Una mirada no convencional al modelo económico de la globalización, la geopolítica, y las fallas del mercado
martes, 28 de marzo de 2017
Randall Wray: “Las economías de Grecia, Italia y España no se recuperarán nunca”
Álvaro Guzmán Bastida, CTXT
Randall Wray habla sobre política monetaria con la convicción y la urgencia del hereje que se sabe en posesión de una verdad poderosa. El economista es una de las figuras destacadas del movimiento de la teoría monetaria moderna, o modern money theory, que rompe con el análisis ortodoxo sobre la creación del dinero y propone políticas para el pleno empleo. Discípulo de Hyman Minsky, Wray (1953) recibe a CTXT en su despacho del instituto Levy, un reducto de economistas neokeynesianos en el idílico campus de Bard College, situado a dos horas al norte de Manhattan, el valle del río Hudson. Wray repasa los elementos clave de la teoría monetaria moderna, critica la renta básica, la unión monetaria europea y propone su alternativa: que el Estado garantice el empleo de todos los ciudadanos.
¿En qué consiste, brevemente, la teoría monetaria moderna?
La modern money theory (MMT) parte del reconocimiento de que un gobierno soberano en realidad no es como una familia o una empresa. A menudo, oímos a políticos, e incluso economistas, decir que si alguien gestionase el dinero de su familia como el gobierno gestiona los presupuestos del Estado, terminaría en bancarrota. Por supuesto, eso es cierto, pero la analogía es completamente falsa, porque implica que un Estado, como una familia, puede quebrar si gasta continuamente más de lo que ingresa. Desde ese punto de partida, analizamos el porqué de la diferencia y sus consecuencias. La principal diferencia es que los Estados emiten su propia moneda, mientras que si una familia emite, por ejemplo, dólares estadounidenses, los está falsificando, y sus miembros irán a la cárcel. Es una prerrogativa del Estado.
¿Qué consecuencias políticas tiene esa teoría, que va en contra del análisis económico ortodoxo?
En el momento más severo de la crisis, el Congreso de los Estados Unidos aprobó un estímulo fiscal de 800.000 millones de dólares en dos años. Esto amortiguó el declive económico, pero el país no se recuperó. El presidente Obama dijo, una y otra vez: “Nos gustaría hacer más, pero el Estado no tiene más dinero”. Eso es falso, lo supiera Obama o no. Si la opinión pública lo entendiera así, habría exigido al gobierno que hiciera más. Por fin, desde hace unos meses, estamos creando empleo a un ritmo razonable, en torno a 200.000 puestos de trabajo al mes. Pero no teníamos por qué haber pasado por un periodo tan largo de crecimiento escaso, sin apenas creación de empleo. Hemos perdido cientos de miles de millones de actividad productiva que no recuperaremos nunca. Las empresas no contrataban porque no vendían lo suficiente. Si el gobierno hubiera hecho más, si hubiera creado más demanda para la actividad productiva o incluso creado puestos de trabajo, nos habríamos recuperado mucho antes.
Habla de “hacer más” y de crear demanda y empleo, pero, ¿de qué manera?
Hay medidas convencionales como la inversión en infraestructura. No creo que nadie esté en desacuerdo con que necesitamos invertir mucho más en ese frente. Nuestros puentes se desmoronan, toda nuestra infraestructura se cae a pedazos. Y cualquiera que haya ido a China y haya visto los trenes de alta velocidad y la nueva infraestructura que tienen allí sabe que no es solo cuestión de reparar lo que ya tenemos. Nos estamos quedando rezagados. En cuanto a las estrategias menos convencionales, recuperaría el programa de creación de empleo del New Deal de los años 30. El Estado contrataría directamente a los parados, que se encargarían de actividades en beneficio de la comunidad y el interés público, o proveería los salarios para que otros, bien sean ayuntamientos, organizaciones sociales u ONG, contraten. Esto aportaría a los desempleados trabajo, experiencia y cualificación. En EEUU, tenemos un problema no ya por el desempleo, que sigue siendo demasiado alto, incluso en torno al 5% actual, sino también por un grupo enorme de la población, tres o cuatro veces el número de desempleados, que ha dejado de buscar trabajo o se ve obligado a trabajar a tiempo parcial.
Se entiende que la gente que reciba esos sueldos financiados por el Estado tendrá que estar trabajando. ¿Por qué prefiere esa solución a una renta básica, independiente de la situación laboral de cada ciudadano?
La renta básica no aporta todo lo que aporta un trabajo. Un empleo beneficia a la comunidad, por lo que es mucho más popular desde el punto de vista político. Además, estamos hablando de producir en el interés general, para resolver las necesidades ciudadanas.
Propone entonces que el Estado dirija esos recursos adonde estime más necesario para la sociedad en su conjunto.
