Alejandro Nadal, La Jornada
El 2 de noviembre de 2011 los 70 estudiantes del curso de economía del profesor Greg Mankiw en la Universidad Harvard decidieron salirse del salón de clases como acto de protesta. En una carta abierta a su profesor, los estudiantes le reprocharon el hecho de no ofrecer una discusión adecuada sobre los fundamentos de la teoría económica. Además, señalaron que el curso tampoco brindaba perspectivas críticas sobre la teoría económica convencional ni opciones alternativas a través de otros enfoques teóricos. En los tiempos que corren, esas dos acusaciones son bastante serias.
Los alumnos anunciaron en su carta de protesta que estaban hartos del sesgo impuesto en el curso de Mankiw. Explícitamente señalaron que la orientación del curso contribuía a perpetuar la desigualdad económica que hoy marca a la sociedad estadunidense. Esta es una imputación grave si se toma en cuenta que hoy en Estados Unidos el coeficiente de Gini para medir la desigualdad (el indicador más utilizado para medir niveles de concentración en la distribución del ingreso) es de .48 y constituye un dramático testimonio del fracaso de la política económica de la economía capitalista más desarrollada del mundo. Ese indicador en México es de .49, lo que dice mucho sobre el pésimo desempeño de la economía estadunidense.
Pero los bravos profesores de economía afiliados al establishment no tienen miedo de nada. Hoy Mankiw está publicando en una prestigiosa revista académica un artículo con el provocativo título En defensa del uno por ciento. El texto comienza señalando que en los últimos 40 años el ingreso medio en Estados Unidos ha crecido, pero dicho crecimiento no ha sido uniforme: para el uno por ciento en lo alto de la pirámide social el aumento del ingreso ha sido mucho más alto que el promedio. Según Mankiw eso se debe a que las personas en el uno por ciento han realizado grandes contribuciones a la economía del país norteamericano.
El texto del profesor recurre en diferentes momentos a la idea de que la remuneración que recibe la gente está en proporción directa a su contribución al producto social. Los que reciben poco en términos de compensación salarial, por ejemplo, realizan una exigua contribución al producto. En cambio, los que perciben grandes ingresos lo hacen porque han realizado grandes aportaciones al producto y al bienestar social.
En su artículo, Mankiw redescubre la teoría marginalista sobre la distribución. El sentido clave de esta teoría es que la distribución del ingreso en una economía (capitalista) está determinada por la productividad marginal de los factores de la producción, capital y trabajo. Los factores de la producción perciben como remuneración lo que corresponde a su aportación a la producción social. Cada trabajador recibe como remuneración su aportación marginal al producto.
Entre 1965 y 1975 se desató una importante controversia entre los seguidores de esta teoría y un grupo de profesores de la Universidad de Cambridge, Inglaterra. En esa disputa la teoría marginalista recibió una crítica decisiva. Los críticos, con Piero Sraffa, Joan Robinson y Pierangelo Garegnani a la cabeza, demostraron que no había manera de medir el factor llamado capital de manera independiente de la distribución. Esta crítica demostró que la teoría de la productividad de los factores adolecía de una circularidad fundamental. Sólo es posible determinar la productividad del capital si se conoce el precio de los bienes de capital (porque eso es lo que permite sumar máquinas heterogéneas y edificios de todo tipo), pero los precios no son independientes de la distribución del ingreso y, en el caso del capital, el precio depende de la tasa de ganancia. Por lo tanto, para conocer la productividad del capital es necesario conocer la tasa de ganancia, pero para ello es necesario conocer ¡la productividad del capital!
Los seguidores de la teoría de la productividad marginal dieron la pelea pero su caso estaba perdido. Al final, el sumo pontífice de la secta neoclásica, Paul Samuelson, aceptó la derrota en un célebre artículo publicado en 1966. Ese reconocimiento debió haber sido suficiente para abandonar el enfoque marginalista. Pero la contribución ideológica que realiza esta teoría es clave y los poderes establecidos se resisten a perderla.
La conclusión del debate es clara: la distribución del ingreso no está determinada por factores técnicos en la economía. La distribución se define, como bien señaló Sraffa hace ya 50 años, por fuerzas que están afuera del sistema económico y depende de cosas como la fuerza relativa de las uniones de empresarios y de los sindicatos de los trabajadores. No hay ninguna razón técnica por la cual los salarios deben ser bajos o incluso miserables. Tampoco hay motivos tecno-económicos para justificar los descomunales ingresos del uno por ciento de la población que Mankiw quiere defender, por más que insista que sus aportaciones a la economía guardan proporción con esos ingresos.
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