Una mirada no convencional al modelo económico neoliberal, las fallas del mercado y la geopolítica de la globalización
jueves, 3 de abril de 2025
La paz y el peligro
Nahia Sanzo, Slavyangrad
“Rusia debe abandonar sus tácticas dilatorias. Debe corresponder aceptando sin demora, como lo ha hecho Ucrania, un cese del fuego inmediato e incondicional. Necesitamos ver avances en un plazo claro”, escribió el lunes en las redes sociales Kaja Kallas. La líder de la diplomacia europea y exprimera ministra de Estonia exigía, como están haciendo estos días otras figuras europeas, que Moscú acepte y cumpla el alto el fuego completo que, afirman, Ucrania ya aceptó en Yeda en su reunión con Estados Unidos. Esta versión, en la que Kiev es la parte que defiende la necesidad de paz a la mayor brevedad, que sugiere también que Ucrania está adhiriéndose a los términos pactados, olvida mencionar que el acuerdo partió del desequilibrio de fuerzas en esa relación. Ucrania había llegado a Arabia Saudí con la intención de proponer una tregua en la que se prohibiera atacar en el aire y en el mar. Fuera del juego de la guerra desde hace mucho tiempo, el alto el fuego marítimo habría sido sencillo de lograr, aunque no así el aéreo, clave en estos momentos en los que, además de contar con una aviación más potente y un arsenal de misiles incomparable, Rusia ha conseguido recuperar el terreno perdido en el ámbito de la dronería que, como han mostrado recientemente los testimonios de soldados ucranianos en el frente de Kursk, está marcando la situación en la primera línea de las batallas más activas.
Tras horas de negociaciones, como ha admitido uno de los negociadores ucranianos, el cansancio pasó factura y se aceptaron unos términos que contradecían la propuesta inicial. En otras palabras, Ucrania se vio obligada a aceptar una propuesta que había rechazado apenas un día antes alegando que cualquier alto el fuego completo beneficiaba a Moscú, necesitada de un descanso para sus exhaustas tropas. Días después, cuando se constató que Estados Unidos carece de las cartas que sí tiene con Ucrania para obligar a Kiev a aceptar incondicionalmente el alto el fuego (de ello dependía que Washington levantara la suspensión de la entrega de armamento e inteligencia, imprescindible para que Kiev pueda seguir luchando en esta guerra proxy), esas agotadas tropas recuperaron prácticamente todo el territorio de la principal baza de Volodymyr Zelensky, el territorio de Kursk. El discurso y la propaganda de guerra casi nunca se corresponden con la realidad, algo que afecta también a la Unión Europea que, en el pacifismo sobrevenido en el que se ha instalado desde que Ucrania aceptara el alto el fuego de Yeda, persiste en su narrativa de incondicionalidad y de unas exigencias que hacen imposible cualquier avance hacia un proceso de negociación.
En la segunda parte de su mensaje del lunes, anticipo al comunicado conjunto tras la reunión del formato G5+ o Weimar+, Kaja Kallas insistía en la paz justa y duradera, que según los términos de la Fórmula de Paz de Ucrania equivale a la victoria completa de Kiev, y ratificaba la voluntad de continuar ayudando a Ucrania política, financiera, económica, humanitaria, militar y diplomáticamente. Y al igual que el comunicado conjunto publicado por el Ministerio de Asuntos Exteriores del país anfitrión de esa reunión, España, insistía en el apoyo inquebrantable “a la independencia, la soberanía y la integridad territorial de Ucrania”. Esa visión de la recuperación de todos los territorios perdidos, que requiere la derrota militar completa de la Federación Rusa -ningún Gobierno ruso puede permitirse entregar el control sobre Crimea si no es tras un colapso completo- siempre ha sido improbable, aunque es aún más evidente desde el fracaso de la contraofensiva ucraniana de 2023, cuando Kiev no solo no llegó a las puertas de Crimea sino que, con toda la ayuda posible de Estados Unidos en forma de equipamiento, munición, inteligencia en tiempo real y asistencia en la búsqueda de objetivos rusos, ni siquiera fue capaz de romper el frente en los campos de Zaporozhie y poner en peligro el control de Melitopol. Perdida la baza de Kursk, recuperar territorios perdidos es aún más difícil.
