Alejandro Nadal, Sin Permiso
La escuela de economía ecológica ha contribuido a encender un debate importante sobre la sustentabilidad. Eso es innegable, y conviene señalarlo desde el principio. Pero arrastra algunas deficiencias importantes que debería resolver, si lo que pretende es realizar un avance analítico serio y ofrecer una contribución en materia de política económica. Si no las supera, no podrá llevar a cabo un estudio riguroso sobre las fuerzas económicas que conducen a la destrucción del medio ambiente. Peor aún, si no lleva a cabo una crítica profunda de la teoría neoclásica, será asimilada como una variante más de ese discurso que, hoy por hoy, tiene más bases ideológicas que científicas.
El principal problema de la economía ecológica es que no ha sabido poner distancia entre la teoría neoclásica y sus propios planteamientos. De hecho, la distancia que supuestamente separa a la economía ecológica (de ahora en adelante EE) de la economía ambiental neoclásica es mucho más corta de lo que los adeptos a la EE piensan. Es más, se puede decir que para la EE prácticamente no hay otra teoría económica que la neoclásica. Por eso sus referencias a Sraffa o a Marx son o inexistentes o superficiales. Y en cuanto a la teoría macroeconómica se refiere, la EE no acaba de salir de los esquemas engañosos de la síntesis neoclásica y del keynesianismo bastardo. Regreso sobre este punto más abajo.
Existen tres puntos sobre los que la escuela de EE cultiva errores importantes. El primero tiene que ver con su visión sobre el mercado, el segundo se relaciona con la teoría monetaria y el tercero con la teoría y la política macroeconómica. En lo que sigue, pasamos revista a cada uno de estos temas concentrando nuestra atención en algunos ensayos de Herman Daly, uno de los padres fundadores de la economía ecológica.
Una visión asombrosamente errada y apolítica de la naturaleza de los mercados
1. En algunos de sus ensayos Herman Daly insiste en un enunciado sorprendente: el mercado ha resuelto el problema de la asignación de recursos en una economía de manera eficiente, pero es incapaz de determinar la escala óptima de actividad de una economía (Daly 2002). Este enunciado es realmente sorprendente si se considera el colosal desperdicio de recursos que observamos en las economías de libre mercado al día de hoy, para no hablar del gigantesco proceso de destrucción de ecosistemas que se lleva a cabo por las fuerzas del mercado en todo el mundo. Nada de eso se parece ni de lejos a una buena asignación de recursos y cualquiera que esté preocupado por el medio ambiente debe haberlo notado.
Pero por otro lado, más allá de una discusión sobre la evidencia empírica, quizás Daly encuentra que la teoría económica neoclásica ha cumplido su promesa de proporcionar un fundamento racional a la metáfora de la mano invisible. En ese caso, Daly estaría ignorando que los esfuerzos de la teoría de equilibrio general, la versión más desarrollada de la teoría neoclásica, fracasaron en el intento por demostrar que las fuerzas del mercado conducen a un equilibrio competitivo. Esto es algo que se conoce desde los años sesenta. Pero por si quedaban dudas, en 1974 se dieron a conocer los teoremas de Sonnenschein, Mantel y Debreu, que hundieron el último clavo en el ataúd de la teoría de equilibrio general. Parece que la escuela de la economía ecológica todavía no registra este importante hecho. Pero aún si se quiere evitar entrar en discusiones sobre modelos matemáticos abstractos, baste señalar que existen muchos ejemplos de que el mecanismo de precios flexibles conduce a situaciones altamente inestables. Vaya, para decirlo en una frase, los mercados no poseen un mecanismo auto-regulador que conduzca a un equilibrio. Y, vale la pena recordarlo, la eficiencia en la asignación de recursos de acuerdo con la teoría neoclásica es un atributo de la asignación de equilibrio únicamente (sobre el desequilibrio la teoría neoclásica no tiene nada que decir). Así que eso de que el mercado ha resuelto el problema de la asignación es un desacierto mayúsculo.
La incomprensión de la importancia de la moneda y de los flujos monetarios
2. El segundo problema que enfrenta la escuela de EE se relaciona con la importancia de la moneda y de los flujos monetarios. Para Herman Daly y muchos de sus colegas, el problema fundamental de la teoría económica convencional (neoclásica) es su incapacidad para analizar los flujos físicos o de materiales que son la esencia de todo sistema económico. En la versión de Daly y muchos de sus colegas, la teoría económica neoclásica está basada en la falacia del flujo circular de mercancías en un sistema que ignora el hecho fundamental de que los recursos naturales son finitos. Según esta visión de las cosas, los flujos económicos son expresados en términos monetarios y como tales, pueden expandirse sin límite, dando así la impresión errónea de que no hay límites al crecimiento. Según Daly a partir de este comienzo errado que descansa en el “fetichismo monetario” la teoría económica concluye que las cantidades físicas también pueden ser conducidas a un crecimiento ilimitado.
En realidad, el punto de partida de la teoría económica es exactamente el opuesto a lo que afirma Daly y sus colegas. Este discurso que llamamos teoría económica comenzó haciendo abstracción de la moneda para emprender el análisis de los fenómenos económicos. Hay varios factores que explican este proceder. Quizás el más importante es que desde su nacimiento, la economía política se vio envuelta en un debate de política económica en el que Smith criticó fuertemente a la visión mercantilista a la que acusaba de confundir la acumulación de metales preciosos con la riqueza de una nación.
Si bien Smith caricaturizó el pensamiento mercantilista, lo cierto es que una de sus conclusiones fue precisamente que la riqueza no era la masa de metales preciosos. Para Smith, el corolario es que para estudiar la riqueza hay que hacer abstracción de la forma económica de esa acumulación de metales preciosos que después fueron asimilados con la riqueza monetaria. Como dice Schumpeter en su Historia del análisis económico la moneda se presentó como una especie de velo, un manto que ocultaba la realidad de los fenómenos económicos.
