sábado, 29 de marzo de 2025

«Diplomacia» europea


Nahia Sanzo, Slavyangrad

“Si la bomba nuclear más potente cayera sobre Madrid todo el interior de la M-30 se vería calcinado por una bola de fuego”, escribe esta semana Sergio Fanjul en El País en referencia a la bomba zar rusa, la madre de todas las bombas, que por si el alarmismo causado no era suficiente añade que “la onda de choque se extendería mucho más allá, de Rivas a El Pardo, de Coslada a Boadilla”. Rusia izó sobre el Kremlin su bandera tricolor, retirando por última vez el estandarte rojo con la hoz y el martillo el 25 de diciembre de 1991. Sin embargo, en la nostalgia de tiempos más simples, en los que el malo malísimo caricaturizado para causar el mayor miedo posible era suficiente para mantener elevados los presupuestos militares, esta semana se han publicado en España dos artículos bajo el título “¿Qué harías tú en un ataque preventivo de la URSS?”. La principal herencia soviética en Occidente que, al contrario que los derechos sociales o la visión de la industria como eje del crecimiento económico, sigue vigente es su uso como argumento a la hora de justificar un rearme para el que hay que otorgar a Rusia unas capacidades que no tiene y unas intenciones que nunca ha mostrado.

Apenas unas semanas después de que afirmara que la relación con Moscú se normalizará paulatinamente una vez terminada la guerra, Mark Rutte declaraba ayer todo lo contrario: no habrá vuelta al statu quo anterior a 2022 incluso una vez concluida la paz. Quienes llaman a su población a preparar kits de supervivencia para sobrevivir las primeras 72 horas a un ataque bélico, ciberataque o un desastre natural posaron ayer sonrientes en París proclamando que están “construyendo una paz robusta para Ucrania y Europa”. Los países europeos y la dirección de la OTAN han virado finalmente y a regañadientes -después de que lo hiciera Estados Unidos e incluso Ucrania- al discurso de paz, aunque en un pacifismo sobrevenido que contrasta con sus propuestas. De la guerra eterna hasta que Kiev lograra una posición de fuerza para dictar los términos a Moscú se ha pasado a la idea de la paz armada y la continuación de una especie de guerra fría que justifique el rearme y mantenga la retórica bélica y las sanciones contra Rusia.

“Las sanciones son una de las pocas herramientas reales que tiene el mundo para empujar a Rusia hacia negociaciones serias. ¿Qué más hay aparte de las sanciones? Si se debilitan y Rusia viola el acuerdo, restablecerlas será un proceso increíblemente lento y difícil. Para entonces, muchos simplemente dejarán de creer que las sanciones realmente funcionan”, sentenció Zelensky, cuya última cruzada para impedir cualquier avance hacia una normalización de la situación pasa por exigir el aumento de las sanciones contra Rusia, una posición coordinada con los países europeos, que han visto en la guerra económica una forma de reinsertarse en la negociación, quizá solo para sabotearla, y volver a adquirir una parte de la relevancia perdida. Pese a la retórica de encarecer la guerra y utilizar el arma económica para hacer imposible a Moscú continuar la guerra, las sanciones ejercen actualmente de disuasión contra la negociación, frente al aliciente que Washington es consciente que supone cualquier mención a su posible relajación. La renovada insistencia en las medidas económicas coercitivas por parte de los países europeos y Ucrania llega además en el momento preciso.

“No es el momento de debilitar las sanciones contra Rusia y lo que se necesitan son más sanciones para obligarlos a sentarse a la mesa y asegurar un alto el fuego”, afirmó Starmer, junto con Macron uno de los líderes designados en la reunión de ayer para representar a los países europeos en las negociaciones a las que ninguno de ellos ha sido invitado. El “liderazgo coral” de la Unión Europea al que se refirió la pasada semana la exministra de Asuntos Exteriores española Arancha González Laya, es Emmanuel Macron que, consciente de que su fuerza no es suficiente, precisa de la asistencia de sir Keir Starmer y de la relación especial del Reino Unido y Estados Unidos, dueño y señor del proceso de negociación hasta estos momentos.

Tras la sesión de tres días de reuniones en Arabia Saudí, Estados Unidos anunció una serie de intenciones de las partes en forma de protección de las infraestructuras energéticas y trabajo hacia la recuperación de la libertad de navegación en el Mar Negro, algo que, en masa, los medios de comunicación occidentales entendieron como la proclamación de una tregua tanto en el escenario naval como en las infraestructuras. Sea por interés, incompetencia o ingenuidad, la prensa anunció un alto el fuego parcial que no existía, lo que facilitó la labor de culpar a Rusia de su incumplimiento en el momento en el que el Kremlin publicó sus condiciones para el comienzo de ese régimen de silencio. Entre ellas destaca que se levanten las sanciones contra su banco agrario nacional, Rosseljozbank y que vuelva a abrirse el mercado mundial a sus productos agrarios y fertilizantes, medidas que Estados Unidos afirmó ayer que está valorando. Esa respuesta de la Casa Blanca, que se ha mostrado abierta, al menos de palabra, a la posibilidad de una reducción de las sanciones contra Rusia, es lo que ha propiciado la reciente escalada verbal de los países europeos, propietarios de gran parte del poder en la política de sanciones -el comercio entre Estados Unidos y Rusia es limitado, de ahí las escasas herramientas de presión que Washington dispone para obligar a Rusia a aceptar medidas unilaterales exigidas por Ucrania- y dispuestos a tratar de hacer valer su posición para mantener activa la política de máxima presión.

