Florent Marcellesi, La Marea
El crecimiento no es la solución, es el problema. En tiempos de recesión, la sociedad del crecimiento nos conduce al colapso económico y, en tiempos de bonanza, nos lleva directamente al colapso ecológico. Este “dilema del crecimiento” se traduce, o bien en tasas de paro y de pobreza socialmente inasumibles cuando la economía se hunde, o bien en la dilapidación acelerada de los combustibles fósiles, mayor cambio climático, crisis alimentaria y pérdida de biodiversidad cuando la economía rebrota. Para salir de esta “encrucijada del siglo XXI”, no nos valen ni el austericidio que se aplica en la actualidad ni un nuevo “pacto de crecimiento” (incluso pintado de color verde), por cierto, ambos impuestos desde arriba.
De todas maneras, ya no se trata únicamente de una cuestión ideológica. Guste o no, y por mucho que continúe habiendo grandes avances en tecnología, la era del crecimiento ha terminado. La decadencia estructural del crecimiento del Producto Interior Bruto —desde los niveles altos de los años 70 (¡tasas de hasta un 8% anuales en España!) a niveles bajos o negativos en estos momentos— indica que los países que conforman la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), incluido el nuestro, van a salir del breve periodo de su historia en que su modelo económico, la paz social y el progreso se basaban en un aumento continuo e insostenible de las cantidades producidas y consumidas.
Ante esta realidad, es hora de poner en marcha una “prosperidad sin crecimiento”, entendida como nuestra capacidad de vivir bien y felices dentro de los límites ecológicos de la naturaleza. Esta tercera vía se basa en las siguientes premisas mínimas: redefinir de forma colectiva lo que llamamos riqueza y necesidades; reducir nuestra huella ecológica hasta que sea compatible con la capacidad del planeta; redistribuir el trabajo, las riquezas económicas, los cuidados, la tierra y los recursos naturales en base a la justicia social y ambiental; relocalizar la economía en circuitos cortos de consumo y producción; y desmercantilizar gran parte de nuestras actividades.
Para alcanzar estos objetivos, tenemos que ejercer el poder que está en nuestras manos. Desde abajo y de forma cooperativa, existen numerosas iniciativas de soberanía alimentaria y agroecología, autosuficiencia energética, banca ética, monedas locales, ciudades en transición, etc, que desafían diariamente al coloso liberal-productivista con pies de barro y construyen ya la transición social, ecológica y ética de la sociedad. Este profundo cambio requiere además tejer redes entre todas estas “islas alternativas” para que se vayan conformando en archipiélagos, continente y, ojalá un día, en sistema-mundo.
Sólo tenemos un planeta pero para muchas generaciones, presentes y futuras, esta gran transformación no es una utopía, es una necesidad.
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Ver: Serge Latouche, teórico del decrecimiento
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