jueves, 20 de febrero de 2025

Trump contra Zelensky


Nahia Sanzo, Slavyangrad

El martes en Riad, según el editorial de ayer de El País “hasta el país elegido para la reunión es una decisión pésima”, se vio la imagen del fracaso de la estrategia de tratar de imponerse a Rusia por la fuerza. En la ciudad saudí se reunieron el secretario de Estado Marco Rubio, el Asesor de Seguridad Nacional Mike Waltz y el enviado de Trump para Oriente Medio, Steve Witkoff por parte de Estados Unidos y el ministro de Asuntos Exteriores Sergey Lavrov y el asesor de política exterior Yury Ushakov en representación rusa. En la sombra quedó Kiril Dmitrev, director del Fondo Ruso de Inversiones Directas, cuya cercanía al grupo negociador indica las aspiraciones rusas a negociar acuerdos económicos o la certeza de que ese aspecto será utilizado, ya sea como palo o como zanahoria, por la parte estadounidense. Aunque Sergey Lavrov quiso rebajar notablemente las expectativas que, para bien o para mal, presagiaban el inicio del fin de la guerra, la reunión, extensa y aparentemente fructífera como forma de romper el hielo tras tres años sin contactos cara a cara entre la diplomacia de los dos países, las declaraciones de su homólogo estadounidense apuntaban a resultados concretos resaltando el acuerdo de normalización de las relaciones bilaterales, creación de equipos de negociación para lograr el final dialogado a la guerra de Ucrania, gestión diplomática de las cuestiones “irritantes” entre los dos países y “oportunidades económicas y de inversión históricas” en territorio ruso. La apertura del país a las empresas petroleras estadounidenses para permitir que el entorno de Donald Trump pueda drill, baby, drill parece un hecho. Rusia es consciente de que el beneficio económico es la forma con la que puede ganarse el favor del presidente de Estados Unidos.

Horas antes, Volodymyr Zelensky, contrariado y preocupado por no haber sido invitado a la reunión a pesar de encontrarse en la región -el presidente ucraniano había viajado a los Emiratos Árabes Unidos y tenía previsto visitar Riad ayer, viaje que fue cancelado para no dar ninguna legitimidad o reconocimiento al encuentro-, había renegado de la cumbre y afirmado que Ucrania no participaría aunque recibiera una invitación. El pasado fin de semana, Kiev y Bruselas comprendieron lo comprometido de su posición ante la decisión de Washington de no pedir su opinión e iniciar motu proprio la labor de dictar el momento de la negociación, sus términos y los actores que deben tener voz y, sobre todo, voto. Al contrario que Ucrania, que depende de sus aliados a la hora de continuar luchando, Rusia es dueña de su propio destino. Su independencia, aislamiento según la terminología europea, le ha garantizado disponer del material con el que luchar pero, sobre todo, capacidad de decisión. Ningún país, tampoco China como han soñado en ocasiones Annalena Baerbock o Antony Blinken, puede hacer que Rusia tenga que renunciar a la vía militar.

En el caso ucraniano, como principal proveedor de armas, munición e inteligencia, todos ellos elementos esenciales para poder librar una guerra como la actual en condiciones mínimas, es Estados Unidos y no la Unión Europea -pese a que su contribución es notablemente superior a la estadounidense- quien puede dictar los términos a Ucrania. Desde la campaña electoral, Donald Trump dejó claro que haría uso de esa capacidad para conseguir el final de una guerra que geopolíticamente considera inútil. El trumpismo no ve la ampliación de la OTAN o de la Unión Europea como una forma de expandir los valores europeos o las bondades de la democracia liberal como sí ocurría con el equipo de Biden, por lo que la guerra se considera un foco de gasto innecesario sin beneficio político.

“La expansión de la OTAN y la absorción de Ucrania fue una amenaza directa a los intereses de Rusia y a su soberanía”, afirmó tras la reunión Sergey Lavrov. Rusia ha encontrado en la actual administración estadounidense un interlocutor mucho más receptivo a ese tipo de argumentos. Pese a que Biden se encontraba en el eje escéptico de quienes no consideraban posible la adhesión de Ucrania a la Alianza, Estados Unidos siempre rechazó comprometerse a retirar de la agenda la invitación a Kiev. El discurso de Pete Hegseth hace una semana rompió con esa narrativa de “camino irreversible” a la Alianza que sigue manteniendo el Reino Unido pero que, al igual que las llamadas a la recuperación de la integridad territorial de Ucrania, suena cada vez más vacía.

