viernes, 24 de octubre de 2025

Misiles y sanciones


Nahia Sanzo, Slavyangrad

Una llamada telefónica entre Sergey Lavrov y Marco Rubio, en la que el ministro de Asuntos Exteriores de la Federación Rusa únicamente reafirmó lo que el Kremlin lleva tres años y medio insistiendo, que la guerra no puede cerrarse en falso sino que ha de tratar sus causas fundamentales -especialmente la cuestión de la OTAN y la estructura de seguridad europea-, ha sido suficiente para volver a aparcar la diplomacia y volver a la fase de amenazas de este ciclo sin fin que condena a la guerra a escaladas periódicas acompañadas de elevación de la tensión mediática. El último episodio se ha desarrollado exactamente como los anteriores: apertura a la diplomacia auspiciada por la versión de Witkoff de lo que Rusia quiere y está dispuesta a ceder en una negociación, declaraciones triunfalistas sobre la voluntad de Putin y Zelensky de acabar esta guerra cuyo final debió haber sido sencillo, conversaciones según la versión de Rubio y paralización del diálogo, que cuando tenga que reanudarse, se hará nuevamente partiendo de cero. Este interminable ciclo ha dado como resultado la prolongación de la guerra mientras se hablaba de buscar una salida diplomática y, sobre todo, ha dejado abierto el terreno a una escalada progresiva en cada momento en el que el péndulo que oscila entre diplomacia y amenazas apuntaba a las amenazas.

Aparcado de momento el encuentro que Trump y Putin iban a celebrar en Budapest, para cuya cancelación ni siquiera ha sido necesaria la intervención de los y las escuderas de Zelensky, la coyuntura no solo ha dejado de lado la diplomacia, sino que se encamina a un empeoramiento notable. Disfrazando de deslealtad de Vladimir Putin su incompetencia a la hora de dirigir unas negociaciones en las que no dispone de la hegemonía y en las que no puede imponer su posición de forma inequívoca, rápida e incondicional como está acostumbrado, Donald Trump ha optado por la estrategia del cuanto peor, mejor para obligar a Rusia a ceder a sus exigencias.

A lo largo de las últimas horas, se han conocido tres noticias relativas a los dos aspectos más importantes a día de hoy para el Gobierno ucraniano: armas y sanciones (en este juego, el bienestar de la población o la situación en el frente son aspectos secundarios). “La administración Trump ha levantado una restricción clave sobre el uso por parte de Ucrania de algunos misiles de largo alcance proporcionados por aliados occidentales, lo que permite a Kiev intensificar los ataques contra objetivos dentro de Rusia y aumentar la presión sobre el Kremlin, según informaron el miércoles funcionarios estadounidenses”, afirmaba el miércoles por la noche una exclusiva publicada por The Wall Street Journal, que, en referencia a los Storm Shadow británicos afirmaba que, “la medida no anunciada de Estados Unidos para permitir a Kiev utilizar el misil en Rusia se produce después de que la autoridad para apoyar tales ataques fuera transferida recientemente del secretario de Defensa Pete Hegseth, en el Pentágono, al general Alexus Grynkewich, máximo responsable militar estadounidense en Europa, que también ejerce como comandante de la OTAN. La noticia se producía el mismo día en el que se conocía un ataque ucraniano contra una planta química en la región rusa de Bryansk, ataque en el que inmediatamente se había rumoreado el uso de misiles británicos. La forma en la que Donald Trump trató de negar la noticia muestra su complicada relación con la verdad. La noticia era, según publicó en su red social personal, “FAKE NEWS”. Su justificación, manifiestamente falsa, deja claro quién miente. “Estados Unidos no tiene nada que ver con esos misiles, vengan de donde vengan, o con qué hace Ucrania con ellos”, afirmó pese a que es conocido que, hace un año, Emmanuel Macron y Keir Starmer acudieron a Washington para solicitar a Joe Biden permiso para el uso de misiles Storm Shadow y Scalp británicos y franceses respectivamente, debido a sus componentes estadounidenses, un permiso que Trump podría revocar o ratificar, como es evidente que ha sucedido.

A la noticia sobre la mayor permisividad de Estados Unidos en el uso de misiles para los ataques en profundidad en territorio ruso, que Estados Unidos sabe que será utilizado para atacar las infraestructuras petrolíferas rusas, hay que añadir los dos anuncios estrella del día: las sanciones estadounidenses y las europeas. “Dada la negativa del presidente Putin a poner fin a esta guerra sin sentido, el Tesoro sanciona a las dos mayores empresas petroleras de Rusia que financian la maquinaria bélica del Kremlin”, declaró el secretario del Tesoro, Scott Bessent, que desde hace semanas utiliza sus apariciones mediáticas para dar órdenes a todos los países, especialmente a China e India, de abandonar inmediatamente las adquisiciones de petróleo ruso.

Al contrario que en tiempos de Biden, cuando la responsabilidad por las posibles consecuencias de expulsar del mercado a uno de los grandes productores de una mercancía tan importante provocaba cierta contención, el trumpismo opta por las sanciones más duras a su disposición, el veto a dos gigantes del sector, Lukoil y Rosneft. El objetivo, como los 18 paquetes de sanciones impuestos hasta ahora por la Unión Europea, es incrementar las medidas coercitivas para hundir la economía rusa y obligar a Rusia “a negociar”, eufemismo con el que Washington, Kiev y las capitales europeas indican su objetivo de que Moscú tenga que aceptar una forma de diplomacia en la que se encuentre entre la espada y la pared, sin voz, voto ni más opción que aceptar los términos impuestos.

En el caso de Washington, hay que añadir un objetivo independiente de la guerra y que se manifestó en la lucha estadounidense contra el Nord Stream, reflejo del intento de la Casa Blanca de expulsar a un rival potente del lucrativo mercado europeo. Curiosamente, las actuales sanciones contra el petróleo ruso coinciden con el “Mes Nacional de la Dominancia Energética”, un invento de Donald Trump para promocionar a algunos de sus principales patrocinadores. “Este mes, continuamos nuestra cruzada para recuperar el dominio energético estadounidense, mejorar la situación de los trabajadores estadounidenses, proteger la industria estadounidense, valorar los recursos estadounidenses y convertir a Estados Unidos en el país más próspero de la Tierra”, afirma el comunicado, escrito en primera persona, en el que Donald Trump proclama su cruzada y “en virtud de la autoridad que me confieren la Constitución y las leyes de los Estados Unidos, proclamo por la presente el mes de octubre de 2025 como el Mes Nacional de la Dominancia Energética” el “diecisiete de octubre del año dos mil veinticinco de Nuestro Señor y doscientos cincuenta de la Independencia de los Estados Unidos de América”.

Las sanciones contra el petróleo ruso no solo coinciden con el mes de promoción del crudo estadounidense, sino con una serie de incidentes menos tratados por la prensa que los sospechosos avistamientos de drones sobre aeropuertos europeos. “Las sanciones estadounidenses contra las compañías petroleras rusas estuvieron precedidas por presuntos actos de sabotaje, explosiones e incendios en refinerías de petróleo relacionadas con Rusia en Rumania, Hungría y Eslovaquia. Esto ocurrió después de que tribunales polacos e italianos liberaran a los sospechosos ucranianos del ataque a Nord Stream”, escribía ayer Leonid Ragozin. La guerra híbrida solo es noticiosa cuando puede -creíblemente o no, como ocurrió en el caso del Nord Stream- acusarse a Rusia. La prueba más clara es lo escrito esta semana por el ministro de Asuntos Exteriores de Polonia, jefe de la diplomacia de su país, que respondió a su homólogo húngaro estar “orgulloso del tribunal polaco que ha determinado que sabotear a un invasor no es un crimen. Es más, espero que tu valiente compatriota, el mayor Magyar, por fin tenga éxito en destruir el oleoducto que da de comer a la maquinaria de guerra de Putin y recibáis vuestro petróleo a través de Croacia”. Explotar un gasoducto propiedad del enemigo ruso, pero también del aliado alemán, no es suficiente y es preciso destruir el oleoducto que suministra petróleo a otro socio de la UE y la OTAN.

En clara coordinación con Estados Unidos, ayer la UE anunciaba su decimonoveno paquete de medidas coercitivas contra Rusia, reflejo de que los 18 anteriores no han dado el resultado que se esperaba, los países europeos y Estados Unidos siguen asumiendo que su capacidad sancionadora es la que disfrutaban antaño. Como escribía ayer el experto de Bloomberg Javier Blas, en referencia a las sanciones estadounidenses, “dificultarían las exportaciones petroleras de Moscú. Pero todo depende de su posterior aplicación, y hasta ahora, hemos visto poca disposición en Washington. En última instancia, Rusia encontrará soluciones alternativas”. Lo mismo puede aplicarse a las sanciones europeas, que ahondan en la prohibición del gas natural licuado ruso.

