Manlio Dinucci, Red Voltaire
Mientras la caída del precio del petróleo pone contra las cuerdas a una Rusia que, ya en crisis por causa de las sanciones de Estados Unidos y de la Unión Europea, ve disminuir los ingresos provenientes de sus exportaciones energéticas, Estados Unidos está convirtiéndose en el mayor productor mundial de crudo –en lugar de Arabia Saudita– y pronto será no sólo autosuficiente sino que estará también en condiciones de garantizar a la Unión Europea petróleo y gas en abundancia y además barato. Eso es lo que nos dicen los medios de prensa. Una historia que vamos a confrontar aquí con los datos de la realidad partiendo de la siguiente interrogante: ¿Por qué han bajado los precios del petróleo?
Esta caída se debe no sólo a factores económicos, como la contracción de la demanda mundial, sino también a factores geopolíticos. Ante todo, a la decisión de Arabia Saudita, el mayor exportador mundial –seguida de Rusia–, de mantener un nivel de producción elevado para que, al aumentar la oferta, disminuya el precio del crudo. ¿Qué interés tiene Arabia Saudita en esa maniobra, que puede reducir sus propios ingresos provenientes del petróleo? Afectar a otros países exportadores, principalmente a Rusia, Irán y Venezuela.
Riad puede darse el lujo de realizar esa maniobra porque los costos de extracción del crudo saudita se hallan entre los más bajos del mundo, 5 o 6 dólares el barril, mientras que la extracción de un barril de petróleo en, por ejemplo, el Mar del Norte cuesta más de 26 dólares.
La idea de que la maniobra de Riad pueda estar dirigida contra Estados Unidos, donde ha comenzado el bum del petróleo de esquistos, carece de lógica. En primer lugar porque Estados Unidos sigue importando petróleo saudita, cuya calidad conviene a las refinerías estadounidenses, mientras que el petróleo de esquistos sustituirá el que se importaba de Nigeria, de Angola y de Argelia. Y además porque la maniobra sobre el precio del petróleo es resultado de un acuerdo entre Washington y Riad basado en la estrategia tendiente –en primer lugar– a debilitar y aislar a Rusia. En ese contexto se inserta el boom del petróleo y del gas extraídos, en Estados Unidos, de los esquistos bituminosos mediante la técnica de fracturación hidráulica, o sea desbaratando la roca de los estratos profundos mediante el uso de agua mezclada con diversas sustancias químicas.
Se trata de una técnica muy costosa. Según la Agencia Internacional para la Energía, extraer petróleo de las arenas de esquistos cuesta entre 50 y 100 dólares por barril mientras que extraer un barril de petróleo en el Medio Oriente cuesta unos 10 dólares. Según los expertos, la extracción del gas de esquistos es económicamente interesante cuando el precio internacional del petróleo sobrepasa los 70 dólares por barril. Pero desde junio el barril el precio del barril de petróleo ha sufrido un descenso del 40%, así que el precio del barril anda por los 60 dólares, y puede seguir bajando.
¿Cómo es posible entonces que se mantenga el boom? Porque Estados Unidos –o sea, el Estado federal– está dedicando miles de millones de dólares a estimular esa actividad, en la que se han implicado generalmente pequeñas compañías petroleras. Resulta significativo comprobar que las mayores compañías se mantienen fuera de ese negocio, entre otras cosas porque los yacimientos que se explotan mediante la técnica de fracturación hidráulica se agotan mucho antes que los yacimientos convencionales.
También hay que tener en cuenta que esa técnica de extracción provoca muy graves daños al medioambiente, daños cuyos costos recaen sobre las colectividades locales. Muchas de ellas se oponen, hasta ahora con poco resultado, al uso de sus territorios para la extracción de petróleo y de gas de esquistos.
Así que el boom petrolero estadounidense tiene como locomotora los objetivos geopolíticos de Washington: por un lado, perjudicar a Rusia y otros países, y por otro lado, hacer que los aliados europeos sustituyan las compras de productos energéticos rusos por los que provienen de Estados Unidos.
El hecho es que Estados Unidos, que es el mayor importador de crudo del mundo, no puede garantizar a Europa los volúmenes de petróleo y de gas natural que garantiza Rusia, ni tampoco a los precios que practica Rusia. Todo esto no pasa de ser un bluff o, como dicen los españoles, un “farol” en el «póker americano» de la guerra.
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