A la luz de las posiciones irreconciliables de Kiev y Moscú, del maximalismo europeo y de la escasa incisividad de Trump, la perspectiva de una resolución de la guerra en Ucrania parece alejarse
Roberto Iannuzzi, Intelligence for the People
Las conversaciones de Estambul del 16 de mayo, las primeras entre Rusia y Ucrania en tres años pusieron de manifiesto todos los obstáculos para alcanzar un acuerdo de paz entre Moscú y Kiev. Estos obstáculos se confirmaron en la conversación telefónica entre el presidente estadounidense Donald Trump y su homólogo ruso Vladimir Putin tres días después.
No obstante, la reunión de Estambul supuso un paso adelante, si se tiene en cuenta que hace solo tres meses el Gobierno ucraniano rechazaba incluso la idea de un diálogo con el Kremlin, por considerarlo ilegal, y exigía la retirada rusa de todos los territorios de Ucrania como condición previa para cualquier negociación. Pero el desarrollo de las conversaciones siguió siendo incierto hasta el último momento y tenso durante su breve duración (menos de dos horas).
Como lamentó el diplomático ruso Rodion Miroshnik, la delegación ucraniana estaba compuesta en su mayor parte por miembros del ejército y los servicios de inteligencia, lo que confirma que solo había acudido a Estambul para negociar los detalles de un posible alto el fuego. Había muy pocos diplomáticos y figuras políticas capaces de discutir los elementos de una paz duradera. Pero hasta el último momento, el presidente ucraniano Volodymyr Zelensky había pedido la aplicación de un alto el fuego de treinta días como condición previa para el inicio de las negociaciones. Trump reiteró esta petición en su posterior conversación telefónica con Putin, aunque en este caso se limitó esencialmente a actuar como portavoz de Kiev y sus aliados europeos.
Sin embargo, esta es una condición que Moscú siempre ha rechazado, considerándola un pretexto de Kiev para reorganizarse militarmente, movilizar nuevos efectivos y rearmarse. Por otra parte, los países occidentales aliados de Ucrania tampoco han aceptado nunca la petición rusa de cesar los suministros militares a Kiev como condición para un alto el fuego.
Estrategia negociadora rusa
Las conversaciones de Estambul fueron posibles gracias a la propuesta de Putin de iniciar negociaciones directas entre las partes, y luego se vieron amenazadas cuando Zelensky volvió a pedir una reunión directa entre él y el presidente ruso. El líder ucraniano esperaba que Putin se negara y pretendía aprovechar esa negativa para subrayar la supuesta falta de disposición de Rusia a negociar. Junto con él, gran parte de la prensa occidental calificó a la delegación enviada por el Kremlin a Estambul de “de bajo perfil”, haciendo hincapié en que eso demostraría la falta de seriedad de los rusos.
Sin embargo, en un conflicto tan duro y complejo como el ucraniano, los líderes de los países implicados solo se reúnen al término de largas y exhaustivas negociaciones llevadas a cabo por sus diplomáticos, que tienen la tarea de definir el marco y los detalles de un posible acuerdo. Al indicar Estambul como sede de las conversaciones, la intención rusa parecía muy clara: retomar las negociaciones ruso-ucranianas que se celebraron en la metrópoli turca en marzo de 2022, cuando el conflicto acababa de comenzar, y que fueron saboteadas por británicos y estadounidenses.
Lejos de ser un equipo de bajo perfil, la delegación rusa estaba encabezada por Vladimir Medinsky, consejero de confianza de Putin, el mismo que había dirigido las negociaciones de 2022. Una confirmación de que los rusos pretendían plantear las nuevas conversaciones como una continuación directa de las que estuvieron a punto de desembocar en un acuerdo de paz hace tres años.
Exministro de Cultura, Medinsky es un historiador y politólogo que conoce bien Ucrania y su relación con Rusia, entre otras cosas por haber nacido en la región de Cherkasy, al sur de Kiev, otro elemento que denota que la cuestión ruso-ucraniana es mucho más compleja que la versión que suele difundir la prensa occidental.
Condiciones rusas para la paz
En Estambul, Medinsky volvió a dejar claras las condiciones de Rusia para alcanzar un acuerdo:
Ante la evidente reticencia de Ucrania a aceptar estas condiciones, Medinsky también habría afirmado que Rusia “no quiere la guerra, pero está dispuesta a luchar durante uno, dos o tres años, sin importar el tiempo que sea necesario. Hemos luchado contra Suecia durante 21 años [en referencia a la Gran Guerra del Norte, que se prolongó desde 1700 hasta 1721]. ¿Cuánto tiempo están dispuestos a luchar ustedes? Quizás algunos de los que están sentados a esta mesa pierdan a otros seres queridos. Rusia está dispuesta a luchar para siempre”.
