Andy Robinson, La Vanguardia
La decisión de la Academia Real de las Ciencias Sueca de concederles el Premio Nobel a Robert Shiller de la Universidad de Yale, por un lado, y a Eugene Fama y Lars Peter Hansen de la Universidad de Chicago, por el otro, es un poco como entregar un premio de astronomía a Copérnico, por un lado, y a Ptolomeo, por el otro. O a Charles Darwin por un lado, y al creacionista Discovery Institute de Seattlepor el otro.
Porque, mientras que Bob Shiller, economista con el que hablo con cierta frecuencia gracias a que siempre se pone al teléfono, es el gurú del análisis de la economía conductual sobre el peligro de burbujas en los mercados de activos financieros (inmobiliario, bolsa, etc.), Fama y Hansen niegan rotundamente la posibilidad de la existencia de burbujas. El keynesiano Shiller cree que el análisis matemático de los mercados financieros debe incluir también un estudio de psicología de masas, comportamiento gregario y locuras colectivas para captar la realidad de los mercados con todos sus matices. Fama y Hansen, en cambio, son auténticos discípulos de la Chicago School de Milton Friedman y Gary Becker y defensores de la hipotesis de los mercados eficientes. Sí, esa misma hipotesis de los mercados eficientes que hasta el mismísimo Alan Greenspan tachó de falacia en aquellos dias de epifanías, arrepentimiento y escarmiento tras la quiebra de Lehman.
Si negar la posibilidad de burbujas en España (o EEUU) en el 2013 le parece al lector algo así como negar la posibilidad de tsunamis en Fukushima en el 2012, o de terremotos en Haiti en el 2011, Eugene Fama no está de acuerdo. Fíjense en esta entrevista entre Fama y John Cassidy del New Yorker:
Cassidy: Mucha gente plantearía que había una burbuja en los mercados de crédito (..)
Fama: Pues yo ni tan siquiera sé qué quiere decir eso (…) No sé qué quiere decir una “burbuja de crédito”. Ni tan siquiera sé que quiere decir “burbuja”. Estas palabras se han hecho muy corrientes. No creo que tengan sentido.
No es de extrañar que Shiller, en una entrevista telefónica que mantuve con el días antes de la decisión de concederle el premio dijo: “No hemos aprendido ninguna lección del colapso financiero después de Lehman”. Y podía estar hablando de su compañero del Premio Nobel 2013. Porque, no solo no se han adoptado las reformas prometidas para ponerles un bozal a Wall Street, la City y el resto de los amos del universo financieros globales sino tampoco se ha enterrado la seudo ciencia económica que daba legitimidad académica a aquellas locuras.
Esto me recuerda a una conversación que mantuve en Davos con Richard Thaler, autor del libro Nudge y otro economista conductual que tiene la mala suerte de coincidir en la Universidad de Chicago con Eugene Fama y Lars Peter Hansen. Y , sin querer desperdiciar una oportunidad para promocionar mi propio libro Un reportero en la montaña mágica (Ariel, 2013) que se presentará hoy martes 22 en el Cercle d’ Economia de Barcelona a las 19hrs, cito textualmente las reflexiones de Thaler del Capítulo tres, La verdad sobre Davos:
«(…) Los mercados no optimizan nada por sí solos; es necesario guiarlos y controlarlos», argumentaba el autor de Nudge. Parecía una perogrullada de grandes dimensiones para quienes contemplaban el paisaje de devastación económica y social tras el pinchazo de las burbujas en Estados Unidos y Europa. Pero en las facultades de Chicago, Thaler había tenido que lidiar muy duro para que se admitiera una reflexión tan obvia. Increíblemente, incluso en plena megacrisis, «los más fanáticos de mis colegas aún creen que las burbujas son conceptualmente imposibles, que no pueden existir; si menciono la palabra bubble en el campo de golf, me persiguen con sus palos driver», declaraba. Esos Chicago Boys eran peores que el procurador Paravant de La montaña mágica, que solo lograba reprimir sus deseos de cruzar de noche los balcones del sanatorio de Berghof para meterse en la cama de la paciente egipcia Fátima mediante la inmersión obsesiva en un reto matemático: La cuadratura del círculo. «[...] Paravant se había convencido de que los argumentos sobre los que la ciencia basaba la imposibilidad de esta proposición no eran sólidos», escribe Thomas Mann. Y como Paravant, los economistas de Chicago y del Mont Pelerin, tras dedicar tanto tiempo a defender su tesis, jamás reconocerían que era un disparate. «Jamás me he encontrado con un economista dispuesto a confesar que se ha equivocado», me dijo Thaler al tiempo que miraba a los Davos Men y sus asesores que pululaban por el Congress, exhibiendo aquella apariencia de seguridad incontestable en sus conocimientos como en los años de la burbuja.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario