Nahia Sanzo, Slavyangrad
Caótico en las formas, contradictorio en los contenidos y liderado por personas cuya autoridad es dudosa -Witkoff negociaba con Irán la reducción de la cantidad de uranio que el país persa podría enriquecer hasta que Trump irrumpió en el diálogo para exigir la prohibición de todo enriquecimiento- y cuyo conocimiento es cuestionable, el proceso diplomático de búsqueda de paz en Ucrania sigue caminando en círculos. El proceso, carente de continuidad y plagado de vaivenes, cambios de opinión y falta de una estrategia coherente, se reduce al intento de acomodar posturas contradictorias a partir del diálogo directo o indirecto entre tres actores fundamentales: Estados Unidos, la Federación Rusa y la dupla Ucrania-países europeos. A base de incentivos y amenazas y siguiendo la lógica del plan publicado hace más de un año por Kellogg y Fleitz como parte del planteamiento de política exterior del America First Policy Institute como aspirante a convertirse en el programa político de la administración Trump, Estados Unidos ha tratado de convertirse en el nexo de unión entre todos los intereses encontrados.
En ese proceso, Washington se ha garantizado lucro económico de Ucrania, sigue intentando hacer lo propio de Rusia (fundamentalmente en su sector energético) y ha llegado a un acuerdo comercial con la Unión Europea en el que Estados Unidos obtiene todos los beneficios y los países europeos realizan todas las concesiones, entre ellas un compromiso de invertir en energía y armamento estadounidense. Las cesiones europeas para lograr un acuerdo comercial según los términos dictados por Donald Trump buscaban, además de evitar la inestabilidad e incertidumbre económica, adquirir crédito con el actual presidente estadounidense para conseguir una postura favorable a los intereses europeos en la cuestión ucraniana, una “mala guerra” para Trump, pero calificada como existencial por Bruselas, Berlín, París y también Londres. En este proceso de idas y venidas, reproches y acusaciones cruzadas, la principal preocupación de los actores europeos ha sido el temor a una paz que, como admitiera la primera ministra danesa, podría ser, para los países europeos, “incluso más peligrosa que la guerra”. Sería así en caso de que se produjera como resultado de un acuerdo entre Rusia y Estados Unidos, ignorando los intereses y la voluntad de los países europeos, que desde que las delegaciones lideradas por Marco Rubio y Sergey Lavrov se reunieran por primera vez rompiendo la voluntad occidental de aislar completamente a Moscú, han tratado de imponer su presencia en la negociación para la resolución de la guerra.
Esa voluntad se repite ahora, cuando se confirma la reunión entre Vladimir Putin y Donald Trump, reproduciendo la indignación causada en Kiev y las capitales europeas cuando se dio a conocer la primera reunión entre Estados Unidos y Rusia o cuando, tras toda una serie de contactos bilaterales, se difundió la “oferta final” de Washington, que se esperaba que Ucrania aceptara sin rechistar. Han pasado cuatro meses desde aquel momento y las posturas no han cambiado. La “oferta final”, presentada por Steve Witkoff a Vladimir Putin en Moscú, fue contrarrestada por la propuesta ucraniana y europea, que gracias a la intervención de Keith Kellogg y Marco Rubio, rápidamente se convirtió en la base de la política estadounidense con respecto a Ucrania. Como ya se explicó con mayor profundidad el pasado mes de abril, cuando Reuters publicó los términos de ambos textos, imponer uno u otro implicaba también la vía de negociación y el tipo de resolución que se buscaba. A través de la hoja de ruta de Witkoff, considerada prorrusa pese a dejar la puerta abierta a la introducción de tropas de países de la OTAN en Ucrania, Rusia buscaba una negociación de base que llevara a un acuerdo final, un tratado vinculante que tratara todas las cuestiones principales de la guerra: seguridad, territorios, derechos de las diferentes poblaciones y levantamiento de las sanciones. Con su contrapropuesta, rápidamente adoptada por Keith Kellogg como propuesta estadounidense que Rusia tenía que aceptar, los países europeos imponían un alto el fuego y un posterior proceso de negociación para congelar el conflicto militar y perpetuar el político, una forma de detener los avances rusos, reducir el peligro para Ucrania, y mantener a Moscú como la amenaza que justifica la política de partición del continente, sanciones, aislamiento, rearme y cierre de filas atlantista.