La exigencia de recuperación de las fronteras de 1991 -algo que actualmente ni siquiera hacen seriamente ni la parte de la extrema derecha que lleva once años en las trincheras ni el Gobierno ucraniano, dispuestos a ceder temporalmente algunos territorios- exige una guerra eterna en la que Kiev precisaría de aún más recursos de los que ha dispuesto hasta ahora, que ha contado con el apoyo incondicional de Estados Unidos, que ha dirigido la guerra por poderes desde su base en Alemania. Aun así, conscientes de que Washington no va a ofrecer ya esos servicios, los países europeos insisten en que “no puede haber ningún acuerdo que comprometa la seguridad euroatlántica y la independencia, la soberanía y la integridad territorial de Ucrania”. Es decir, no puede haber un acuerdo que no implique la victoria militar completa contra Rusia o que se produzca al margen de la OTAN y la Unión Europea, que aún no ha sido invitada a las negociaciones, posiblemente porque supondría un obstáculo para cualquier avance.
Pese al discurso de paz incondicional que Rusia debe aceptar pero en el que no se pide a Ucrania que no ataque autobuses civiles en la ciudad de Gorlovka (causando 15 heridos en la ciudad de Donbass, en la primera línea del frente desde el verano de 2014) o que no haga explotar la estación de bombeo de Suya para posteriormente culpar a Rusia, la postura de los países de la UE sigue siendo abiertamente hostil al cese de la guerra si no es en condiciones de derrota rusa. Es lo que se deduce de las declaraciones de los países bálticos a Financial Times. Si hace unas semanas era la primera ministra de Dinamarca quien afirmaba que un alto el fuego podía ser más peligroso que la guerra, ahora son Lituania, Letonia y Estonia los que utilizan la prensa para avivar las posturas más beligerantes.
“«Todos entendemos que, una vez que cese la guerra en Ucrania, Rusia redistribuirá sus fuerzas muy rápidamente», declaró el ministro de defensa estonio, Hanno Pevkur, a Financial Times. «Eso también significa que el nivel de amenaza aumentará significativamente y muy rápidamente»”, escribe el medio. “No nos hagamos ilusiones. No nos engañemos pensando que Rusia estará acabada después de Ucrania”, afirmó su homóloga lituana, Dovilė Šakalienė, que hizo una pausa en sus plegarias y rezos por los soldados estadounidenses desaparecidos en unas maniobras en Lituania para avivar la sensación de peligro. “Rusia aprovechará este tiempo tras el alto el fuego para reforzar su capacidad militar. Ya cuenta con un enorme ejército entrenado para el combate, que va a crecer aún más”, añadió sin explicar la contradicción entre la posibilidad de derrotar a ese ejército en el frente ucraniano y el temor a que esas tropas de las que se dice están exhaustas y en descomposición puedan invadir países de la OTAN.
El ministro de defensa estonio estima en 600.000 las tropas rusas actualmente en Ucrania y advierte en el tono condescendiente y clasista de quien se considera moralmente superior que “estos hombres no volverán a las diferentes partes de Rusia [de las que proceden] para cosechar maíz o hacer otra cosa, porque el salario que están recibiendo en el ejército es como cinco o diez veces más de lo que podrían conseguir en su ciudad natal”.
“Los oficiales bálticos apuntan a que ya hay planes del Kremlin para aumentar la producción militar y aumentar las tropas a lo largo de sus fronteras”, sentencia Bloomberg. “Rusia se prepara para una confrontación a largo plazo con la OTAN”, insistió ayer en Kiev el ministro de Asuntos Exteriores de Lituania Kęstutis Budrys, que no quiso referirse a la previsible paz armada en las fronteras OTAN-Rusia sino a una “amenaza militar directa” que otorga a Rusia unas capacidades que no tiene para luchar contra 27 países y unas intenciones que nunca ha mostrado.
Para destacar los peligros de un alto el fuego o de una paz que no se produzca en los términos dictados por los países europeos de la OTAN no hace falta más prueba que el temor de los países bálticos, cuyo objetivo ha sido siempre ampliar la presencia militar de la Alianza en su territorio y desestabilizar con esa presencia la situación interna en la Federación Rusa. Al fin y al cabo fue Kaja Kallas quien, en su etapa como líder de Estonia, abogó por romper Rusia en “pequeños países”.
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