sábado, 22 de febrero de 2025

La estrategia de «paz» anglo-francesa


Nahia Sanzo, Slavyangrad

“Aunque Estados Unidos y Putin negocian, la inteligencia muestra que no está interesado «en un verdadero acuerdo de paz», afirman las fuentes”, titulaba hace tres días la NBC en un artículo en el que, citando a “cuatro funcionarios de inteligencia occidentales y dos funcionarios del Congreso de Estados Unidos”, insistía que “los servicios de inteligencia sugieren que el presidente ruso, Vladimir Putin, está haciendo todo lo posible y sigue pensando que puede llegar a controlar toda Ucrania”. Toda la teoría se basa en la misma creencia: Rusia busca un parón únicamente temporal. “Los seis oficiales explicaron que creen que Putin podría aceptar un alto el fuego y un acuerdo de paz más amplio porque daría a su ejército tiempo para reajustarse y reconstruirse”. Ninguno de esos oficiales explica la lógica de desear un parón en estos momentos, cuando Rusia cuenta con la iniciativa, Ucrania sufre en el frente de Donbass, es posible que la asistencia militar estadounidense prometida por Biden se agote antes de que los países europeos logren compensar esas pérdidas. Como ocurrió en el otoño de 2014 y la primavera de 2015, dos momentos en los que Rusia negoció e impuso un alto el fuego pese a que las Repúblicas Populares de Donbass se encontraban a la ofensiva y Ucrania sufría riesgo de colapso, un proceso de alto el fuego beneficiaría al bando que actualmente está a la defensiva. No es Rusia, sino Ucrania quien sufre más dificultades para reponer sus bajas y podría utilizar un parón en la lucha activa para recuperarse del desgaste. Sin embargo, apelando al dogma de que Rusia siempre es culpable y de ella puede esperarse solo traición y venganza, pero nunca buena fe en las negociaciones, la voluntad de Vladimir Putin de someter a toda Ucrania se utiliza una vez más como argumento para continuar con los planes actuales y seguir apoyando militar y económicamente a Kiev mientras sea necesario, es decir, hasta que se produzca un momento en el que Occidente y sus socios ucranianos puedan negociar en posición de fuerza con Rusia.

A la opción de la guerra eterna se opone la agenda de negociación de Donald Trump, actualmente inmerso en un brutal ataque personal contra Volodymyr Zelensky que ha tensionado las relaciones entre los socios, que intentan reaccionar como forma de minimizar los daños con el objetivo de mantener cierto nivel de control. “Rusia intentará dividirnos. No caigamos en sus trampas. Trabajando junto con Estados Unidos, podemos lograr una paz justa y duradera, en los términos de Ucrania”, escribió Kaja Kallas, firme defensora de la guerra hasta la victoria final, tras su conversación con Marco Rubio, el menos trumpista de los encargados de la política exterior, pero que ha virado su discurso a la necesidad de paz y diplomacia directa con la Federación Rusa que tanto han criticado sus socios europeos. Pese a las palabras que se escucharon en boca de JD Vance en Múnich, la actuación de Estados Unidos dejando claro que el papel de los países europeos será secundario en el proceso de resolución, que no tendrán un lugar en la mesa de negociación y que tendrán que hacerse cargo de la factura de la posguerra, el atlantismo continental continúa, además de perplejo, tratando de recuperar el favor de su aliado estratégico. Macron, que ha admitido no comprender “la lógica” de la actuación y las palabras de Donald Trump, busca reunirse personalmente para conversar con el líder estadounidense, como afirmaba el exdiplomático francés Gérard Araud, “sin el intermediario de Fox News. Como el líder francés, también Keir Starmer desea mantener un encuentro en la Casa Blanca. Ambos líderes se han consolidado esta semana como la avanzadilla europea en el intento de mantener el statu quo y conseguir recuperar para los países europeos la influencia perdida o, cuando menos, no ser ninguneado en el proceso diplomático y tener que enterarse del desarrollo de los acontecimientos a través de los medios de comunicación.

La respuesta europea al órdago lanzado por la administración estadounidense ha sido una llamada a la unidad, al aumento del gasto militar y al compromiso con las garantías de seguridad que exige Ucrania. Ayer, The Telegraph publicaba el plan Starmer-Macron para el día después de la guerra. Tras casi tres años en los que el discurso europeo no se ha movido del “mientras sea necesario” para exigir la continuación de la guerra, la retórica se modifica ligeramente ahora para apropiarse de la idea de la paz por medio de la fuerza y añadir garantías de seguridad firmes. Desde el momento en el que Pete Hegseth pronunció la semana pasada el discurso que hizo sonar todas las alarmas en Europa -un ejercicio de realismo en el que infringía el tabú de mencionar que Ucrania no va a recuperar su integridad territorial ni ser admitida en la OTAN en un acuerdo de paz-, los medios europeos y norteamericanos observaron que el Reino Unido se había postulado como principal defensor de Ucrania en la Alianza. Los días posteriores han demostrado las aspiraciones de Starmer, cuya política no se diferencia en absoluto de la de Boris Johnson, Liz Truss o Rishi Sunak, de sustituir a Joe Biden como figura política de perfil más alto en la defensa de Ucrania. Desde esa vocación, el líder laborista británico, en colaboración con Emmanuel Macron, ha elaborado un plan que será presentado a Donald Trump como vía de compromiso, un camino intermedio entre la situación actual, en la que Estados Unidos es el principal proveedor de seguridad, y la retirada completa de ese papel a la que aspira la actual administración de la Casa Blanca.