- Neutralidad de Ucrania, con la imposibilidad de desplegar tropas extranjeras o armas de destrucción masiva en el país.
- Renuncia recíproca a cualquier reclamación de reparaciones de guerra.
- Reconocimiento de los derechos de los ucranianos rusoparlantes, de acuerdo con las normas europeas sobre los derechos de las minorías;
- No oposición de Ucrania a la reivindicación rusa de cinco regiones: Donetsk, Lugansk, Jersón, Zaporizhia y Crimea. Moscú pretende obtener el reconocimiento internacional de la anexión rusa de estas regiones;
- Se podrá alcanzar un alto el fuego cuando las fuerzas ucranianas se retiren de estas regiones y las entreguen a Rusia en su totalidad.
El jefe negociador ruso también advirtió que si Ucrania no acepta el acuerdo y la guerra continúa, Kiev acabará perdiendo otras cuatro regiones (algunos han especulado que se trata de Sumy, Járkov, Odessa y Nikoláiev; otros han incluido Dnipropetrovsk y Chernígov entre las posibles).
Resolver las causas profundas del conflicto
Al día siguiente de las conversaciones de Estambul, Putin dejó claro que Moscú aspira a alcanzar una “paz sostenible y duradera”, pero también que Rusia tiene suficiente fuerza y recursos para llevar a su conclusión lógica lo que comenzó en 2022.
En vísperas de la llamada telefónica entre Trump y Putin, el portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, explicó que Moscú sigue abierta a la posibilidad de alcanzar sus objetivos por medios pacíficos. Mostró su agradecimiento por la mediación estadounidense y señaló que
si nos ayuda a alcanzar nuestros objetivos por medios pacíficos, sin duda sería preferible.Putin reiteró una vez más cuáles son esos objetivos al día siguiente de la llamada, cuando declaró que
la posición de Rusia es clara: eliminar las causas profundas de esta crisis es lo que más nos interesa.Estas “causas profundas” ya se habían expuesto en el borrador de tratado que Moscú había propuesto a Washington en diciembre de 2021 para evitar la guerra en Ucrania, y pueden resumirse así:
En particular, es en referencia a los puntos 4) y 5) que Moscú siempre ha señalado la “desmilitarización” y la “desnazificación” de Ucrania como dos objetivos clave de la operación militar rusa.
- la continua expansión de la OTAN hacia el este;
- el despliegue de fuerzas de la OTAN y bases de misiles en Rumanía y Polonia;
- el derrocamiento ilegal del presidente ucraniano Víktor Yanukóvich en 2014;
- la progresiva infiltración de la OTAN en Ucrania, y el entrenamiento y rearme del ejército de Kiev en preparación para la adhesión del país a la Alianza Atlántica;
- la influencia desproporcionada de grupos políticos y armados de extrema derecha y de afiliación neonazi en los gobiernos instalados en Kiev después de 2014;
- la consiguiente agresión a la población étnicamente rusa del Donbás;
- la no aplicación de los acuerdos de Minsk de 2015, que habrían garantizado los derechos y la autonomía de las regiones del Donbás, pero también la integridad territorial de Ucrania (con excepción de Crimea) y el fin del conflicto.
Neutralidad de Ucrania
Como ya se ha mencionado, otro objetivo imprescindible para Moscú es restablecer la neutralidad de Ucrania.
A este respecto, tal vez sea útil recordar que, al alcanzar la independencia, Ucrania se autodefinió como Estado neutral. Así reza el artículo IX de la Declaración de Soberanía Estatal de 1990, según el cual
el Estado ucraniano declara solemnemente su intención de convertirse en un Estado permanentemente neutral que no participa en bloques militares.Esa promesa se incluyó posteriormente en la Constitución, que comprometía a Ucrania a la neutralidad y le prohibía adherirse a cualquier alianza militar, incluida, por supuesto, la OTAN.
Sobre esta base, Rusia reconoce la soberanía de Ucrania. Como reiteró el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, en 2023, Moscú reconoció la soberanía de Ucrania en 1991, sobre la base de la Declaración de Independencia, adoptada por Ucrania en el momento de su salida de la Unión Soviética.
