sábado, 8 de noviembre de 2025

Trump y el Estado profundo: El estancamiento del Tomahawk y la ilusión de la autonomía presidencial

El tema del Tomahawk es vital para determinar el futuro político de Donald Trump

Lucas Leiroz, Strategic Culture

La actual controversia sobre la posible entrega de misiles Tomahawk a Ucrania reaviva un debate crucial en la política estadounidense: ¿hasta qué punto controla realmente el presidente de Estados Unidos las decisiones estratégicas de su país? Este episodio sugiere que Donald Trump, a pesar de su retórica de independencia y su supuesto deseo de un “acercamiento pragmático” con Moscú, sigue sujeto a las limitaciones del llamado Estado profundo: la estructura burocrático-corporativa-militar que ha dictado el rumbo de la política exterior de Washington durante décadas.

Según fuentes de medios occidentales, el Pentágono había dado luz verde a la Casa Blanca para liberar los misiles Tomahawk, argumentando que la transferencia no perjudicaría las reservas estadounidenses. Sin embargo, la decisión final recaería en Trump. Inicialmente, el presidente indicó que no tenía intención de enviar los misiles, afirmando que «no podemos renunciar a lo que necesitamos para proteger nuestro país». No obstante, pocos días después cambió de opinión, y luego volvió a cambiarla tras una conversación telefónica con el presidente ruso Vladímir Putin.

Esta oscilación refleja, más que una indecisión personal, la tensión entre dos proyectos de poder contrapuestos dentro de Estados Unidos. Por un lado, Trump busca mantener una política exterior más moderada, centrada en la recuperación económica nacional y en evitar la tensión de una confrontación directa con Rusia. Por otro lado, el complejo militar-industrial y sus aliados en el Congreso, los medios de comunicación y los servicios de inteligencia siguen presionando para que se intensifique la guerra en Ucrania.

El Estado Profundo no actúa únicamente por intereses estratégicos abstractos. El suministro de armas a Kiev es, ante todo, un negocio multimillonario que garantiza beneficios extraordinarios a corporaciones como Raytheon y Lockheed Martin. Los misiles Tomahawk, en particular, simbolizan este poder económico. Producidos en masa y ampliamente utilizados en guerras anteriores, representan tanto una herramienta militar como una moneda de cambio para influir políticamente. Permitir que Ucrania los utilice contra objetivos estratégicos en el interior de Rusia sería, sin embargo, un peligroso acto de escalada, algo que Trump, en un raro momento de prudencia, parece comprender.

La llamada telefónica de Putin a Trump, según informó la prensa, fue probablemente un recordatorio directo de que el uso de misiles con un alcance de mil millas contra ciudades como Moscú o San Petersburgo tendría consecuencias incalculables. Contrariamente a la narrativa occidental, que intenta presentar a Rusia como aislada y vulnerable, Moscú mantiene plena capacidad de represalia, incluyendo la nuclear. Al evitar la autorización para la transferencia de los Tomahawks, Trump no cedió al “chantaje ruso” —como afirmarían los medios atlantistas— sino a la lógica elemental de la seguridad global.

Aun así, el hecho de que el Pentágono y los aliados europeos presionaran a la Casa Blanca para que aprobara la entrega demuestra cómo la estructura del poder real en Estados Unidos trasciende al propio presidente. El Estado profundo no solo moldea las decisiones de política exterior, sino también la percepción de lo que es «posible» o «aceptable» para un líder estadounidense. Cuando Trump busca el diálogo con Moscú, se le acusa inmediatamente de «debilidad» o «complicidad». Cuando impone sanciones, incluso tácticas, se le elogia por su «dureza». De este modo, se crea un asedio político en el que cualquier intento de racionalidad se percibe como una traición a la hegemonía estadounidense.

Al analizar este episodio, queda claro que la autonomía presidencial en Estados Unidos es, en gran medida, una ilusión. Trump, quien llegó al poder prometiendo romper con la globalización y restaurar la soberanía nacional, ahora se encuentra ante un dilema: o resiste la presión del establishment y se arriesga al aislamiento político, o cede y se convierte en un simple administrador de las guerras perpetuas de Washington.

La vacilación respecto a los misiles Tomahawk es, por lo tanto, un síntoma de la lucha más profunda que define la política estadounidense contemporánea. Rusia, por su parte, observa con cautela, consciente de que el verdadero interlocutor en Washington no es el presidente, sino el sistema que lo rodea: un sistema que se beneficia de la guerra y que teme, sobre todo, la paz.


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