Chipre no puede pagar su deuda y la UE no puede seguir inyectándole dinero, el sistema bancario al completo necesita una revisión general
Slavoj Zizek, The Guardian
Recuerde la típica escena de dibujos animados en la que un personaje continúa caminando más allá del precipicio, ignorando que se encuentra sobre el vacío, y termina cayendo solo cuando mira abajo y se da cuenta de que ya no hay tierra bajo sus pies.
¿No es así como las personas normales de Chipre deben sentirse estos días? Saben que su país nunca volverá a ser el mismo, que tienen por delante una caída catastrófica del nivel de vida, pero todavía no son conscientes por completo del impacto de este cambio, así que durante cierto tiempo pueden permitirse seguir adelante con sus vidas cotidianas, como el personaje de los dibujos animados suspendido en el aire. Y no deberíamos condenarles por ello, ya que esa reacción aplazada es también una estrategia de supervivencia: el impacto real se hará sentir en silencio, cuando el pánico haya pasado. Por eso es ahora, cuando la crisis chipriota empieza a desaparecer de los medios de comunicación, cuando hace falta pensar y escribir sobre ella.
Hay un chiste muy conocido de la última década de la Unión Soviética, sobre Rabinovitch, un judío que desea emigrar. El funcionario de la oficina de emigración le pregunta por sus motivos para hacerlo y Rabinovitch contesta: "Hay dos razones. La primera es que tengo miedo de que los comunistas pierdan poder y que sus sucesores culpen a los judíos de todos los crímenes comunistas, de que se repitan los pogromos antijudíos, etc". "Pero –interrumpe el funcionario- eso es absurdo, nada va cambiar en la URSS, ¡el poder comunista continuará siempre!". "Bueno, -responde pausadamente Rabinovitch- esa es mi segunda razón".
Es fácil imaginar una conversación similar entre un gestor financiero de la UE y el Rabinovitch chipriota de nuestros días. Éste se queja: "Hay dos razones por las que ha cundido el pánico en el país. En primer lugar, tenemos miedo de que la UE abandone a Chipre y permita que nuestra economía se venga abajo..." El administrador comunitario le interrumpe: "Pero, puede confiar en nosotros, nunca les vamos a abandonar, les controlaremos rigurosamente y les aconsejaremos sobre lo que tienen que hacer". "Bueno, -responde calmadamente Rabinovitch- ahí está mi segunda razón".
Ése es el meollo del aprieto en que se encuentra Chipre: no puede sobrevivir con prosperidad fuera de Europa, pero tampoco en Europa, ambas opciones son peores, como habría dicho Stalin. Lo que vemos llegar por el horizonte son los contornos de una Europa dividida, con unos países meridionales cada vez más reducidos a meros productores de mano de obra barata, sin la red de seguridad que proporciona el Estado del bienestar, un espacio adecuado para la tercerización y el turismo. En resumen, la brecha entre el mundo desarrollado y los países retrasados se producirá también dentro de la propia Europa.
Esta brecha se ve reflejada en las dos historias que se cuentan de Chipre, que recuerdan a su vez a las que hemos oído anteriormente sobre Grecia. Está la que podemos llamar "la historia alemana": el gasto descontrolado, la deuda y el blanqueo de dinero no pueden seguir indefinidamente, etc... Y está la "historia chipriota": las medidas brutales impuestas por la UE equivalen a una ocupación alemana que arrebata a Chipre su soberanía.
Ambas son falsas y las demandan que implican son absurdas: Chipre, por definición no puede devolver su deuda, mientras que Alemania y la UE no pueden seguir arrojando dinero para rellenar el agujero chipriota. Ambas historias ocultan el hecho más relevante: que algo no funciona en un sistema en el que especulaciones bancarias incontrolables pueden provocar la bancarrota de todo un país. La crisis chipriota no es una tempestad en un vaso de agua de un pequeño país marginal, sino un síntoma de lo que va mal en todo el sistema de la UE.
Por dicho motivo, la solución no está simplemente en aumentar las regulaciones para evitar el blanqueo de dinero y cosas así, sino en un cambio radical de todo el sistema bancario; para decir lo indecible, algún tipo de socialización de los bancos. La lección proporcionada por la quiebra mundial posterior a 2008 es evidente: toda la red de fondos y transacciones financieras, desde los depósitos individuales y los fondos de pensiones hasta el funcionamiento de todo tipo de derivados, debería colocarse bajo control social, racionalizarse y regularse. Puede que suene a utopía, pero lo verdaderamente utópico es pensar que podamos sobrevivir solo con cambios cosméticos.
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Tomado de Rebelión
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