También conviene recordar que, incluso después del levantamiento de Maidan en 2014, según una encuesta realizada por el International Republican Institute (afiliado al Partido Republicano) estadounidense, una clara mayoría de la población ucraniana seguía oponiéndose a la adhesión del país a la OTAN.
No fue hasta 2019 cuando el Gobierno del entonces presidente Petro Poroshenko modificó la Constitución para incluir el objetivo de adherirse a la Alianza Atlántica, sin recurrir a un referéndum popular.
Y precisamente el restablecimiento de la neutralidad de Ucrania (y el consiguiente fin de la guerra recién iniciada) estaba a punto de lograrse durante las negociaciones de Estambul de 2022, cuando estas fueron boicoteadas por la intervención angloamericana.
Sin embargo, es evidente que la continuación del conflicto ha ido (y seguirá yendo) en detrimento de Kiev, que está destinada a perder una porción de territorio mayor que en 2022, y aún más que lo previsto en los acuerdos de Minsk de 2015.
Por lo tanto, debería ser interés del Gobierno ucraniano poner fin a las hostilidades lo antes posible, aunque en condiciones más desfavorables que las que habría obtenido en el pasado.
Valor estratégico de la península de Kinburn
En comparación con las condiciones planteadas por Moscú, la propuesta negociadora estadounidense, presentada por el enviado presidencial Steve Witkoff a los socios europeos en París el pasado mes de abril, trata de limitar los daños para Ucrania. Propone el reconocimiento jurídico de la anexión rusa de Crimea por parte de Estados Unidos y el reconocimiento de facto de la anexión de la región de Lugansk y las regiones de Donetsk, Zaporizhia y Jersón (pero solo de las partes actualmente controladas por Rusia, por lo tanto, no en su totalidad).
La propuesta estadounidense también prevé que Ucrania recupere la soberanía sobre la central nuclear de Zaporizhzhia, aunque delegando su control a Estados Unidos, que dividiría la producción eléctrica de la central entre la parte ucraniana y la rusa.
Un aspecto menos conocido del borrador estadounidense es que exige a Rusia que permita a los barcos ucranianos transitar libremente por el río Dniéper y que devuelva a Kiev la península de Kinburn, una estrecha franja de tierra que separa el estuario del río Dniéper del mar Negro.
En términos navales, la península de Kinburn constituye un punto de estrangulamiento, un paso obligado de importancia estratégica por el que transita una gran cantidad de tráfico marítimo. Quien controla esta península determina qué barcos pueden acceder al Dniéper, la vía fluvial más grande de Ucrania y su principal salida comercial al mar Negro.
Frente al extremo occidental de la península de Kinburn se encuentra el puerto de Ochakiv, mientras que al norte y al este se encuentran los puertos de Mykolaiv y Kherson.
El tráfico marítimo procedente de estos puertos está potencialmente bajo el fuego de la artillería rusa. Por otra parte, esta península es una posible puerta de acceso a Crimea, situada al sureste.
Por estas razones, la península de Kinburn ha sido históricamente una franja de tierra muy codiciada. Y ha sido objeto de una dura disputa durante el actual conflicto.
Parece bastante improbable que los rusos cedan a Ucrania una franja de tierra tan estratégica, sobre todo si en Kiev sigue habiendo un Gobierno hostil a Moscú.
El obstáculo de las fuerzas nacionalistas ucranianas
Aunque la propuesta estadounidense excluye explícitamente la adhesión de Ucrania a la OTAN, prevé sin embargo “sólidas garantías de seguridad” para el país, y que entre los garantes figuren países europeos.
La condición no se especifica con más detalle, dejando abierta la posibilidad de que los países europeos no solo proporcionen asistencia militar a Kiev en caso de un nuevo conflicto armado con Rusia, sino que sigan armando al país incluso en tiempos de paz. Una posibilidad inaceptable para Moscú.
Además, la posibilidad de que el actual Gobierno permanezca en Kiev contraviene en principio el ya mencionado objetivo ruso de “desnazificación” de Ucrania, es decir, una Ucrania que no solo sea nominalmente neutral, sino también concretamente no hostil a Moscú.
Más allá de las preferencias rusas, la permanencia de facciones nacionalistas de extrema derecha en posiciones de poder en el Gobierno ucraniano pone en peligro el éxito de las negociaciones, incluso sobre la base de la propuesta estadounidense.
De hecho, se oponen a cualquier concesión territorial y a cualquier reconciliación con Moscú. Dada su influencia en el Gobierno y en los aparatos militar y de inteligencia, Zelensky es, de hecho, rehén de estas fuerzas.
