Aunque el gobierno asegura que la crisis ha terminado, lo cierto es que estamos muy lejos aún de ver la luz al final del túnel. La última vez que España repuntó fue el año 2010 aprovechando, tal vez, el viento de cola del Mundial de Fútbol. Desde entonces, y con las medidas de austeridad implantadas por la troika, el crecimiento ha sido cada vez peor: el 2012 más bajo al 2011, el 2013 más bajo al 2012. Como muestra la gráfica, los planes de austeridad hundieron a España en una segunda recesión aún más prolongada que la de 2008-2009, dando cuenta de los errores de diagnóstico en la evaluación inicial de la crisis.
Si bien en 2014 puede revertirse la tendencia (y a esto se debe el optimismo del gobierno), hay que señalar que las perspectivas de crecimiento son muy débiles y el alto desempleo es una amenaza latente que tendrá efectos muy perniciosos en la cohesión social. El nivel de desempleo aún muestra los efectos de la reacción en cadena que propagó el estallido de la crisis financiera en el sector inmobiliario. El 27 por ciento de desempleo general y el 55 por ciento de desempleo juvenil no son cifras que puedan mejorar ni en un año, ni en dos, ni en cinco años. Lo que viene, por tanto, es un necesario cambio de paradigma en torno al consumismo y la plata dulce. Pero esta es una tarea que debe asumir Europa en su conjunto. La crisis financiera generada por el estallido de la burbuja inmobiliaria (con préstamos de gran laxitud a 40 años, que fueron solo un gran negocio para la banca), ha significado el derrumbe de los precios de la vivienda, la quiebra de grandes empresas y el origen del fantasma deflacionario que busca hundir los salarios.
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