Emiliano Colombo y Alejandro Robba, Página 12
Brasil se encuentra en su peor recesión en 25 años, con una contracción estimada del 3 por ciento de su PBI para 2015. El desempleo golpea al 7,6 por ciento de su población activa cuando un año atrás apenas alcanzaba al 5 por ciento, en un contexto donde no sólo no se crean nuevos puestos sino que se acelera la destrucción de los actuales. ¿Es acaso sólo la baja en los precios de sus productos de exportación lo que subsumió al gigante brasileño en semejante recesión? ¿O más bien fue producto de un mix de decisiones internas que promueven el “ajuste necesario”, que postula hambre para hoy y crecimiento para mañana?
Brasil es el mayor exportador mundial de soja, carne, azúcar y café; y el segundo exportador de maíz, mineral de hierro y de acero representando estas canastas de productos el 62 por ciento del valor de sus ventas externas. La caída en los precios de los commodities tiene mucho que explicar en la reducción del 17 por ciento de sus exportaciones en los primeros nueve meses del año. Pero el componente primario de sus ventas externas es bastante menor que en otros países vecinos como Chile, Perú y Colombia, que sin embargo experimentaran un crecimiento de sus economías.
Entonces más que en el viento en contra que sopla en forma pareja sobre el conjunto de los países latinoamericanos de alta especialización en materias primas, la explicación debemos buscarla al interior de Brasil: el viento en contra de cabotaje.
Ante la reversión del ciclo alcista de los commodities, Brasil tomó el camino de ajustar y achicar el Estado, para intentar agrandar la renta empresaria como impulso de una futura recuperación. Para ello realizó tres ajustes simultáneos: sobre el valor de su moneda, el costo del crédito y el gasto público. Cabe destacar que la devaluación del real (36 por ciento anual) no es gratis en términos de actividad. La inflación subió al 9,5 por ciento anual en septiembre, su máximo valor en doce años, y está impactando negativamente sobre los salarios y el consumo.
Por otra parte el gobierno de Dilma Rousseff lanzó un plan de austeridad para apuntalar el magro superávit primario con una combinación de recortes de gastos (eliminación de ministerios, menor gasto en infraestructura) y suba de impuestos (combustibles, transacciones financieras). Pero el supuesto desbalance fiscal sería mejor ir a rastrearlo por el lado financiero que por el de los gastos para apuntalar la economía real. En efecto, en Brasil, atender los intereses de su deuda pública le erosiona al fisco casi 4 por ciento del PBI.
Por último, la elevación de la tasa de interés del Banco Central de Brasil al 14,25 por ciento anual desde el 10 por ciento que se encontraba un año atrás produjo un encarecimiento del crédito interno (36 por ciento tasa de interés) y su racionalización. Hasta los préstamos del famoso banco de desarrollo brasileño (Bandes) se están retrayendo (-26 por ciento anual). Por lo tanto, existen fuertes indicios de que el ciclo recesivo brasileño sea explicado con mayor contundencia por las políticas de austeridad aplicada por el nuevo equipo económico de Dilma que por la retracción del ciclo económico mundial, que algo habrá hecho.
Todas estas herramientas que apuntan a generar un nunca bien definido shock de confianza para que no decaiga el “grado de inversión” en pos de sostener “cuentas sanas” que supuestamente aceleraran el crecimiento económico.
Argentina está padeciendo la austeridad brasileña a través del canal comercial. Hacia dicho mercado enviamos el 18,5 por ciento de nuestras exportaciones totales y el 42 por ciento de la demanda externa de manufacturas industriales. Más aun, haber profundizado las políticas contracíclicas superando los niveles de gasto público de años anteriores motorizó ventas internas de productos industriales que antes se destinaban al mercado brasileño.
Esta suerte de sustitución de exportaciones defensivas no puede durar en el tiempo, por lo que deberemos discutir cuáles serán los nuevos mercados externos si es que nuestro principal socio comercial se emperra con no ser el promotor del crecimiento regional. En un mundo multipolar con final abierto, cómo insertarnos en el mundo no depende sólo de decisiones de política interna sino también de las estrategias nacionales de nuestros socios. Este dilema y no fallar en el diagnóstico también forman parte de la agenda del desarrollo.
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