El País
Más de 44 millones de franceses están llamados a las urnas hoy para decidir la primera vuelta de las elecciones presidenciales (la segunda se votará el 6 de mayo). Tras una campaña muy francofrancesa, centrada en torno a los asuntos nacionales, las décimas presidenciales de la Quinta República se anuncian cruciales para el futuro de 500 millones de europeos. Quizá nunca como hoy, la Unión Europea, y especialmente los endeudados y sufridores países del otrora lujoso Club Med, se hayan jugado tanto en unos comicios nacionales como en esta cita que afrontan, entre la ilusión del cambio de la izquierda, el miedo de la derecha a perder y una notable confusión ideológica, los ciudadanos de la República Francesa. Los colegios han abierto a las ocho de la mañana y permanecerán abiertos durante 12 horas.
Los sondeos predicen que el socialista François Hollande y el presidente saliente, Nicolas Sarkozy, saldrán vencedores de la primera tanda, a la que concurren 10 candidatos. Cinco de ellos con estimaciones de voto superiores al 10%. Y las encuestas pronostican que el desempate entre los dos favoritos se zanjará con una clara derrota del hiperactivo cachorro de la derecha francesa que llegó al poder prometiendo la ruptura con el pasado y el regreso de la grandeur, pero que acabó su mandato proyectando una imagen más parecida a la del mariscal Pétain que a la de un reformista del siglo XXI: lanzando proclamas xenófobas, llamando a cerrar las fronteras y aceptando de forma sumisa los recortes de soberanía y bienestar impuestos por Berlín.
Muchos europeos creen, como ha dicho Felipe González esta semana, que “Merkel está llevando a la ruina a Europa” y que “el problema no son Italia o España, sino que el problema es Merkel”. Y confían en que una victoria de Hollande pueda abrir el camino hacia una nueva era. El problema es que la crisis y la gestión de Sarkozy han convertido a Francia en un segundón que ha perdido a ojos vista influencia y peso en la toma de decisiones europeas.
Pero hay algo peor: el auge del egoísmo provinciano, eso que los británicos y el filósofo André Glucksmann, que en 2007 apoyó la elección de Sarkozy, han llamado “la pérdida de la realidad” francesa. Los europeos no debemos esperar gran cosa de esta Francia ensimismada, explica Glucksmann. “Nuestros políticos han dimitido y estamos como en la III República. Entre 1934 y 1940, la derecha francesa y el Frente Popular decidieron que era mejor dejar hacer a Hitler y a Franco. Así se creían al abrigo de todo, y se puso de moda la canción Todo va bien, señora marquesa. Así andamos ahora. No queremos la globalización, nos da miedo hablar de Europa, estamos en el analfabetismo histórico. No se fíen mucho de Francia. Nos hemos confundido muchas veces, sobre todo cuando queremos tocar solos”.
Pese a todo, piensan los optimistas, París sigue siendo el segundo patrón de la zona euro y el quinto del mundo, y un triunfo socialista movería las fichas de un tablero abrumadoramente dominado por la derecha, con 23 de los 27 países europeos en manos de los conservadores. Los medios alemanes cuentan que Angela Merkel vive entre la angustia y la resignación esta inesperada fatalidad. Tener que cambiar de pareja en pleno baile y cuando solo queda año y medio para su reelección sería una lata. La canciller pasaría de tener en París un novio fiable y un portavoz colorista, a quedarse aislada y pendiente de los caprichos de Hollande, ese hereje que piensa que la austeridad y el control de la inflación no lo son todo en este valle de lágrimas.
El favorito ha anunciado ya que su primer viaje será a Berlín, y que llevará bajo el brazo su flamante carpeta europea, consensuada en parte con la oposición del SPD, que por cierto todavía debe prestar sus votos a Merkel para ratificar el tratado en el Parlamento alemán. El plan H. es conocido: añadir al pacto fiscal un paquete de medidas de estímulo, solidaridad y gobierno político con un par de epígrafes que quitan el sueño a frau Merkel: los eurobonos, el cambio de rumbo del BCE para que preste directamente a los Estados y no a los bancos, y abrir de inmediato la senda de la recuperación. Si Alemania no aprueba estas modificaciones, recordó Hollande el viernes al cerrar su campaña, Francia no ratificará el pacto fiscal.
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Tomado de El País
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