Alejandro Nadal, La Jornada
La crisis en Ucrania es testimonio de que Estados Unidos nunca abandonó su mentalidad de guerra fría. El intento por aislar y contener a Rusia es la mejor expresión de esa visión del mundo. Ucrania siempre fue la pieza clave para cerrar el cerco. Por eso se buscó obtener la membresía de Ucrania en la Unión Europea (UE) como paso preliminar a su incorporación en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Siempre ha sido del conocimiento de la diplomacia occidental que para Rusia todo esto era inaceptable y sería interpretado como una forma de agresión.
A mediados de los años noventa la administración Clinton promovió la expansión de la OTAN, una alianza militar diseñada para contener a la Unión Soviética. La OTAN acabó por incorporar a las repúblicas del Báltico y a varios países de Europa oriental. Moscú vio reducirse de manera dramática su cinturón protector y la frontera con la OTAN se acercó peligrosamente al centro geográfico ruso.
Pero la membresía de Ucrania en la UE se vio obstaculizada por muchos factores. Así que cuando el gobierno electo (y corrupto) de Kiev fue removido por un golpe de estado en febrero, Washington se apresuró a reconocer y apoyar al nuevo régimen. Por estas razones, Moscú considera que el gobierno en Kiev es un títere de Estados Unidos y la OTAN. Después de todo, también en Rusia habitan sombras y fantasmas relacionados con la guerra fría.
La economía de Ucrania lleva ya 20 años en un proceso de desintegración. Las privatizaciones salvajes después del colapso soviético dieron lugar a gobiernos manejados por pillos y bandidos. En medio de la crisis global, Ucrania ha estado a punto del colapso económico desde hace meses y ha rosado una situación de moratoria o impago en el plano financiero. La divisa de Ucrania, la hryvna, ha sufrido una devaluación superior a 40 por ciento frente al dólar estadunidense este año. Por eso la calificadora Fitch degradó la posición de los títulos del gobierno ucraniano y los redujo a la categoría ‘chatarra’. Aún la ayuda ofrecida por el Fondo Monetario Internacional, confirmando un paquete de 17 mil millones de dólares será insuficiente para sacar del atolladero a la economía ucraniana.
El 22 de febrero fue depuesto el presidente Yanukovich, conocido por su mediocridad y corrupción. En su lugar surgió otro capitán de un grupo de políticos corruptos y muy rápido se perfiló como posible candidata a la presidencia la señora Timoshenko, un personaje con una historia de corrupción que rivaliza con la de los políticos más ladrones. Washington y sus aliados europeos se apresuraron a apoyar y reconocer al nuevo régimen, pero el pueblo de Ucrania sólo verá una transición de un grupo de cleptómanos a otro. Rusia sintió que se había cruzado la última línea de defensa.
Hoy el riesgo de una guerra civil al estilo de la ex-Yugoslavia es alto. En la encrucijada actual parece que nadie tiene la fuerza suficiente para imponer sus posiciones: ni el gobierno espurio en Kiev puede asegurar el control en Ucrania oriental, ni los grupos pro-Rusia tienen la fuerza suficiente para proceder a la secesión pura y llana. El eje Washington-Londres y sus amigos en la OTAN carecen de la capacidad para lograr lo que siempre han querido, forzar el retiro de Rusia del Mar Negro a través de la inserción de Ucrania en la OTAN. Y Moscú, aunque con más flexibilidad y fuerzas en el terreno, tampoco puede garantizar una transición pacífica hacia una mejor integración de Ucrania oriental con Rusia. En este contexto tan complejo una guerra civil puede estallar fácilmente. De ahí a las hostilidades entre fuerzas armadas formales sólo hay un paso.
Washington busca salvar la cara con un esquema de sanciones económicas sobre Rusia (y directamente sobre personajes cercanos a Putin). Esas sanciones no van a cambiar el rumbo de los acontecimientos, pero sí pueden afectar negativamente a la golpeada economía europea y japonesa.
Alemania y Japón están bajo fuego cruzado. En los últimos lustros han estado fortaleciendo sus vínculos económicos con Rusia pero ahora Estados Unidos les ha presionado para adoptar el esquema de sanciones económicas. Las grandes corporaciones alemanas, con BASF, Siemens, BMW y Deutsche Bank a la cabeza, han estado construyendo una plataforma de producción y comercio con Rusia y no están dispuestos a ver ese esfuerzo evaporarse debido a la crisis en Ucrania. Por su parte, Japón tiene ya una fuerte dependencia frente a los recursos naturales rusos, pero tiene que mantener un delicado número de equilibrista para no alienarse a Washington.
A pesar de los riesgos que las sanciones entrañan para la economía mundial Washington sigue empecinada con su estrategia de contención al estilo de la guerra fría en contra de Rusia. El estallido de una guerra civil en Ucrania podría forzar la intervención rusa y ese escenario es bien visto por Washington porque le permite justificar su gasto en armamentos y su retórica imperial.
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