La penetración ucraniana en territorio ruso ha desatado cierto optimismo en Kiev y en Occidente. Pero ese avance puede ser un espejismo. Y la escasa resistencia, una trampaFabio Mini, Sinistrainrete
La penetración «ucraniana» en el territorio ruso de Kursk, que comenzó con un centenar de hombres, se ha ampliado y relativamente profundizado. Actualmente, fuentes occidentales dan cuenta de unos cinco regimientos mecanizados y blindados – además de las fuerzas especiales ucranianas– en Rusia, y cada kilómetro ocupado o recorrido por ellas se considera un éxito definitivo. Incluso los analistas occidentales más escépticos sobre las capacidades militares ucranianas tienden a presentar la situación como un punto de inflexión fundamental para todo el conflicto, mientras nuestros belicistas locales en Europa ya se están regocijando ante el colapso ruso en todo el frente. Sin embargo, el desarrollo de las operaciones sobre el terreno sugiere algunas consideraciones tácticas y estratégicas.
1. La invasión ucraniana marca el traslado de la iniciativa estratégica y el mando de las operaciones de Ucrania a Gran Bretaña, como parte de la OTAN y como líder del BB (Bloque Báltico) que apoya a Ucrania. Las fuerzas ucranianas están motivadas y entrenadas con claros signos de revitalización gracias a la participación de profesionales occidentales, órdenes precisas y objetivos sin escrúpulos. Las cautelas sobre el poder ruso y su capacidad de escalada han desaparecido. Los propios ucranianos han abandonado sus temores a las represalias rusas y, por su parte, la OTAN, Europa y Gran Bretaña nunca han tenido en cuenta los riesgos y sacrificios que el conflicto supuso y supone para los ucranianos. La intimidación cueste lo que cueste, de la que se habla con osadía, siempre se ha referido a la indiferencia ante las pérdidas de Ucrania y el acaparamiento de los beneficios de la guerra por parte de Occidente.
2. La maniobra «ucraniana» que tendía a distraer a las fuerzas rusas del Donbass ha favorecido de hecho la movilización de nuevas fuerzas rusas (sin aflojar la presión en el Donbass) que se preparan mientras se evacúa la zona ocupada con el objetivo de ganar tiempo cediendo espacio. La capacidad de penetración residual de las fuerzas ucranianas aún puede hacerlas avanzar durante unas pocas decenas de kilómetros pero, sin refuerzos detrás de ellas, a medida que avanzan su brazo logístico se hace más largo, y las fuerzas tienden a encontrarse en una bolsa peligrosa que podría cerrarse no tanto con la resistencia rusa en el frente sino con la soldadura de misiles y fuego aéreo en la retaguardia, en territorio ucraniano.
3. La ocupación ucraniana no está estabilizada ni es fluida. La posibilidad de establecer comandos militares territoriales ucranianos anunciada por el presidente Zelensky para entretener a sus seguidores es un fin en sí mismo y puede durar mientras dure la presencia militar. Desde que existe el mundo, la ocupación militar ha quitado recursos a la población, ha impuesto regímenes que alienan cualquier simpatía hacia los ocupantes (de hecho, campesinos rusos se han unido a los militares con sus escopetas de caza para hacer frente a la invasión) y ha comprometido fuerzas operativas a tareas de control territorial, distrayéndolas de los frentes de combate. Incluso la posible transformación de la brecha en una zona controlada por un contingente internacional tiene una probabilidad nula debido a la previsible oposición rusa a un delito internacional, y una alta probabilidad de representar una provocación militar abierta.
4. La maniobra de Kursk se basa en la apuesta occidental de que Rusia no empleará armas nucleares tácticas. Ciertamente no lo hará en su propio territorio, incluso si está ocupado e incluso si los propios halcones rusos están presionando para que se lleve a cabo una masacre dirigida a las fuerzas invasoras. Pero puede hacerlo en territorio ucraniano y precisamente en la cremallera que cierra la penetración. Es fácil predecir los efectos devastadores de algo que a priori está excluido.
5. La operación en curso, que alimenta los sueños del principio del fin de Rusia, tiende a desarrollarse en la dirección opuesta precisamente gracias al cinismo de la dirección occidental de las operaciones. El objetivo más racional y probable de la operación ucraniana y británica es involucrar a la OTAN en la guerra directa contra Rusia en territorio ruso antes de que EEUU y otros países, atrapados en problemas internos y prioridades internacionales, desconecten el respirador artificial que mantiene viva a Ucrania. Sería una guerra abierta entre Occidente y Oriente, desastrosa para todos, ya sea que implique operaciones prolongadas o, peor aún, que desencadene un conflicto nuclear. Sin embargo, el cinismo occidental que guía la operación Kursk permite plantearse el objetivo estratégico de acelerar el fin del conflicto sacrificando las últimas fuerzas ucranianas, negociando el intercambio de territorios e incorporando lo que queda de Ucrania a la OTAN y a la Unión Europea.
La nueva Guerra Fría con la que muchos sueñan se abriría con nuevos despliegues de misiles en Europa, grandes negocios de la nueva carrera armamentista, la reconstrucción de los territorios devastados por la guerra y las «ventajas» del nuevo Telón de Acero: esta vez en el Dnieper, dividiendo a Kiev en dos o en cuatro.
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