Robert J. Shiller, Project Syndicate
Los banqueros centrales de todo el mundo no vieron que se acercaba la actual crisis financiera antes de que comenzara en 2007. Martin Čihák, del Fondo Monetario Internacional, informó en julio de 2007 de que, de los 47 bancos centrales de los que se sabe que publicaron informes sobre la estabilidad financiera, “prácticamente todos” ofrecieron en los más recientes una “evaluación en conjunto positiva de su sistema financiero nacional”.
Y, sin embargo, aunque esos bancos centrales nos fallaron antes de la crisis, deben seguir desempeñando el papel principal en la prevención de la próxima crisis. Ésa es la conclusión, tal vez ilógica, a la que el Squam Lake Group [http://squamlakegroup.0rg/], centro de estudio compuesto por quince economistas financieros del mundo académico al que pertenezco, llegamos en nuestro informe recientemente publicado: Fixing the Financial System ("Para recomponer el sistema financiero").
Se necesitan urgentemente reguladores macroprudenciales (funcionarios gubernamentales que no se centren en la solvencia de las entidades financieras particulares, sino en la estabilidad de todo el sistema financiero) y los banqueros centrales son quienes, lógicamente, deben desempeñar ese papel. Otros reguladores no fueron mejores a la hora de predecir esta crisis, por lo que son menos aptos para prevenir la siguiente.
El nuevo gobierno de David Cameron en el Reino Unido parece haber llegado a la misma conclusión cuando anunció su propósito de transferir la autoridad reguladora del Organismo de Servicios Financieros al Banco de Inglaterra.
Pero no existe unanimidad sobre el papel regulador de los bancos centrales. En los Estados Unidos, por ejemplo, se reconoce la importancia de la regulación macroprudencial, pero no la de otorgar esa autoridad a la Reserva Federal. La recién aprobada legislación sobre la reforma financiera en los EE.UU. encomienda la política macroprudencial a un nuevo Consejo de Supervisión de la Estabilidad Financiera. Eso está bien, pero el Secretario del Tesoro de los EE.UU. será el presidente de dicho consejo y la Reserva Federal, pese a obtener nuevas competencias, será, en gran medida, tan sólo uno de muchos miembros.
Así, pues, el del jefe del consejo será el nombramiento político de alguien que procurará complacer al Presidente. La historia reciente muestra que quienes reciben un nombramiento político con frecuencia dejan de adoptar medidas valientes o impopulares para estabilizar la economía. Desde luego, un presidente moderno de los EE.UU. recuerda lo difícil que fue convencer a los votantes para que lo situarán donde se encuentra y está en permanente campaña para mantener índices de aprobación y preservar las perspectivas de su partido en las próximas elecciones. El Secretario del Tesoro forma parte del equipo del Presidente y trabaja en un despacho muy cerca de la Casa Blanca.
George W. Bush ganó las elecciones de 2000, pese a perder el voto popular. En 2003, Bush eligió como Secretario del Tesoro a John W. Snow, presidente de una compañía ferroviaria que, como dijo el articulista Alan Abelson de Barron, “podría no ser el más brillante del gabinete”. Snow tuvo una actitud de deferencia con el Presidente y apoyó acríticamente sus políticas hasta que abandonó su cargo en 2006, justo antes de que estallara la crisis. En virtud de la nueva ley, Snow habría estado a cargo de la estabilidad de toda la economía de los EE.UU.
Un tema que, como vio Bush, interesaba a los votantes en su campaña de reelección de 2004 fue el de la “sociedad de propietarios”. Según sostenía Bush, una economía lograda requiere que los ciudadanos aprendan a ser responsables de sus acciones y las políticas encaminadas a impulsar la propiedad de viviendas inculcarían esa virtud en gran escala. A los votantes les pareció bien, sobre todo si significaba políticas gubernamentales que fomentaban la burbuja inmobiliaria incipiente y hacían ponerse por las nubes el valor de sus inversiones en viviendas.
Snow repitió lo dicho por su jefe. “La economía americana es como un resorte, lista para saltar”, gorjeó en 2003. Dos años después, cuando se acercaba el punto culminante en las burbujas de los mercados de valores y de la vivienda, declaró que “podemos sentirnos satisfechos de que la economía está bien encarrilada y de forma sostenible”.
Pero Bush merece reconocimiento por haber recurrido también a Ben Bernanke en 2006 para Presidente de la Reserva Federal. Bernanke, que no formaba parte del equipo de Bush, estaba protegido contra las presiones políticas por la larga tradición existente en los Estados Unidos de respeto de la independencia de ese organismo. La elección de Bernanke, gran docto en la materia, fue, al parecer, el reflejo de la aceptación por parte de Bush del deseo del público de que se nombrara a un experto de primera fila.
Los mismos problemas ocurren en muchos otros países. Quienes son elegidos en parte para conseguir la victoria en las próximas elecciones ven mediatizado su juicio económico. Por ejemplo, en 2003 una crónica periodística informaba de que el Secretario del Tesoro australiano, Ken Henry, había advertido que había una “burbuja inmobiliaria” en aquel país, pero después se apresuró a intentar retirar su afirmación diciendo que no era “para citarla fuera de esta sala”. Al comienzo de este año propuso por fin una nueva política impositiva para aminorar la burbuja inmobiliaria australiana, que aún continuaba, pero ahora no consigue que su gobierno la aplique.
En cambio, en los últimos decenios los banqueros centrales de muchos países han logrado gradualmente la aceptación del principio de independencia respecto de las presiones políticas diarias. Ahora, en gran parte del mundo, el público comprende que se permitirá a los banqueros centrales hacer su trabajo sin intromisiones de los políticos. Existe una tradición del banquero central como un filósofo avezado en los asuntos del mundo, que propugna una política sensata a largo plazo, y esa tradición hace que a los banqueros centrales les resulte políticamente más fácil hacer lo que se debe hacer.
De hecho, si bien los bancos centrales del mundo no vieron la llegada de la crisis actual y no adoptaron medidas antes de 2007 para aliviar las presiones que la propiciaron, sí que reaccionaron decisiva y enérgicamente cuando la crisis se desarrolló con medidas internacionales coordinadas, facilitadas por la tradición de independencia y cooperación políticas que se ha desarrollado con los años entre los banqueros centrales.
La crisis ha puesto de relieve la extraordinaria importancia de la regulación macroprudencial. Aunque nuestros banqueros centrales no son jueces perfectos de la estabilidad financiera, siguen siendo quienes están en las mejores condiciones políticas e institucionales para garantizarla.
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Robert Shiller es un economista estadounidense que en los años 80 criticó la hipótesis de los mercados eficientes de Eugene Fama (que siguió haciendo furor durante dos décadas) y que el año 2000 publicó el libro Exuberancia Irracional, anticipando la actual crisis financiera.
Tomado de Project Syndicate
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