Sin sorpresas, el mismo día en el que los medios publicaron los detalles que se han filtrado de la reunión de Witkoff y Putin en el Kremlin, los países europeos contraatacaron con argumentos muy similares, si no exactos, a los utilizados en abril. Más explícito que los demás, el Gobierno británico exigió ser invitado a la cumbre de Alaska, que los países europeos pretenden convertir en un todos contra Rusia en el que lleven la voz cantante y se imponga su vía preferida a la resolución del conflicto, empezando por el alto el fuego incondicional que desde marzo exigen a Moscú. Y a lo largo del sábado, las comunicaciones de los diferentes líderes europeos con Volodymyr Zelensky insistían en una misma idea, el “nada sobre Ucrania sin Ucrania. Tenemos que estar unidos”, que escribió Pedro Sánchez en su tuit sobre la conversación con el presidente ucraniano. De una forma algo más extensa y añadiendo la exigencia de la Unión Europea de estar presente en una resolución en la que la posición que Trump le ha reservado es la de correr con los gastos, Emmanuel Macron escribía que “El futuro de Ucrania no puede decidirse sin los ucranianos, que llevan más de tres años luchando por su libertad y seguridad. Los europeos también serán necesariamente parte de la solución, ya que su propia seguridad está en juego”.
La lentitud y torpeza con la que han reaccionado los países europeos, convencidos hasta el mismo miércoles de que su posición se había reforzado a base del enfado de Trump con Vladimir Putin, con Narendra Modi y con Lula da Silva y gracias a los compromisos europeos de inversiones masivas en Estados Unidos, se debe, al menos en parte, a la incoherente información recibida por parte de sus aliados norteamericanos. Según The Wall Street Journal, desde la celebración de la reunión en el Kremlin hasta el sábado, se produjeron tres llamadas telefónicas en las que oficiales estadounidenses dieron diferentes versiones de la postura rusa. En la primera, Donald Trump afirmó, según el medio, que Rusia estaría dispuesta a retirarse de Zaporozhie y Jersón a cambio de obtener todo Donbass, una propuesta absolutamente inverosímil en las condiciones actuales, pero que se había publicado ya en medios como Newsweek. El incoherente artículo consideraba creíble que Rusia estuviera dispuesta a entregar parte del territorio que controla a cambio de un alto el fuego que no ha solicitado. En la segunda llamada, Steve Witkoff negó lo afirmado por Trump, “sugiriendo tanto que Rusia se retiraría como que congelaría el frente”. En la tercera, siempre según la misma fuente, en una conversación exigida por los confundidos aliados europeos y en la que solo Witkoff estaba presente, el enviado de Trump “claramente afirmó que la única oferta que estaba sobre la mesa era que Ucrania se retirara unilateralmente de Donetsk a cambio de un alto el fuego”.
Los contactos realizados a lo largo del sábado entre los diferentes líderes europeos, las conversaciones con Zelensky y la reunión de Andriy Ermak y su escudero Rustem Umerov en Londres con el ministro de Asuntos Exteriores del Reino Unido, David Lammy, y el vicepresidente de Estados Unidos, JD Vance se han concretado en un comunicado conjunto de varios líderes europeos y en la contrapropuesta continental cuyo esbozo publicaba ayer The Wall Street Journal. Todo ello puede resumirse en lo escrito por Andriy Ermak tras su reunión. “Nuestras posturas fueron claras: una paz sólida y duradera solo es posible con Ucrania en la mesa de negociaciones, con pleno respeto a nuestra soberanía y sin reconocer la ocupación. Un alto el fuego es necesario, pero la línea del frente no es una frontera. Nuestros socios no nos apoyan sólo con palabras: la ayuda continuará en las esferas militar, financiera y de sanciones hasta que cese la agresión”, escribió en un mensaje que complementa hoy con otro en el que se reafirma en las intenciones ucranianas y culmina con el habitual “paz por medio de la fuerza” que Ucrania entiende de una forma mucho más literal que Donald Trump. El objetivo de Ucrania, más allá de estar en la reunión, es presionar para una solución temporal a la guerra que no pase por un tratado vinculante que reconozca como rusos todos o parte de los territorios que Ucrania ha perdido en la guerra. Ucrania, como los países europeos, dice querer un final de la guerra, un cese de la guerra que sea definitivo y critica que Rusia quiera unos territorios que no ha conseguido obtener por sus propios medios, pero exige unas condiciones que ha tratado de imponer sin éxito por la vía militar y que tampoco se corresponden con la realidad.
“El camino hacia la paz para Ucrania debe determinarse conjuntamente con Ucrania; esto es fundamental. Es importante que enfoques conjuntos y una visión compartida contribuyan a una paz genuina. Una posición consolidada. Alto el fuego. Fin de la ocupación. Fin de la guerra”, escribió el sábado Volodymyr Zelensky, nuevamente exigiendo a Rusia la rendición unilateral que solo puede imponerse por medio de la victoria militar que Kiev no ha conseguido a pesar de su triunfalismo, del supremacismo europeo que ha dado por hecho el mayor valor de los soldados ucranianos y de las armas occidentales, de las sanciones que debían acabar con la economía rusa y de los miles de millones en suministro militar y financiero.
