Alejandro Nadal, La Jornada
La crisis financiera que arrancó en 2007 llevó a los bancos centrales de las principales economías a fijar tasas de interés cercanas a cero por ciento. Pero lo cierto es que las tasas reales de interés (tasas nominales menos la inflación) habían mantenido una tendencia a la baja durante los últimos veinte años en los países industrializados y alcanzaron niveles históricamente bajos en el período que precedió a la crisis. Por ejemplo, en Estados Unidos la tasa de interés para bonos del Tesoro a diez años pasó de su pico histórico de 15 por ciento en 1980 a 2 por ciento en lo que va de 2015.
Es evidente que el debate sobre la evolución de la tasa de interés está marcando la teoría económica que uno adopte. En otras palabras, los anteojos que se utilicen pueden afinar la visión o distorsionar por completo la imagen.
No pasa un día sin que los principales protagonistas de la política monetaria hagan referencia a la tasa de interés de equilibrio. La actual directora de la Reserva Federal, Janet Yellen, y su predecesor Ben Bernanke, utilizan el término con gran facilidad. Otros economistas que tienen gran influencia en la opinión y en la política económica, como Larry Summers o Paul Krugman, también hablan repetidamente de la tasa de interés de equilibrio o de largo plazo.