Ya en el pasado, tanto él como su predecesor, Poroshenko, abandonaron los esfuerzos para aplicar los acuerdos de Minsk debido a las presiones y amenazas de estos grupos.
Se consideran los guardianes del interés nacional ucraniano y están dispuestos a “tomar las riendas” si perciben que el Gobierno es débil o “traidor”.
Si Zelensky se inclinara por un compromiso negociado, incluso sobre la base de la propuesta estadounidense (que no es necesariamente aceptable para los rusos, como hemos visto), las fuerzas nacionalistas podrían decidir derrocar al Gobierno y sumir al país en el caos.
Por lo tanto, es difícil imaginar una solución negociada sin el desmantelamiento previo de estas fuerzas dentro de los aparatos de seguridad y del Gobierno de Kiev, una operación que tal vez solo sea posible con medios militares (y sin duda esta podría ser la opinión de Moscú). Las posiciones intransigentes de estas fuerzas se han reflejado hasta ahora en la actitud del Ejecutivo liderado por Zelensky, que de hecho se ha declarado contrario a la propuesta estadounidense.
Maximalismo europeo
Por lo tanto, Ucrania ha presentado una contrapropuesta negociadora que prevé un alto el fuego incondicional antes del inicio de cualquier negociación, “garantías sólidas de seguridad en Kiev también por parte de los Estados Unidos” (de hecho, una medida equivalente al artículo 5 de la OTAN, aunque Ucrania renuncie a la adhesión formal a la Alianza), ninguna restricción a las fuerzas armadas ucranianas y a la presencia de armas y tropas de países aliados en territorio ucraniano.
Una propuesta inaceptable para Moscú en todos los aspectos, incluso antes de entrar en el fondo de las disputas territoriales, precisamente porque prefigura el escenario que Rusia quería evitar al iniciar la guerra.
Sobre la base de una propuesta de este tipo, las posiciones de Kiev y Moscú parecen totalmente irreconciliables. Pero quizás lo más relevante es que esta propuesta ha sido respaldada por los aliados europeos de Ucrania, en primer lugar Francia, Gran Bretaña y Alemania. Estos mismos países, junto con Polonia, reaccionaron duramente al resultado de las conversaciones celebradas el 16 de mayo en Estambul, calificando de “inaceptable” la negativa rusa a un alto el fuego incondicional y exhortando a Trump a imponer nuevas sanciones a Rusia.
Desde la elección de Trump, los socios europeos de Ucrania, junto con la UE, han apostado por sabotear cualquier negociación, han animado a Zelensky a mantener posiciones intransigentes, han propuesto enviar tropas europeas a Ucrania (como fuerza de mantenimiento de la paz o de «reaseguro», aunque son evidentemente partes beligerantes en el conflicto) y han impuesto nuevos paquetes de sanciones a Rusia, el último de ellos tras la conversación telefónica entre Trump y Putin del 19 de mayo.
Escasa incisividad de Trump
Por su parte, el presidente estadounidense debe lidiar con los rusófobos presentes en su propia administración, entre los que destacan su enviado, el exgeneral Keith Kellogg, y el secretario de Estado Marco Rubio.
Hasta ahora, Trump se ha mostrado reacio a emplear instrumentos reales de presión sobre Zelensky, como la suspensión del envío de armas o de la indispensable ayuda en materia de inteligencia por parte de Estados Unidos.
Tras la llamada telefónica con Putin, Trump ha planteado la posibilidad de que el Vaticano intervenga como mediador entre Moscú y Kiev, lo que hace presagiar una posible retirada de Washington de las negociaciones, aunque Estados Unidos seguirá involucrado en el conflicto a nivel militar.
Por su parte, Moscú, también a través del nombramiento de un nuevo comandante de las fuerzas terrestres rusas, el general Andrey Mordvichev, que se distinguió en el sangriento asedio de Mariúpol en 2022, ha dado a entender que está dispuesta a apostar por la solución militar si no se abordan las causas que provocaron el conflicto.
La poco atractiva perspectiva de un frágil alto el fuego, durante el cual Kiev tendría tiempo para reorganizarse y rearmarse, y de un conflicto congelado que podría reestallar en cualquier momento, no es precisamente el objetivo que se había marcado el Kremlin cuando inició la campaña militar en Ucrania.
En definitiva, la perspectiva de una resolución de la guerra en Ucrania parece alejarse trágica y probablemente nunca estuvo al alcance de la mano, a pesar de las grandilocuentes declaraciones de Trump al inicio de su mandato.
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