A las quejas ucranianas por los términos que se están manejando en los medios hay que añadir el nerviosismo europeo por volver a ver su opinión ignorada y arriesgarse a la derrota estratégica que supondría una resolución que implicara la readmisión de Rusia en las relaciones internacionales occidentales y el levantamiento de las sanciones. Sin esconder realmente que sus intenciones no se limitan a la protección de Ucrania sino que se extienden a sus propios intereses, la carta firmada por el presidente francés Macron, la primera ministra italiana Meloni, el canciller alemán Merz, la presidenta de la Comisión Europea von der Leyen y el presidente finlandés Stubb afirma que “compartimos la convicción de que una solución diplomática debe proteger los intereses vitales de seguridad de Ucrania y Europa. Estamos de acuerdo en que estos intereses vitales incluyen la necesidad de garantías de seguridad sólidas y creíbles que permitan a Ucrania defender eficazmente su soberanía e integridad territorial. Ucrania tiene libertad para decidir su propio destino. Solo pueden celebrarse negociaciones significativas en el contexto de un alto el fuego o una reducción de las hostilidades. El camino hacia la paz en Ucrania no puede decidirse sin Ucrania. Seguimos comprometidos con el principio de que las fronteras internacionales no deben modificarse por la fuerza. La línea de contacto actual debe ser el punto de partida de las negociaciones”. Las ideas básicas, expresadas también por Zelensky y Ermak son la necesidad de un alto el fuego, pero siempre sin reconocimiento de ningún cambio de fronteras y el mantenimiento de la exigencia de integridad territorial de Ucrania, que insiste en la misma idea pese a haberse probado imposible de conseguir por la vía militar y de las sanciones. En otras palabras, se trata de la perpetuación del conflicto político continental a base de no aceptar unos términos definitivos, lo que impide que pueda haber una resolución concluyente.
Para conseguir sus objetivos, presionar a Donald Trump en busca de una postura más beligerante hacia Rusia en la reunión del viernes y la imposición de sus términos, no los que ahora mismo tiene sobre la mesa Estados Unidos, los países europeos han preparado ya su contrapropuesta. Con la esperanza de tener el éxito que obtuvieron en abril, cuando la “oferta final” de Witkoff quedó aparentemente olvidada -aunque realmente los términos que se manejan de la propuesta estadounidense a Rusia son básicamente los detallados en aquella hoja de ruta, recuperada cuatro meses después-, los países europeos proponen una vía al alto el fuego más acorde a sus necesidades.
“La propuesta europea incluye la exigencia de que se produzca un alto el fuego antes de dar cualquier otro paso. También establece que el intercambio de territorios solo puede realizarse de forma recíproca, lo que significa que si Ucrania se retira de algunas regiones, Rusia debe retirarse de otras”, escribe The Wall Street Journal. Parece obvio que, al referirse a la retirada rusa de territorios, los países europeos no se refieren a Járkov o Sumi, sino a Zaporozhie y Jersón, es decir, a lo que creyeron escuchar de Donald Trump. Esa idea, la retirada rusa de todos los territorios salvo Donbass y Crimea es sorprendentemente similar a la oferta rusa a Ucrania en la primavera de 2022, cuando aún no se había producido gran parte de la destrucción y la muerte que se han dado desde entonces. En aquel momento, la oferta fue considerada inaceptable por los países europeos y por Ucrania, que optaron por el “simplemente vamos a luchar” supuestamente expresado por Boris Johnson y que representaba el sentir de todas las capitales europeas y de Kiev.
Presentado al vicepresidente JD Vance, al secretario de Estado Marco Rubio, a Keith Kellogg y a Steve Witkoff, enviados de Trump para Ucrania y Rusia respectivamente, el plan europeo “también estipula que cualquier concesión territorial por parte de Kiev debe estar respaldada por garantías de seguridad inquebrantables, incluida la posible adhesión de Ucrania a la OTAN”.
El déjà vu es evidente. Mientras Estados Unidos propone algo muy similar a su “oferta final” de abril, los países europeos y Ucrania recuperan su contrapropuesta en busca de un alto el fuego que impida más avances rusos, el paso de la guerra sin fin al conflicto político eterno y el mantenimiento de la exigencia futura de integridad territorial protegido por la presencia sobre el terreno de tropas de países de la OTAN a la espera de que un cambio en la Casa Blanca dé a Ucrania el sueño de la adhesión al bloque. En otras palabras, la hoja de ruta que Kellogg hizo suya en abril y cuyo resultado ha sido la continuación de la guerra ante lo inviable de los términos.
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