“La estrategia anglo-francesa para una «fuerza de seguridad» fue presentada a los líderes más poderosos de Europa en una reunión de emergencia en París a principios de esta semana, mientras se apresuraban a responder a la apertura de conversaciones de paz con Vladimir Putin por parte de Trump”, explica el medio británico en referencia a la reunión en la que Emmanuel Macron recibió a tan solo un puñado de líderes europeos, ninguneando a gran parte de la Unión Europea. El plan “se redactó entre temores de que el presidente estadounidense se lavara las manos respecto a Ucrania y a cualquier alto el fuego casi inmediatamente después de que se cerrara cualquier acuerdo”, continúa el artículo, que recuerda que, según Pete Hegseth, los países europeos han de hacerse cargo “de cualquier operación de mantenimiento de la paz en Ucrania”.

Desde hace meses, Volodymyr Zelensky ha insistido en que ninguna garantía de seguridad -único objetivo de Ucrania en la guerra y en la negociación a día de hoy- es insuficiente si no cuenta con la participación de Estados Unidos. Su argumento ha sido tan simple como eficaz con sus aliados europeos, “Putin solo teme a Estados Unidos”, por lo que Washington tiene la obligación de participar activamente. Hasta este pasado fin de semana, Zelensky se mostraba confiado en su capacidad negociadora y consideraba que firmar el acuerdo de cesión de parte de los ingresos por la explotación de minerales en territorio ucraniano sería la contrapartida para conseguir que la Casa Blanca ofreciera las garantías de seguridad exigidas. Esa narrativa ha colapsado como un castillo de naipes al conocerse que Donald Trump espera esos ingresos como pago por la asistencia suministrada hasta ahora y que no está interesado en ofrecer a Ucrania unas garantías de seguridad que ya le negó Joe Biden en 2022. Ucrania trata ahora de renegociar, por el momento sin ningún tipo de éxito, el acuerdo económico en busca, no de minimizar el expolio, sino de conseguir la participación estadounidense en la estructura de seguridad.

Confirmando las palabras de Zelensky y la debilidad de Europa, cuya ausencia de autonomía estratégica queda en evidencia, el plan que Starmer pretende presentar a Donald Trump es una forma de asumir gran parte de los costes económicos y militares de una misión de mantenimiento de la paz, pero con la participación de Estados Unidos que exige Ucrania y que los países europeos son conscientes de que es necesaria para ser viable. Starmer, que se ha ofrecido como “puente” entre la Casa Blanca y Europa, algo en lo que Donald Trump no ha mostrado el más mínimo interés, pretende convencer a Estados Unidos de que suficiente de soldados para resolver una situación de peligro y requiere de Estados Unidos para suministrar cobertura aérea, inteligencia y vigilancia a lo largo dele beneficiaría participar en la misión como elemento disuasorio para evitar una “tercera invasión rusa”.

“Según el plan anglo-francés, se desplegarán menos de 30.000 soldados europeos en ciudades, puertos y otras infraestructuras críticas de Ucrania, como centrales nucleares, lejos de las líneas del frente”, explica The Telegraph, que añade que “en lugar de estacionar una fuerza mucho mayor en el país devastado por la guerra, la misión se basará en el «seguimiento técnico», incluidos aviones de inteligencia, vigilancia y reconocimiento, aviones no tripulados y satélites para proporcionar una «imagen completa de lo que está sucediendo»”. Es decir, las tropas de países europeos miembros de la OTAN en esta misión que no estaría cubierta por el Artículo V de defensa colectiva -aunque posiblemente sí un ataque ruso al territorio de esos países como represalia a su participación- se situaría en lugares seguros a la espera de un posible ataque, contra el que Estados Unidos ofrecería una “barrera”, en forma de aviación situada en países fronterizos para su uso en caso de ofensiva rusa. En pocas palabras, el plan de Starmer supone un número claramente insuficiente de soldados para resolver una situación de peligro y requiere de Estados Unidos para suministrar cobertura aérea, inteligencia y vigilancia a lo largo de toda la línea del frente.

Tras la reunión de Riad, Sergey Lavrov reafirmó la voluntad rusa de alcanzar un acuerdo e insistió en la línea roja de Rusia: cualquier presencia de la OTAN en Ucrania, también si se produce “camuflada” en forma de participación de soldados de países miembros. Aunque escasa en términos militares, la propuesta es suficiente para ser inviable y hacer imposible un acuerdo con Moscú, que solo tras haber sido militarmente derrotada podría aceptar presencia de la Alianza en su frontera con Ucrania. Y en un detalle que ha pasado completamente desapercibido, el plan prevé también una presencia naval “enviada al mar Negro para monitorizar las amenazas rusas a las rutas comerciales marítimas”, uno de los objetivos del Reino Unido desde antes incluso de la invasión rusa. En esta guerra todas las partes buscan el beneficio propio y tratan de aprovecharse de las ocasiones que les brinda la realidad. El acuerdo entre Rusia, Ucrania y Turquía para permitir la exportación de grano fue suficiente para que no se produjeran amenazas al tránsito naval, pero, como buena potencia histórica naval, el Reino Unido desea garantizarse una posición privilegiada en el mar Negro. Desde el mundo de ayer, los países europeos siguen buscando los mismos objetivos que trataron de alcanzar por medio de la guerra en el siglo XIX. Todo ello a costa de Ucrania y siempre con la colaboración necesaria de Estados Unidos.

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