La retirada de la opción OTAN de la mesa como opción realista tras una negociación ha abierto la puerta a la recuperación de la idea de varios países europeos, fundamentalmente Francia y el Reino Unido, de la posibilidad de enviar una misión de paz europea como elemento disuasorio contra otro hipotético ataque ruso una vez alcanzada la paz. La condición de Keir Starmer, principal impulsor de una propuesta que no ha obtenido siquiera el consenso de Francia, es la participación de Estados Unidos como garantía de seguridad, algo que Trump ha negado a Zelensky y previsiblemente negará también al líder laborista británico. La contrapartida de esa propuesta británica es el comentario del ministro de Asuntos Exteriores de la Federación Rusa. Teniendo en cuenta que es inaceptable para Rusia la adhesión de Ucrania a la Alianza, algo que Moscú solo podría aceptar tras haber sido militarmente derrotada, “la presencia de tropas de países de la OTAN bajo una bandera extranjera –una bandera de la UE o cualquier bandera nacional– no cambia nada en este sentido. Esto es inaceptable”, insistió Lavrov para dejar claro que Rusia no firmará un acuerdo en el que la misión de paz posterior al armisticio tenga presencia de países miembros del bloque militar pese a las declaraciones de Donald Trump calificando de “genial” la idea de que sean los países de la UE quienes se hagan cargo de las garantías de seguridad. Ahora mismo, la única prioridad de Ucrania es conseguir garantías de seguridad de Estados Unidos, país al que hasta hace una semana consideraba su principal valedor. Sin embargo, lo hace ahora en una precaria posición negociadora. A su llegada a Kiev, Keith Kellogg afirmó ayer que llegaba al país “para escuchar”. “Estamos dispuestos a suministrar lo que se necesite. Comprendemos la necesidad de garantías de seguridad” insistió Kellogg, que en el reparto del trabajo de negociación del trumpismo ha recibido el encargo de gestionar la negociación con Ucrania, sin duda más complicada que la labor de Rubio, Waltz y Witkoff con Rusia.

Pese a los meses de insistencia en que era Moscú quien no deseaba una negociación, Estados Unidos no ha tenido ninguna dificultad a la hora de conseguir una reunión con la diplomacia rusa, buenas palabras de Vladimir Putin e incluso una rebaja de expectativas. Como Ucrania, Rusia ha dejado claro también que la prioridad es la cuestión de la seguridad y ha dejado de reclamar explícitamente los territorios completos de Lugansk, Donetsk, Jersón y Zaporozhie y parece estar dispuesta a una paz en la que el frente actúe de frontera de facto siempre que eso implique la renuncia de Ucrania a la OTAN. Dos son las diferencias con el acuerdo de Estambul que Kiev rechazó en 2022: Kiev no tendría que reducir su ejército como Rusia exigía entonces, pero tampoco recuperaría todos los territorios perdidos desde la invasión rusa como Moscú estaba dispuesta a aceptar hace casi tres años.

Los últimos movimientos, la espiral de declaraciones europeas en busca del favor de su aliado de Washington y el giro proeuropeo de un Zelensky que hace solo unos días reprochaba a la UE no haber hecho más por Ucrania denotan cierta desesperación por parte de los actores que se han visto avasallados por el acelerón de la Casa Blanca y el Kremlin en busca de un acuerdo en el que solo quienes desean el final rápido de la fase militar de la guerra están negociando ahora el marco en el que va a gestionarse. Estados Unidos dialoga bilateralmente con Ucrania y con Rusia en dos negociaciones que tendrán que encontrarse en algún momento para que sean Moscú y Kiev quienes pacten las cuestiones que Estados Unidos considere menores. El marco, los límites de lo que puede o no puede negociarse, las líneas rojas y las exigencias a cada una de las partes van a venir marcadas de Washington. Esa es al menos la voluntad de Donald Trump, que en las últimas horas ha endurecido su discurso en un ataque personal contra Volodymyr Zelensky, que a su vez le ha acusado de vivir en una “burbuja de desinformación”. Horas antes, el presidente de Estados Unidos había abierto las hostilidades contra Zelensky afeando al presidente ucraniano haber exigido un lugar en las negociaciones. “He oído que están molestos por no tener un asiento. Bueno, tuvieron un asiento durante tres años y mucho antes. Esto podría haberse resuelto muy fácilmente”, afirmó Trump, que cifró en el 4% el índice de aprobación de su homólogo ucraniano.