Una vez que se había hecho abstracción de la moneda, también se había eliminado la unidad de cuenta que permitía medir y comparar los objetos físicos heterogéneos. Para poder avanzar en el análisis económico, se necesitaba restituir al mundo de los objetos físicos una unidad de medida. Eso es lo que hace la teoría del valor. O dicho en otras palabras, ¿para qué necesitamos una teoría del valor? La respuesta: para restituir al campo de análisis la posibilidad de realizar operaciones de medida sobre los bienes (físicos y heterogéneos) que ahora van a ser objetos de intercambios y comparaciones.
Por eso Adam Smith abre su Riqueza de las naciones construyendo una teoría del valor en oposición a una teoría monetaria. Y esta es la trayectoria que siguió la teoría económica neoclásica y ciertamente en su versión más desarrollada, la teoría de equilibrio general. Toda la teoría de precios en el enfoque neoclásico se desarrolla en un esquema no monetario: se analiza la determinación de precios relativos como tasas de sustitución entre bienes físicamente determinados, antes e independientemente de cualquier referencia a la moneda. Posteriormente se introduce la moneda como un dispositivo neutral que no afecta en nada la estructura y niveles de los precios relativos y las funciones de oferta y demanda que les están asociadas. Desde Smith y Ricardo, hasta Arrow y Debreu, pasando por Mill, Walras y Marshall, toda la teoría económica clásica y neoclásica ha seguido el mismo camino.
Es cierto que la forma específica de la teoría del valor que cada uno de estos autores ha desarrollado es distinta, pero les une un hilo conductor: la necesidad de establecer un espacio de conmensurabilidad para las “mercancías”, de entrada concebidas como objetos físicos bien diferenciados.
Es un gran error pensar que el problema de la teoría económica es su obsesión sobre las magnitudes monetarias y su incapacidad de dar cuenta de los flujos físicos de materiales. De hecho, es exactamente al revés: la teoría económica convencional se encuentra en casa hablando de magnitudes físicas y, en cambio, se encuentra muy incómoda hablando de la economía en términos monetarios. Por eso hay tantos modelos de equilibrio general aplicado que se concentran en flujos físicos de materiales (véase Kandelaars 1999 e Ibenholt 2002)
Quizás aquí es oportuno recordar el punto de vista de Marx sobre los valores de uso. Éstos, nos dice en varios textos, no nos dicen nada sobre las relaciones sociales de producción en las que existen. La importancia de todo esto para discusiones sobre la destrucción ambiental es que las fuerzas económicas detrás de la destrucción ambiental se expresan en magnitudes monetarias.
Una macroeconomía insuficiente con pésimas consecuencias para las políticas económicas
3. Para Daly, el problema central de nuestro tiempo es determinar la escala óptima de nuestras economías. Por eso recomendó desde 1991 (en un famoso artículo en Land Economics) el desarrollo de una macroeconomía ambiental. Pero su visión sobre la teoría macroeconómica y sobre las prioridades de la política macroeconómica deja mucho que desear. En Daly (2002) señaló que la política macroeconómica está obsesionada por el pleno empleo, la lucha contra la inflación y el crecimiento ininterrumpido. La realidad es que desde los años ochenta, la prioridad de la política macroeconómica en la gran mayoría de los países ha sido la estabilidad de precios. Para lograr la estabilidad de precios se pregona la austeridad fiscal y una política monetaria contraccionista. Los objetivos de pleno empleo y crecimiento fueron abandonados desde esos años. Claro, la expansión del sector financiero provocó la generación de burbujas y episodios de bajas tasas de interés, pero el marco de referencia siguió siendo la estabilidad de precios.
Los seguidores de la recomendación de Daly han recurrido al modelo IS-LM para introducir un componente ambiental. Pero tal parece que no se han percatado de dos cosas. Primero, que ese modelo fue el vehículo que el establishment académico utilizó para desvirtuar y asimilar los principales mensajes de la obra de John Maynard Keynes.
Los principales mensajes de la obra de Keynes estaban relacionados con la inestabilidad de las economías capitalistas, la incertidumbre que rodea las decisiones de inversión (y la demanda de moneda en general), así como las relaciones entre el sector financiero y los sectores reales de la economía. Ya conocemos la historia: la academia convencional los encontró demasiado subversivos y se dedicó a destruirlos. Parte del éxito del establishment, con los Hicks, Samuelson y Modigliani a la cabeza, se debió a que el propio Keynes no llevó a cabo una crítica más clara y decidida sobre la teoría económica convencional. Si tomamos ese antecedente en cuenta, es claro que el pronóstico para la escuela de economía ecológica no es muy halagüeño.
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NOTA: [1] Un análisis detallado de los temas aquí abordados se encuentra en mi libro Rethinking Macroeconomics for Sustainability (Zed Books, Londres, 2011).
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:
Daly, H. (2002). “Elements of Environmental Macroeconomics” en M. Munasinghe (editor), Macroeconomics and the Environment. Cheltenham: Edward Elgar. (Originalmente publicado en 1991 en Land Economics).
Kandelaars, P (1999) Economic Models of MaterialProduct Chains for Environmental Policy Analysis. Kluwer Academic Publishers.
Ibenholt, K. (2002) “Materials Flow Analysis and Economic Modelling”, en R. Ayres y L. Ayres (editores), A Handbook of Industrial Ecology. Cheltenham: Edward Elgar.
Alejandro Nadal es miembro del Consejo Editorial de SinPermiso.
Articulo tomado de Sin Permiso
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