Incluso Mariana Bezuglaya, diputada del partido de Zelensky, da por hecho que fue un proyectil de la defensa aérea ucraniana el que impactó, de forma involuntaria, contra el hospital.
Nahia Sanzo, La Haine
La semana de la cumbre de la OTAN, que celebra su 75º aniversario satisfecha de disponer finalmente de un enemigo cuyos actos justifican el aumento de gasto militar que EEUU y sus más beligerantes aliados bálticos llevan años exigiendo, comenzó el domingo con un ataque masivo de misiles rusos contra varias ciudades de Ucrania. Se trata del ataque más fuerte que se ha producido en las últimas semanas, que no solo ha golpeado las infraestructuras energéticas, blanco más reciente de los últimos meses, sino fundamentalmente instalaciones industriales.
Rusia no ha escondido en los últimos tiempos que su estrategia actual pasa por minar la capacidad industrial de Ucrania para evitar así que Kiev logre, como pretende, aumentar su producción militar. Además del aumento de armamento, munición y financiación para adquirir el material en el mercado, Ucrania se ha propuesto reducir su dependencia de los aliados occidentales a base de producir una parte del equipamiento que precisa para continuar la guerra. Para contrarrestarlo, el método elegido por Moscú no es solo el intento de destrucción de la industria militar o aquella que pudiera reconvertirse para ello, sino también limitar las capacidades energéticas de Ucrania para impedir la producción a gran escala.