Es probable que las palabras, los reproches o las exigencias de un lugar en la negociación o garantías de seguridad o incluso la acusación de ser víctima de la desinformación rusa -a la que Zelensky achaca la inventada cifra del 4% de aceptación que, según las últimas encuestas en Ucrania es de alrededor del 57%- no hayan hecho tanto por causar la ira de Donald Trump como el rechazo ucraniano a firmar el documento que permitiría a Estados Unidos disponer de la mitad de los ingresos de los recursos minerales ucranianos. El fin de semana, Zelensky aguantaba estoico mientras Lindsey Graham se jactaba de haber conseguido que Trump viera “de forma diferente” y se interesara por Ucrania. El cambio en la actitud de Ucrania desde entonces es notable: Zelensky ha acusado a Trump de querer quedarse con la mitad de los recursos minerales ucranianos y ha afirmado que no puede “vender el país”. En Bloomberg, Javier Blas ponía en duda la existencia de tierras raras en Ucrania y acusaba a Kiev de haberse “perdido en su propia narrativa”. Fue Zelensky quien introdujo en su Plan de Victoria la posibilidad de “compartir” con sus aliados los recursos minerales del país, una idea colonial por naturaleza, pero que Donald Trump ha llevado al extremo. La negativa de Ucrania a firmar el acuerdo, no necesariamente por el empobrecimiento y cesión de soberanía que implicaría, sino porque no viene asociado a garantías de seguridad en el futuro, coincide con el rápido cambio de opinión de Donald Trump sobre el presidente ucraniano.

Tras mostrarse molesto por la acusación de “desinformación rusa”, el presidente estadounidense se lanzó a su ataque más personal y dañino. Aunque no es la primera vez que Estados Unidos exige la celebración de elecciones en Ucrania y el plan de paz parece diseñado en tres etapas -alto el fuego, elecciones, acuerdo final-, las palabras de ayer fueron notablemente más duras. “Un comediante de éxito moderado, Volodymyr Zelensky, convenció a los Estados Unidos de América de gastar 350.000 millones de dólares para entrar en una guerra que no se podía ganar, que nunca tuvo que comenzar, pero una guerra que él, sin Estados Unidos y TRUMP, nunca podrá resolver”, escribió en su red social, para añadir otra vez la falsa información de que “Estados Unidos ha gastado 200 mil millones de dólares más que Europa, y el dinero de Europa está garantizado, mientras que Estados Unidos no recibirá nada a cambio”. “Está muy bajo en las encuestas ucranianas y lo único en lo que era bueno era en jugar con Biden como le daba la gana”, añadió para calificar al presidente ucraniano como “un dictador sin elecciones” e insistir en que “mejor que se mueva rápido o no le quedará nada del país”.

“Biden nunca lo intentó, Europa no ha logrado traer la paz y Zelensky probablemente quiera mantener el “tren de la salsa” en marcha. Amo a Ucrania, pero Zelensky ha hecho un trabajo terrible, su país está destrozado y MILLONES han muerto innecesariamente. Y así continúa…”, finalizó su mensaje insistiendo, una vez más, en otra cifra inventada, la de los millones de muertos. En apenas una semana, Zelensky ha pasado de creerse un aliado estratégico que aspiraba a ser tratado de la misma forma que Estados Unidos trata a Israel a recuperar el argumento de la repetición de la traición de Múnich a enfrentarse a unas condiciones más draconianas de las que Alemania padeció con las condiciones del Pacto de Versalles, verse junto a los aliados europeos excluido de la negociación, escuchar buenas palabras hacia el enemigo ruso y ser calificado de dictador sin elecciones en riesgo de quedarse sin país. Ucrania necesita bullets, not ballots [balas, no papeletas], afirmó ayer el presidente de la Rada con un discurso que ha perdido adeptos entre quienes tienen la capacidad de suministrar las balas. A día de hoy, con unas perspectivas cada día más negativas ante la ira de su aliado estratégico, las principales esperanzas de Ucrania son un cambio de opinión de Trump ante las palabras de Keith Kellogg en su retorno a casa y la posibilidad de que las exigencias de Estados Unidos a Moscú sean tan duras como las que se plantea a Kiev y sea Rusia quien rechace un acuerdo de paz. La otra opción es aferrarse de nuevo a Boris Johnson y creer en su versión, que alega que las palabras de Trump no buscan “rigor histórico”, sino que son únicamente una provocación para “impactar a los europeos para que actúen”. Aunque sea a costa de su aliado ucraniano, al que ahora intenta desacreditar.

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