viernes, 21 de febrero de 2025

Los algoritmos no tienen vida propia


Raúl Zibechi, La Jornada

La masificación del uso de la inteligencia artificial (IA) y la naturalización de sus resultados no va de la mano de una comprensión de sus mecanismos, de quiénes la promueven, con qué intereses y objetivos. Si no realizamos este ejercicio, seremos víctimas pasivas de modos que no conocemos.

En reciente entrevista el historiador y filósofo Yuval Harari sostiene que la IA permite “una vigilancia total que acaba con cualquier libertad” (https://goo.su/BndfI4R). Advierte que la capacidad de vigilancia supera ampliamente la de cualquier dictadura o régimen totalitario, ya que a través de las cámaras de vigilancia con capacidad de reconocimiento facial y de los teléfonos celulares, tiene la capacidad de controlar las más mínimas actitudes de todas las personas en todas partes adonde llegue Internet.

En lo personal, he comprobado que me envían publicidad de productos o de marcas de las cuales estoy hablando con mi familia y amigos, casi inmediatamente. Sabemos que la IA permite escuchar a través de los celulares cualquier conversación, por más íntima que sea, todo movimiento y comunicación que hagamos.

Harari dice que “la IA es diferente a cualquier tecnología previamente inventada”, porque a diferencia de las tecnologías anteriores, no está en manos de seres humanos ni es una herramienta que debe ser activada por personas, sino “un agente independiente” que tiene la capacidad de tomar decisiones propias “por sí misma”. Sostiene que en los medios de comunicación, que “integran la base de una democracia a gran escala”, ya no son los editores los que toman las decisiones editoriales, sino que “son los algoritmos los que deciden cuál debe ser la historia recomendada”.

Creo que muchos de los argumentos de Harari son interesantes y que su denuncia de la manipulación masiva de la información es muy importante. Da un paso más aún, para profundizar en las consecuencias de la IA: “Los algoritmos de las empresas han descubierto que hay que diseminar fake news y teorías que aumentan las dosis de odio, miedo y rabia en los usuarios, porque esto hace que la gente se implique, esté más tiempo en las plataformas y envíe enlaces para que sus amigos también se puedan enfadar y tengan miedo”.

Concluye que este es un modelo de negocio porque “la implicación del usuario es la base de todo”, de modo que el tiempo que cada usuario pasa en las plataformas lleva a que las empresas ganen más dinero, pues venden más anuncios y, sobre todo, “recaban datos que más adelante venderán a terceros”. Un análisis bien interesante, que remata con una frase demoledora: “La gente del sector está atrapada en una mentalidad de carrera armamentística, de competidores, y de no dejarse ganar”.

Creo, sin embargo, que faltan dos aspectos para completar el cuadro porque, de no hacerlo, se puede perder el contexto de lo que verdaderamente está sucediendo: la primera es que los algoritmos no tienen vida propia, sino que han sido creados por el sistema para mejorar sus ganancias, profundizando el control de nuestras mentes. La segunda, es que la historia del capitalismo es, precisamente, ésta.

Cuando Harari sostiene que la IA toma decisiones por sí misma, esto es sólo parcialmente cierto si miramos sólo la tecnología pero no quienes la crearon y la manejan para conocer aún los deseos más profundos de las personas.

En segundo lugar, debemos remontarnos a la historia del panóptico, del taylorismo y del fordismo para ver cómo se ha ido profundizando el control del capitalismo.

El panóptico surge en los ejércitos. Las tiendas de campaña de los soldados debían estar rigurosamente alineadas para que los oficiales detectaran el menor movimiento. Luego se trasladó a las cárceles, los hospitales, los centros de enseñanza, las fábricas; siempre para acotar la autonomía de las personas. Las cámaras que se multiplican en nuestras ciudades tienen el mismo objetivo.

En las fábricas, en el periodo de la manufactura, el obrero especializado controlaba las máquinas y sus tiempos de trabajo. Hacia fines del siglo XIX se impuso la “organización científica del trabajo” ideada por Frederick Taylor, que dividía las tareas entre quienes ejecutan movimientos y quienes planifican y dan órdenes. El objetivo era convertir al obrero en un “gorila amaestrado”, sometido a las máquinas, capaz sólo de hacer movimientos precisos y cronometrados.

Con la cadena de montaje creada en las fábricas Ford, se cierra un primer ciclo de control de los obreros, luego profundizado con el “toyotismo”, cuando los trabajadores lograron neutralizar los modo anteriores de explotación, en la década de luchas obreras de 1960.

El perfeccionamiento de las tecnologías para el control de la vida, de la naturaleza y de todo lo humano, es la seña de identidad del capitalismo. De ese modo aumenta sus ganancias, sometiendo más y más a los seres humanos. Surgirán nuevas y más sofisticadas formas de control, porque los de abajo siempre encuentran modos de resistir y burlar a los de arriba.


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