El llamado proceso de paz, la solución de dos Estados, “la fórmula de paz por territorio” y todo el resto de agotados clichés llevan muertos y en estado de descomposición mucho tiempo ya. Pero el anuncio de Trump de reconocer oficialmente Jerusalén como capital de Israel ha puesto también fin a la ilusión de que EEUU estuvo alguna vez interesado en conseguir una paz justa y duradera entre Israel y sus vecinos.
¿Les queda algo por decir a todos aquellos que pusieron en suspenso el proyecto nacional palestino de liberación durante casi tres décadas, esperando que EEUU cumpliera su autodesignado papel de “mediador honesto de la paz”?
El movimiento Fatah del presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, declaró un “día de la ira” en respuesta al anuncio de Trump. Una forma de desviar la atención de la crisis real que nos ocupa: el hecho de que la AP ha fracasado miserablemente al haber arrendado el destino de Palestina a Washington y, por extensión, también a Israel.
El reciente love affair
“He decidido que es hora ya de reconocer oficialmente a Jerusalén como capital de Israel”, dijo Trump en Washington. El aguerrido presidente ha hecho lo que muchos le habían pedido que no hiciera. Pero la verdad es que la política exterior estadounidense lleva años en bancarrota. Nunca fue justa, ni siquiera intentó serlo.
Las palabras de Trump desde Washington fueron una versión domesticada del comunicado que hizo el pasado año ante el lobby de Israel.