fronterizos en Europa? He aquí cuatro tendencias para estar pendientes.
Primero, los mercados laborales perderán mucha movilidad. Una de las mejores políticas que ha emanado de la UE ha sido la capacidad de las personas para trabajar allá donde sus capacidades están más demandadas. Como en cualquier intercambio comercial, eso enriquece a todos. Los trabajadores cobran sueldos más altos, o de lo contrario no habrían emigrado. Si eso se acaba, los mercados de trabajo serán más nacionales y, con el tiempo, las economías se volverán más insulares.
Segundo, el trabajo se encarecerá. Las grandes empresas en particular se han beneficiado mucho de la ausencia de obstáculos al movimiento de la mano de obra. ¿Que no le gusta el coste de los trabajadores en Lyon o en Hamburgo? Contrate a otros más baratos de Portugal o Grecia. Si eso se acaba, los trabajadores costarán más, subirán los precios y las empresas serán mucho menos rentables.
Tercero, el euro se sumirá en problemas aun mayores. Uno de los argumentos del lanzamiento del euro fue si tenía la suficiente flexibilidad del mercado laboral para que funcionara. El dólar de Estados Unidos funciona en todo un continente porque las personas pueden mudarse de Nueva York a Nueva Jersey o a Texas si hace falta. Siempre estuvo la duda de si se podría hacer lo mismo en una escala idéntica en Europa. Ahora podemos olvidarnos. Y por eso el euro está en todavía más apuros que antes.
Cuarto, Europa oriental se beneficiará. Las economías de Hungría, la República Checa y sobre todo Polonia han crecido de impresión en esta última década y se han puesto enseguida a la altura de casi todo occidente. Y eso pese a que todas han padecido la fuga de muchos de sus jóvenes más brillantes y trabajadores. Solo Gran Bretaña podría tener unos 679.000 polacos trabajando en el país, casi tantos como Cracovia. Si más personas se quedan en casa y prosiguen sus carreras allí, estas economías recibirán un empujón.
En realidad, restablecer los controles fronterizos, como cualquier otra restricción de movimiento de bienes, personas o capitales, hará a todos más pobres. Las grandes empresas probablemente hagan campaña en contra, ¿y qué más da? Si los países ganan en seguridad, es un precio que las personas estarán dispuestas a pagar? y el proceso no ha hecho más que empezar.
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