Bill Van Auken, wsws
El Gobierno de Trump amenazó el martes con una mayor escalada de las sanciones económicas estadounidenses que ya desencadenaron un derrumbe económico en Turquía.
El viernes pasado, Washington duplicó los aranceles estadounidenses contra el acero y el aluminio turcos a 50 y 20 por ciento, respectivamente. La acción ocasionó un descenso vertiginoso del valor de la lira turca, el cual ya había estado cayendo por meses, provocando una racha inflacionaria que ha eviscerado los niveles de vida de los trabajadores turcos.
El pretexto para este ataque castigador contra su viejo aliado de la OTAN —Turquía tiene más tropas que cualquier miembro de la alianza militar después de EEUU— es la continua detención del pastor evangélico estadounidense, Andrew Brunson, quien fue arrestado en 2016 bajo cargos de confabular con los organizadores de un golpe de Estado militar fallido en julio de dicho año que buscó derrocar al presidente Recep Yayyip Erdogan.
“El Gobierno se mantendrá sumamente firme ante esto. El presidente está 100 por ciento comprometido con traer al pastor Brunson de vuelta a casa y, si no vemos ninguna acción en los próximos días o una semana, podríamos tomar más acciones”, le indicó un alto oficial de la Casa Blanca a la agencia noticiera Reuters.
Mientras que la agitación pública sobre Brunson le sirve a la agenda política de Trump, apelando a su base cristiana de derecha, los verdaderos motivos para traerse abajo la economía turca residen en el interés del imperialismo estadounidense para trasladar su propia crisis a sus enemigos y supuestos aliados por medio de una guerra comercial, sanciones económicas o confrontaciones militares directas.
Trump, el matón estadounidense, está buscando amenazar y amedrentar a cada Gobierno del mundo para que se subordine a los intereses de Wall Street y de las corporaciones transnacionales basadas en EEUU.
El último mes no solo ha sido testigo de sanciones que han hundido a la lira turca, sino también de la imposición de nuevas sanciones contra Irán, tras la cancelación unilateral estadounidense del acuerdo nuclear iraní del 2015 con el P5+1 —EEUU, Reino Unido, Francia, China, Rusia y Alemania—, colocando severas presiones a la economía iraní. Hay sanciones mucho más agresivas contra las exportaciones energéticas de Irán programadas para noviembre.
De forma similar, se han impuesto sanciones a Rusia por el presunto envenenamiento con un agente nervioso del exagente ruso, Sergei Skripal, y su hija en la ciudad británica de Salisbury. El Gobierno ruso del presidente Vladimir Putin ha negado cualquier involucramiento y nunca se presentó evidencia sustantiva que probara lo contrario. Como en el caso de Irán, Rusia se enfrenta a la posibilidad de mayores sanciones este año.
El primer ministro ruso, Dmitry Medvedev, advirtió el viernes pasado que las medidas propuestas para bloquear operaciones bancarias rusas “equivaldría a una declaración de guerra económica” y requerirían “una respuesta por medios económicos, medios políticos y, si es necesario, otros medios”.
El ataque contra Turquía está relacionado con medidas estadounidenses cada vez más agresivas contra Rusia e Irán. La política exterior del Gobierno de Erdogan ha interferido con los objetivos geoestratégicos de EEUU en Oriente Próximo y más ampliamente en Eurasia.
En Siria, Ankara ha llegado a un acuerdo tanto con Rusia como Irán que le permite perseguir sus intereses a lo largo de su frontera sur. Al mismo tiempo, Turquía ha llegado al borde de una confrontación militar con EEUU, que está utilizando como principal fuerza indirecta en el terreno a la milicia siria-kurda YPG, una afiliada del PKK turco-kurdo, contra el cual Ankara ha estado librando una sangrienta y prolongada campaña contrainsurgente.
Mientras tanto, el Gobierno turco ha develado planes para comprar el sistema de misiles de defensa S-400 de Rusia que supuestamente será entregado el año siguiente y es incompatible con los sistemas antimisiles de la OTAN.
Finalmente, Ankara ha dado señal de que no tiene intención alguna de acatar las sanciones unilaterales de Washington contra Irán, que constituye la principal fuente de importaciones energéticas turcas. Y, como lo indicó Trump en un tuit reciente, “Cualquiera que haga negocios con Irán NO hará negocios con Estados Unidos”.
Estos mismos conflictos internacionales, particularmente el giro de Turquía a estrechar sus relaciones con Rusia y China, fueron motivo para que EEUU y Alemania apoyaran el golpe de Estado militar fallido de julio del 2016 contra Erdogan, realizado cuando Obama seguía en la Casa Blanca.
El matonismo de Trump no representa una grotesca aberración, sino la verdadera cara de la parasítica oligarquía gobernante en Estados Unidos que está preparada para llevar a cabo crímenes históricos persiguiendo sus intereses
En el caso de Turquía, sin duda, algunos calculan en Washington que empujar la economía del país en crisis al abismo tendrá un impacto directo pequeño en EEUU. Turquía es el mercado extranjero número 28 para bienes estadounidenses, recibiendo solo 0,6 por ciento de las exportaciones estadounidenses en la primera mitad del año. Los bancos estadounidenses controlaban solo $38 mil millones de deuda turca para fines del primer trimestre del año. En contraste, los bancos españoles, franceses e italianos le han prestado a Turquía $83,3 mil millones, $38,4 mil millones y $17 mil millones respectivamente.
La posibilidad de que la crisis turca contagie a la Unión Europea no es algo que el imperialismo estadounidense rechace, viendo a la UE como un rival estratégico. Al mismo tiempo, el colapso de la lira turca ha reverberado a través de las llamadas economías de mercado emergentes, devaluando las divisas desde India, México hasta Sudáfrica.
Los economistas internacionales han indicado que, mientras en el pasado, Washington ha intervenido para intentar calmar los mercados globales bajo condiciones similares a las que enfrenta Turquía —generalmente acompañando dichas intervenciones con programas de “ajuste” del Fondo Monetario Internacional— esta vez está intentando exacerbar deliberadamente la crisis.
Analizando la política imperialista estadounidense en 1928, el año antes de la Gran Depresión, León Trotsky advirtió: “En los periodos de crisis, la hegemonía de Estados Unidos operará más plena, abierta y despiadadamente que en los periodos de bonanza. Estados Unidos buscará superar y salirse de sus dificultades y malestares principalmente a expensas de Europa, sin importar si esto ocurre en Asia, Canadá, América del Sur, Australia o en la misma Europa, e independientemente de si sucede pacíficamente o a través de la guerra”.
Una década después del estallido de la última crisis financiera global, todas las contradicciones del sistema de lucro que produjeron el derrumbe del mercado en el 2008 solo se han intensificado. El indisoluble conflicto entre la economía global y el sistema de Estado nación, una contradicción que fue intensificada enormemente por la globalización de la producción en las últimas tres décadas, está dando lugar a un nuevo periodo de preguerra, caracterizado por guerras comerciales globales, el resquebrajamiento de las viejas alianzas formadas tras la Segunda Guerra Mundial y el surgimiento del militarismo.
Las imprudentes y destructivas políticas perseguidas por el imperialismo estadounidense están agravando fuertemente las tensiones sociales y la lucha de clases por todo el mundo, incluyendo dentro de Estados Unidos. Ahí yace la única respuesta viable a la creciente amenaza de guerras comerciales y la multiplicación de conflictos militares por todo el globo que conllevan una nueva guerra mundial. La cuestión decisiva es la construcción de un movimiento internacional y socialista contra la guerra basado en la clase obrera.
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