lunes, 3 de enero de 2011

Michael Spence: ante un riesgo enorme de choque

Michael Spence, Project Syndicate

Es hora de que el G20 tome en serio su mandato de acordar medidas para estabilizar la economía global y encauzarla hacia un patrón de crecimiento más sostenible. Sin embargo, eso no está ocurriendo. El G20 se está comportando como una sociedad de debate en la que el discurso de cooperación que impulsó a principios de la crisis se ha convertido en una serie de acciones a menudo imprudentes y unilaterales por parte de sus miembros.

Con todo, hay varios riesgos significativos para la estabilidad y prosperidad de la economía global que se tienen que abordar urgentemente. Irlanda ha conducido a Europa a su segunda crisis de deuda soberana en un año. La esquizofrenia se ha apoderado de los mercados de capital, y los flujos de inversión van y vienen a través del Atlántico en respuesta al riesgo de contagio en Europa y a la expansión cuantitativa o QE2 emprendida en Estados Unidos.

Mientras tanto, los capitales están inundando unos mercados emergentes con tasas de interés más altas, y esto a su vez causa presiones inflacionarias, elevando los precios de las acciones y sometiendo a las divisas a una apreciación que puede poner en riesgo su competitividad. En resumen, se trata de distorsiones y dolores de cabeza para los encargados de la política económica que requieren respuestas defensivas no convencionales.

Las predicciones de empleo y crecimiento en los países avanzados son más modestas; un reconocimiento tardío de la realidad de una recuperación prolongada y difícil y de una nueva normalidad post crisis. Los déficit fiscales en el corto y medio plazo se observan como más peligrosos, debido a que estas previsiones de crecimiento sean más realistas y, por tanto, más bajas.

En Estados Unidos, los gestores de la política económica piensan que el elevado desempleo y un menor crecimiento requieren una respuesta política. Pensando en términos cíclicos, y puesto que las herramientas fiscales ya se han agotado, una nueva ronda de expansión cuantitativa (QE2) puede ser defendida como estrategia para mitigar el riesgo de otra desaceleración en los mercados de activos (principalmente el inmobiliario) y en las hojas de balance de las familias -y con ello la posibilidad de una dinámica deflacionaria-.

Es preocupante que en Estados Unidos se vea la QE2 como una estrategia de crecimiento porque no lo es, a menos que se piense que las bajas tasas de interés revertirán el proceso de desapalancamiento del sector privado, el aumento del consumo y la disminución del ahorro -un escenario que no es probable ni deseable-. También se asume que se puede postergar el tratamiento, tal vez permanentemente, para las limitaciones estructurales a la competitividad.

La opinión fuera de Estados Unidos es que la QE2 es un error con efectos externos negativos, o una política con una intención clara pero no anunciada de devaluar el dólar, una acción cuyos principales efectos negativos sobre el crecimiento y la competitividad se sentirían con mayor probabilidad en Europa que en China, la India o Brasil. Las acciones unilaterales en éste y otros temas han debilitado la misión del G20 de identificar y aplicar de forma coordinada políticas que brinden beneficios mutuos. Un requisito mínimo para el avance del G20 es que se discutan, y si es posible se acuerden previamente, las políticas de los países avanzados y emergentes que tengan efectos externos significativos.

Aparte de la necesidad de reducir el apalancamiento durante algunos años más, la economía estadounidense se enfrenta a problemas de largo plazo que tienen que ver con la demanda agregada, el empleo y la distribución de los ingresos, que no se pueden resolver sólamente mediante el consumo o la inversión. Estados Unidos necesita ampliar su participación en la demanda externa global, lo que requiere inversión en el sector público, cambios estructurales y una competitividad mejorada en el sector exportador.

Al mismo tiempo, Europa lucha para encontrar una solución a sus problemas de déficit y deuda tratándolos con soluciones de liquidez a corto plazo cuyo objetivo es ganar tiempo para la consolidación fiscal y, ante la falta de un mecanismo de tipo de cambio, una especie de proceso de deflación para restablecer la competitividad externa. El éxito de ninguna manera está garantizado y el resultado más probable es una secuencia de contagios y una mayor pérdida de confianza en el euro. La cuestión central es el reparto de la carga entre los tenedores de bonos, los ciudadanos de los países deficitarios, la Unión Europea y, por supuesto, el resto del mundo (a través del Fondo Monetario Internacional.)

Como resultado, las economías de mercado emergentes están en peligro. Pueden sostener tasas relativamente altas de crecimiento en caso de recuperaciones lentas y débiles en los países avanzados, excepto si hay una desaceleración importante en América del Norte o Europa (o en las dos), una erupción grave del proteccionismo o inestabilidad en los mercados financieros.

Las principales economías emergentes también producen efectos sistémicos cada vez mayores en el crecimiento y el empleo de una amplia gama de países, incluidos los avanzados, y así deben entenderlo. Las viejas asimetrías se están diluyendo y en el núcleo de la coordinación de la política económica global hay nuevos desafíos de distribución.

Durante la mayor parte del periodo de posguerra, los países avanzados crecieron mediante la ampliación de los conocimientos y la base tecnológica de sus economías. En una economía global que se abre rápidamente, las emergentes aprendieron cómo acceder a la tecnología y a los mercados y, de esa manera, crecieron a tasas sin precedentes y cada vez más rápido.

A medida que la actividad económica global cambió, y con ella evolucionó la estructura de todas las economías, los efectos distributivos fueron extremadamente benignos. Sin embargo, éso no era inevitable. Sucedió de esa manera porque, durante la mayor parte de ese periodo, los países avanzados se beneficiaron de la innovación dirigida por el mercado, mientras que las economías emergentes importaron conocimientos, exportaron bienes y servicios y tuvieron un impacto sistémico limitado en las economías avanzadas.

Pero ahora el patrón está cambiando. El volumen de las economías emergentes está creciendo y su posición en la cadena de valor global está cambiando rápidamente. Las encuestas sobre actitudes respecto a la evolución del sistema económico global muestran una creciente divergencia entre países, así como entre los distintos subgrupos dentro de los países. Lo que muy seguramente refleja las diferencias en la distribución fruto de este sistema económico. Es posible dirigir la interdependencia global de modo que amortigüe las tendencias de distribución negativas; pero eso requerirá mucha sabiduría y capacidad de discernimiento.

Éste debe ser el principal desafío del G20. Dicho de otro modo, no es suficiente reconocer nuestro interés colectivo en la apertura de la economía global. Necesitamos una disposición pragmática para adaptar los incentivos y los resultados de modo que se obtenga un reparto que permita a los actores principales mantener abierto el sistema teniendo en cuenta las limitaciones de sus políticas internas. La alternativa consistiría medidas unilaterales encaminadas a obtener las mismas metas, pero que provocarían desenlaces en los que todo el mundo saldría perdiendo.

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Origen: Project Syndicate

1 comentario:

  1. Con todo, hay varios riesgos significativos para la estabilidad y prosperidad de la economía global que se tienen que abordar urgentemente. sientemunich.com/vender-en-corto-ir-en-corto/

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