Aunque en ningún momento ha habido anuncio de alto el fuego y las palabras de Marco Rubio sobre la revisión de las propuestas rusas son una confirmación implícita de que la tregua en el Mar Negro es un proyecto y no una realidad, Zelensky ha afirmado ya que exigirá a Estados Unidos más armas en caso de que Rusia incumpla el alto el fuego que todavía ni siquiera se ha pactado. El objetivo es claro y doble: mostrar a su oponente como el obstáculo de la paz y activar el mecanismo previsto por el Plan Kellogg-Fleitz en caso de que Moscú rechazara negociar, que se traduciría en un aumento del suministro militar a Kiev. La realidad es menos compleja de lo que presenta la prensa europea, en busca siempre del juego oculto de Rusia pero completamente ajeno a la transparente actuación de Ucrania.

Actualmente, el principal mensaje que quieren transmitir el Gobierno de Zelensky y sus aliados europeos es que Kiev desea la paz y que es Rusia quien ha de aceptar incondicionalmente las condiciones que se le presentan, todo ello sin tener en cuenta que existe una negociación en curso, a la que están invitadas tanto Ucrania como Rusia. Con su postura inflexible, afirmando que Ucrania tiene que dictar cada uno de los términos al margen de lo que esté negociándose en Arabia Saudí y declarando que las sanciones no comenzarán a retirarse hasta que Rusia “retire las tropas de Ucrania”, es decir, hasta que se recuperen las fronteras de 1991, una quimera a día de hoy, los países europeos se colocan fuera de todo proceso negociador, como una parte activa que busca de forma explícita evitar que el actual proceso diplomático llegue a buen fin. Si Donald Trump no ha reclamado aún la presencia del Reino Unido o la UE, de quienes espera que cubran con los costes de posguerra, no es solo por el desdén con el que el presidente de Estados Unidos mira a Bruselas, sino fundamentalmente porque su postura es hostil a la apertura de un proceso diplomático en el que haya diálogo con Rusia.

Además de la política de sanciones, los países europeos creen contar con el argumento militar como herramienta de presión contra Rusia, una justificación aún más ingenua que apostar por la política de coacción económica, pero que puede suponer otro obstáculo para un acuerdo de paz. Ayer, Macron anunció el envío de soldados franceses y británicos para “preparar el despliegue tras el alto el fuego”. Pese a que incluso su impulsor afirma que no hay consenso, el presidente francés insiste en la coalición de voluntarios (“coalition of the willing”), que había sido puesto en duda en filtraciones mediáticas esta misma semana. “Cuando Ucrania estaba en mejor situación, la idea de enviar tropas resultaba atractiva. Pero ahora, con la situación sobre el terreno y la administración estadounidense tal y como está, no es muy sexy”, afirmaba un oficial europeo citado por Reuters en un artículo en el que aseguraba que varios países buscaban una alternativa a la misión que prevé el plan Starmer-Macron. Sin embargo, el presidente francés insiste en una misión que se ubicaría en ciudades estratégicas de Ucrania y que actuaría a modo de disuasión.

En el pasado, Macron ha asegurado que la idea no precisa de la aprobación rusa pese a que cualquier tratado requerirá de la firma de Kiev y Moscú. La jugada francobritánica solo sería viable si Estados Unidos considerara que se trata de una actuación en buena fe y no de una forma de sabotear las posibilidades de que el proceso diplomático que inició Donald Trump consiga un alto el fuego o incluso la paz. El movimiento corre riesgo de sufrir el destino político de la aventura francobritánica en el Canal de Suez en 1956, cuando la intervención de Washington y Moscú acabó con los planes de París, Londres y su proxy, en aquella ocasión Israel. Pero más peligrosa aún para los intereses europeos sería la posibilidad de una desescalada bélica que no se produzca en términos ucranianos y que implique una normalización de las relaciones económicas de Rusia con todo el mundo salvo con la Unión Europea, Ucrania y el Reino Unido, que habrían perdido un argumento importante para justificar sus recortes sociales para destinar más financiación al rearme contra la futura agresión rusa.

Siempre insaciable incluso tras conseguir promesas de pronta presencia militar occidental en su territorio, Zelensky exige aún más. “Queremos soldados europeos que luchen, no necesitamos fuerzas de mantenimiento de la paz. Hablamos de un contingente en el mar, en tierra y en el aire. Se trata de un ejército”, declaró ayer. Conseguir la implicación de países de la OTAN en la guerra contra Rusia siempre ha sido uno de los objetivos del presidente ucraniano.

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