“A Putin le ha pillado por sorpresa”, escribía, mostrando su capacidad de adentrarse en la mente del presidente ruso, el ministro de Asuntos Exteriores de Lituania, que se congratulaba por las sanciones y añadía que “solo la alianza transatlántica, que presiona a Rusia donde más le duele, puede obligar a Putin a dejar de burlarse deliberadamente de los esfuerzos de paz liderados por Estados Unidos y a aceptar finalmente el alto el fuego incondicional. Apoyo total a las sanciones estadounidenses contra las grandes petroleras rusas y al decimonoveno paquete de sanciones de la Unión Europea, que afectan al motor de la economía de guerra rusa”. “Boom”, añadía el secretario general del Ministerio de Asuntos Exteriores de Estonia, celebrando con una onomatopeya las nuevas sanciones, y añadiendo la certeza de cada uno de los paquetes aprobados. “Y ahora, empezamos a trabajar en el 20º. Sólo nos detendremos cuando el agresor busque una paz justa”. La única propuesta de la UE es escalar la guerra económica y continuar explotando y desangrando a Ucrania -opción preferida también por el Gobierno de Kiev- mientras sea necesario.

Evidentemente esperanzado por la cancelación de la diplomacia y espoleado por la imposición de las últimas sanciones contra Rusia, Zelensky no ha perdido el tiempo y tras agradecer a Estados Unidos y la UE haberle dado exactamente las medidas económicas que esperaba, ha vuelto a exigir los deseados Tomahawk. Acostumbrada a lograr antes o después todo lo que pide, Ucrania insiste en obtener armas capaces de obligar a Rusia a activar su doctrina nuclear, un riesgo que no parece importar en Kiev. Además de las exigencias armamentísticas, Ucrania insiste también en otros aspectos políticos y militares. “Coordinamos nuestras posiciones de cara a la próxima reunión de la Coalición de Voluntarios. Ahora es el momento en que existe una verdadera posibilidad de poner fin a la guerra y detener a Rusia. Para lograrlo, debemos seguir aumentando la presión sobre la Federación Rusa, ampliar el apoyo a Ucrania y ultimar las garantías de seguridad. Debatimos las consecuencias de los ataques rusos contra Ucrania y el fortalecimiento de nuestra defensa aérea y resiliencia energética; esta es una de nuestras prioridades clave en este momento. La cooperación en defensa también fue un tema central, incluyendo soluciones concretas que pueden fortalecer a Ucrania”, escribió Zelensky acompañando el texto con una vídeo de un gran abrazo con Macron. El post del presidente ucraniano es el anticipo del encuentro de hoy de la única negociación que interesa a Ucrania, aquella que realiza con sus aliados europeos y en la que consigue exactamente las promesas que pide: armamento, financiación y perspectivas de presencia militar de países de la OTAN como prerrequisito para un acuerdo de paz. El hecho de que esa demanda sea posible únicamente con Rusia militar o económicamente derrotada es irrelevante y Ucrania espera que sus aliados puedan imponer esos términos sobre el enemigo común, Rusia, contra quien luchan desde 2022 a través de Ucrania y para lo que siguen necesitando a Estados Unidos.

Pueda admitirlo o no, Ucrania ha de ser consciente de que no puede ganar ni la guerra ni la paz en el frente, por lo que su fuerza no es su ejército, como ocurre en el caso de Rusia, sino el peso de sus aliados. El hecho de que actualmente trabajen perfectamente alineados ha provocado la cara de completa satisfacción de Mark Rutte el miércoles por la noche en su reunión con Donald Trump en la Casa Blanca, la relajación de Kaja Kallas, el orgullo de Andriy Ermak por haber logrado las sanciones que buscaba, las sonrisas incontroladas de Zelensky y la euforia de Emmanuel Macron o Donald Tusk. Confiados en que, a medio plazo, las medidas coercitivas obligarán a Rusia a ceder, ninguno de los países que han adoptado nuevas sanciones parece preocuparse por la certeza de que esta escalada política y económica implica un nuevo recrudecimiento de la guerra.


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