Mark Weisbrot, Alainet
Luego de cinco años de haber experimentado una tasa de desempleo excepcionalmente alta desde el comienzo de la Gran Recesión, todavía resulta extraño oír el reclamo de quienes tienen acceso a los principales medios de comunicación de que la solución para los Estados Unidos se encuentra en una menor intervención del gobierno. No fue el gobierno el que nos metió en este lío; fue el sector privado. Una burbuja de ocho billones de dólares en el mercado inmobiliario fue la causa de la Gran Recesión cuando estalló. El cálculo es bastante sencillo: el gasto privado para la construcción colapsó, y los propietarios recortaron el gasto (y los préstamos hipotecarios) al desaparecer la riqueza de las viviendas.
Así, los gobiernos estaduales y locales ajustaron los presupuestos, despidieron a maestros y a otros trabajadores y se sumaron al espiral descendente de la producción y el empleo. Durante un tiempo, el gobierno federal tuvo un rol positivo con su programa de estímulo, salvando casi tres millones de empleos. Pero fue demasiado reducido. El estímulo del gobierno, al sustraer el impacto del ajuste presupuestario de los estados, fue sólo un octavo de la demanda privada que se perdió a partir de la explosión de la burbuja inmobiliaria.
Esta es la explicación básica de la Gran Recesión, así como de la economía débil y del alto desempleo que, trágicamente, continuamos sufriendo. En la medida en la que el gobierno no tuvo nada que ver con esto, el problema se relaciona con lo poco que hizo: escasa regulación del sector financiero mientras corporaciones como Goldman-Sachs, Merrill-Lynch, Lehman Brothers y otras colaboraban para inflar la burbuja inmobiliaria con préstamos y prácticas de inversión imprudentes y hasta fraudulentas. Y el estímulo insuficiente en respuesta al colapso.
Algo que también resulta irónico para los libertarios es que una de las respuestas positivas más importante a la Gran Recesión, que ha marcado la mayor diferencia en la preservación del empleo y del ingreso, provino de la Reserva Federal (Fed). La Fed ha creado más de 2,3 billones de dólares desde 2008, además de reducir a casi cero las tasas de interés a corto plazo y mantenerlas en ese nivel, lo que representó un gran empuje para la economía. El ex titular de la Fed, Ben Bernanke, se equivocó al darles a los mercados la impresión de que el banco central podría comenzar a revertir el curso antes de lo esperado. Otra vez, el problema tiene que ver con que el gobierno hace muy poco y no demasiado en respuesta a una economía débil. La paranoica fantasía de que la creación de moneda por parte de la Fed (flexibilización cuantitativa) puede elevar la inflación, y/o las tasas de interés a largo plazo (debido al temor a una futura inflación) resultaron ser infundadas. La inflación medida por el índice de precios al consumidor sigue siendo extremadamente baja, manteniéndose en el 1,4 por ciento durante el año pasado, e incluso luego de los comentarios de Bernanke, las tasas de los bonos del Tesoro a diez años se encuentran en un nivel históricamente bajo del 2,5 por ciento.
Notablemente, los conservadores que se oponen a la intervención de la Fed para promover el empleo no se quejaron cuando ésta en verdad provocó la mayor parte de las recesiones de la última mitad de siglo pasado al incrementar las tasas de interés. Esto se llevó a cabo deliberadamente para incrementar el desempleo, de forma tal de reducir los salarios –con el argumento de que era la mejor forma de reducir la inflación.
Este ejemplo es uno de los tantos que ilustran que el debate entre los conservadores y sus opositores no versa en realidad sobre la pugna entre los gobiernos y los mercados. Los conservadores apoyan la intervención bastante entrometida contra los “mercados libres” cuando tiende a redistribuir el ingreso hacia los ricos: por ejemplo, el aumento de la aplicación de los monopolios impuestos por el gobierno como las patentes y los derechos de autor; la ayuda a los acreedores a cobrar las deudas ante préstamos incobrables y la negociación de acuerdos de “libre comercio” que sólo someten a la gente trabajadora, pero no a profesionales bien remunerados, a la creciente competencia global.
El debate real no se trata tanto de si necesitamos una mayor o menor intervención del Estado, ni más o menos mercados; se trata de si son los gobiernos o los mercados quienes cumplen roles importantes en nuestra economía, si sus capacidades se utilizarán para beneficiar a la mayoría, o fundamentalmente a los más ricos, como ha sucedido durante más de tres décadas.
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