viernes, 15 de agosto de 2025

Brecht no creía que la guerra fuese el destino trágico de la humanidad

El 14 de agosto de 1956 falleció Bertolt Brecht, uno de los dramaturgos, poetas y pensadores más importantes del siglo XX. Un marxista poco ortodoxo que buscó nuevas formas de unir el arte y la política

Harrison Stetler, Jacobin

En la reciente puesta en escena de Madre Coraje y sus hijos, dirigida por Lisaboa Houbrechts y presentada en junio en París dentro de una gira europea, la decisión más audaz fue reemplazar el célebre carro de mercado por una enorme bola y una cadena. En la obra maestra de Brecht, una parábola sobre los peligros de la guerra, el carro ya funciona como una carga absurda —y hasta como un personaje en sí mismo).

En 1933, cuando los nazis llegaron al poder, Brecht se vio forzado a huir de su Alemania natal. Escribió la obra en 1939, durante su exilio, junto a su frecuente colaboradora Margarete Steffin. En ese momento se encontraba en la cima de su talento poético y político, produciendo obras que denunciaban los peligros inminentes del fascismo y el militarismo. Madre Coraje no se estrenó sino hasta 1941, en Suiza. Para entonces, sin embargo, la marcha hacia la guerra ya había estallado en otro conflicto de alcance mundial.

Sería exagerado calificar a Brecht de pacifista. Su conocimiento de primera mano de la amenaza del fascismo en su época era demasiado agudo para ello. Los frescos políticos e históricos de Brecht, como La vida de Galileo o Terror y miseria del tercer Reich, son casi documentales, con un trasfondo políticamente comprometido y firmemente pedagógico. Pero, como también sabía Brecht, los conflictos tienden a cobrar vida propia, absorbiendo los motivos de los beligerantes e imponiendo su propia lógica hasta que la guerra se convierte en un fin en sí misma.

Por eso Madre Coraje y sus hijos resulta tan urgente hoy en día. Anna Fierling, la «Madre Coraje» del título, es una pequeña comerciante que arrastra su carro de mercancías por una Europa central devastada por la Guerra de los Treinta Años a principios del siglo XVII. Decidida a salir adelante, Fierling persigue cualquier oportunidad de ganancia en un conflicto que finalmente arrasa con todo lo humano que le importa: sus tres hijos, Eilif, Schweizerkas («Queso Suizo») y Kattrin. Todos mueren como precio del oportunismo mercachifle de su madre. Fierling es la eterna mujer de a pie que cree que, con un poco de suerte y empuje, el drama que la rodea podría dejarla ilesa, y quizás incluso darle la oportunidad de ganar unos pesos en el camino. No es la única, por supuesto. El lucro de guerra condensa esa ilusión mucho más extendida de que algo positivo podría salir de un conflicto militar.

Pero un carro de mercado es algo tangible: un instrumento claro de fuerzas y relaciones sociales. Es, literalmente, el vehículo de los sueños de supervivencia de Fierling, pero también de su alienación, empujándola hacia adelante mientras sus hijos son arrastrados por la corriente. Eilif, el mayor, es ejecutado tras robar y matar a un campesino durante una pausa en las hostilidades. El torpe Queso Suizo es capturado por fuerzas católicas que lo ejecutan para obtener la caja llena de monedas abandonada por un destacamento protestante derrotado. Para evitar compartir su destino, Fierling debe ocultar su asombro cuando los soldados enemigos le muestran el cuerpo de su hijo. Kattrin, que es muda, se sacrifica. Madre Coraje la deja con el carro y se dirige a un pueblo protestante cercano para cargar provisiones (durante otra tregua, los precios son bajos) cuando se aproxima un ejército católico. Temiendo que el pueblo no tenga ninguna posibilidad si es tomado por sorpresa, Kattrin agarra un tambor y lo golpea desde lo alto del carro para despertar a la guarnición, hasta que es abatida por los soldados que avanzan.

A pesar de todo, Fierling sigue obstinada, ciegamente convencida de que es ella quien lleva las riendas: «Espero poder tirar del carro yo sola. No pasa nada, no lleva mucho dentro. Hay que volver al trabajo», dice justo antes del telón final, cuando acepta dejar atrás el cadáver de Kattrin y seguir adelante: «¡Llévame contigo!».

La bola y la cadena de la versión de Houbrechts, en cambio, nos lleva a un terreno mucho más esencial. Se puede lamentar y deplorar la guerra, pero es el trágico destino de la humanidad, parece decir esta producción por lo demás convincente. Añade una sobredosis de absurdo más cercana a los mundos imaginados por Samuel Beckett que a su contraparte alemana y marxista. No se trata de una decisión anecdótica. Más bien forma parte de la elección más amplia de deshistorizar una obra como Madre Coraje, lo cual no es lo mismo que «modernizarla». Que la guerra sea un elemento inexorable de la naturaleza humana es, precisamente, la conclusión que no debería extraerse de una obra como la de Brecht.

En Madre Coraje, el conflicto es todopoderoso, si no hegemónico. Pero sigue siendo el resultado final de decisiones individuales y relaciones sociales, y no algo fatalmente inevitable. No es una plaga causada por un rasgo metafísico atemporal. Brecht quiere confrontar a su público con el contraste entre la realidad de la agencia individual y las fuerzas más amplias, aparentemente implacables, que la constriñen y desfiguran. Es trágico, pero no en el sentido edulcorado en que hoy se usa esa palabra para referirse a casi cualquier cosa triste o lamentable con la que haya que lidiar.

En medio del creciente coro a favor del rearme y la preparación militar, los europeos se están volviendo demasiado insensibles a discursos como éstos. No deja de ser irónico que un Brecht llevado demasiado lejos pueda convertirse en símbolo de un clima cultural contra el que su diatriba antimilitarista pretendía en realidad advertir. A menudo oímos decir que un continente pacífico como Europa está «despertando» a la realidad de un mundo que sigue siendo esencialmente violento. «Europa olvidó que estaba en una jungla», dijo en 2022 el entonces comisario de Asuntos Exteriores de la Unión Europea, Josep Borrell; debe luchar para preservar el «edén» que todavía representa. El presidente francés Emmanuel Macron se ha lamentado con nostalgia de que lo «trágico» en la historia haya regresado una vez más.

La guerra «ha quedado desacreditada durante algún tiempo», escribió Brecht en un poema mordaz y sarcástico de 1945. Ese tiempo parece estar llegando a su fin, a medida que los europeos son conducidos hacia un nuevo militarismo que se presenta como una carga inevitable, algo que no nos queda más remedio que aceptar y arrastrar con nosotros. Puede que para Brecht también pudiera adquirir esos rasgos, pero solo como la consecuencia absurda de un gran número de decisiones y fuerzas humanas. Por tanto, hasta entonces, es evitable.


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