jueves, 27 de noviembre de 2014

Dani Rodrik y el misterio de la economía mexicana

Alejandro Nadal, La Jornada

El mediocre desempeño de la economía mexicana en los últimos años parece desconcertar a Dani Rodrik, titular de la cátedra Albert O. Hirschman de la Universidad de Princeton. Este profesor no es el peor de los economistas del establishment en Estados Unidos. Comparado con muchos otros, sobresale por su visión heterodoxa en muchos temas, incluyendo las medidas sobre regulación financiera. Así que resulta interesante examinar su respuesta a la pregunta de por qué la economía mexicana no puede crecer.

En un artículo reciente (en Project-Syndicate) Rodrik apunta que cuando entró en vigor el Tratado de Libre Comercio para América del Norte se esperaba que México sería llevado hacia adelante en la ola creciente de la globalización. Esa esperanza fue anulada y el especialista concluye con una pregunta: ¿cómo explicar esa paradoja?

En su respuesta, Rodrik hace un análisis superficial, cae en todo tipo de contradicciones y deja claro que irse a dormir la siesta en lugar de revisar los datos es una pésima idea.

Para el profesor de Princeton la economía mexicana ha sido muy exitosa en dos aspectos claves. Primero, se ha consolidado como un fuerte exportador de manufacturas. Segundo, ha podido reducir la desigualdad económica en el frente interno. Entonces, se pregunta, ¿por qué no puede crecer la economía mexicana?

Veamos por partes el argumento de Rodrik. Nos dice que el TLCAN fue un éxito porque el comercio exterior total (importaciones más exportaciones) se incrementó de manera notable (se duplicó) desde 1994. Pero es como decir que el combate de box ha sido todo un éxito porque el número de golpes intercambiados se duplicó entre el primero y el décimo asalto sin preguntarse quién recibió la mayor parte de los trancazos. Con esa visión trivial Rodrik no puede observar que el superávit comercial que México alcanza con Estados Unidos no ha sido suficiente para contrarrestar el déficit que tiene el comercio exterior mexicano con el resto del mundo.

Para el profesor de Princeton resulta sorprendente observar que la mayor parte de las exportaciones mexicanas proviene de la industria manufacturera, especialmente a medida que se profundizó la integración con las cadenas de valor de Norteamérica. Pero la palabra clave que falta es maquiladora. Las exportaciones de manufacturas están íntimamente vinculadas a las importaciones y ello se debe precisamente a que la industria manufacturera mexicana sufre desde hace décadas del síndrome de las maquiladoras. Las exportaciones manufactureras mexicanas han dependido de las importaciones de componentes para ser ensamblados y acusan una débil vinculación con proveedores locales. Es decir, los eslabonamientos que tanta importancia tenían para Albert Hirschman no merecen ni una mención en passant por parte de Rodrik. Este economista no puede ver que la locomotora exportadora está desconectada de la economía cuyo crecimiento debiera impulsar.

En el frente interno Rodrik encuentra que la desigualdad se ha reducido debido a la política social y a las mejoras en el sector educativo. Sin duda existe toda una industria de investigadores que trabaja todo tipo de indicadores y metodologías para saber si la desigualdad se ha reducido en México. Pero el mismo Rodrik proporciona una pieza clave para el análisis: los salarios en México han crecido menos que en China y hoy el costo de la mano de obra es 20 por ciento inferior al país asiático. Y si viera los datos de la Encuesta nacional de ocupación y empleo vería que 60 por ciento de la población ocupada percibe hasta tres salarios mínimos. Sin duda el agudo analista tendría que mostrarnos cómo la política social permite contrarrestar la política de salarios de hambre.

Para terminar, Rodrik indica que será necesario hacer menos hincapié en la macroeconomía y poner más atención en los aspectos ingenieriles de la política industrial. Ignora así que las amarras y contradicciones del modelo neoliberal a nivel macroeconómico hacen impensable la aplicación de políticas sectoriales que permitan alcanzar el desarrollo con responsabilidad social. Su consejo es algo así como proceder a arreglar las cortinillas del baño cuando la casa se está derrumbando.

Rodrik concluye que no puede descifrar el enigma y que no hay una receta mágica para activar el proceso de crecimiento. Según el esforzado economista, lo que se necesita es un gobierno ágil, receptivo, capaz de actuar en varios frentes al mismo tiempo y que pueda aprender de los problemas de la economía real para responder con pragmatismo. Pero el misterio que tanto sorprende a Rodrik se aclara rápido cuando se observa que hace dos meses ocurrieron los asesinatos en Iguala y el secuestro de 43 normalistas de Ayotzinapa. Desde entonces, los más altos funcionarios del gobierno federal han mentido de manera sistemática y hoy simulan una investigación para matar el tiempo. El gobierno no es ni ágil, ni receptivo, ni capaz. Es parte de un estado fallido que nada puede hacer para alcanzar el desarrollo económico y social.

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