Sí. El Estado tendría que planificar qué tipo de empleos incentiva o paga. Diría: “Necesitamos reparar estos puentes”, o: “Necesitamos más supervisión en los parques infantiles”, o más bien: “Necesitamos servicios de limpieza medioambiental”. El Estado haría una labor de planificación y contrataría a los trabajadores para esas actividades. O, si decide ceder la iniciativa a organizaciones de servicios comunitarios, haría falta un proceso de aprobación y evaluación.
Los partidarios de la renta básica señalan que muchos de los empleos que se generan con el sistema de empleo actual no son socialmente necesarios, mientras que gran parte del trabajo que se lleva a cabo en la sociedad no se considera empleo, ni está remunerado. ¿Cómo responde a esa doble crítica?
Bueno, podemos ampliar aquello que consideramos empleo que justifica un salario. Digamos que valoramos los cuidados y entendemos que las personas que los practican deben tener remuneración. Podría ser su empleo. El problema de la renta básica es que tal y como funciona la economía capitalista, que es la que tenemos, el sistema de producción necesita del trabajo remunerado, y la mayoría de la gente tiene que participar de él. Podríamos ponernos quisquillosos y debatir sobre si alguien que se dedica a freír hamburguesas tiene un trabajo beneficioso para la sociedad: no creo que comer hamburguesas sea bueno, no es saludable y es malo para las vacas. Podríamos incluso decidir que hay que prohibir las hamburguesas. Pero hemos decidido permitir una cierta libertad de elección, y hay gente a la que le gusta comer hamburguesas, y alguien tendrá que freírlas hasta que los robots puedan hacerlo. Quizá las condiciones de trabajo no son buenas y el salario es demasiado bajo. Entonces, mejoremos las condiciones laborales y los salarios. La mejor manera de hacerlo es ofrecer una alternativa en forma de garantía de empleo, con trabajos útiles para la sociedad que tengan mejores condiciones laborales y salarios más altos que los de los freidores de hamburguesas. Eso obligará a que mejoren las condiciones y el salario de los ‘freidores’, o esos empleos desaparecerán.
Los partidarios de la renta básica dirían que, para que los freidores de hamburguesas tengan la libertad de abandonar su trabajo, es necesario desligar el empleo del ingreso.
¿Abandonarlo en lugar de qué? Seguiremos necesitando comer, y que la gente construya casas, y sistemas de transporte. Tenemos un sistema en el que, para obtener un nivel de vida mínimo, la gente necesita trabajar. Su fuente de ingresos es la producción de lo que deseamos. Lo que dicen es que, por arte de magia, lo que deseamos va a seguir produciéndose, por mucho que desliguemos el ingreso del sistema productivo. No tiene ningún sentido. Creo que podemos permitirnos que cierta gente –los que no pueden trabajar o no deben hacerlo, porque tienen a menores a su cargo, por ejemplo— no participe en el sistema productivo y mantenga un buen nivel de vida. Pero la mayoría tiene que estar dentro del sistema productivo, o no tendremos nada que consumir. El otro problema es que no entienden lo importante que es el trabajo para la gente. He conocido a muchos defensores de la renta básica, y normalmente es gente que no es muy sociable, a la que no le gusta estar con los demás, ni trabajar. Se imaginan que todo el mundo es como ellos, pero la mayoría de la gente quiere contribuir a la sociedad. Les gusta poner de ejemplo trabajos que no parecen muy amenos, pero incluso esos llevan aparejados los beneficios de participar en la producción: la sensación de contribuir al bienestar social, las ventajas de formar parte de un grupo que te puede conectar con otras redes y ayudar a tener una vida exitosa y buena. La gente que trabaja vive mejor que la que no lo hace.
Ha hablado de la robotización. En 1930, Keynes predijo que la generación de sus nietos tendría jornadas de quince horas semanales. La productividad se ha disparado y las mujeres se han sumado, en masa, al mercado laboral. ¿Por qué no trabajamos quince horas a la semana?
Uno de los motivos es que los salarios son demasiado bajos, lo que obliga a la gente a trabajar más de lo que le gustaría, al tiempo que reduce el incentivo de reemplazar el trabajo humano por otras alternativas. Si los salarios fueran mucho más altos, veríamos ya robots freidores de hamburguesas. También creo que Keynes subestimó el poder de la publicidad. Pensaba que lo que la gente deseaba realmente sería socialmente deseable, pero la publicidad nos llevó en la dirección opuesta: nos hizo desear cosas que no son en absoluto deseables, que es la mayoría de lo que la gente compra. Como sociedad, hemos dejado ese asunto al mercado, y debiéramos hacer algo al respecto.
Por volver a las propuestas políticas de la teoría monetaria moderna. ¿Existe un riesgo de que fomenten la excesiva inflación?
No. Están diseñadas para no hacerlo. La garantía estatal de empleo es un ‘estabilizador automático’. Cuando el sector privado empieza a contratar, el Estado se retira paulatinamente, así que el gasto se reduce. Opera con un salario fijo, que no hace que suban los precios, sino que impide que bajen. El salario nunca podría bajar por debajo de lo que paga el Estado en ese programa, por lo que es un verdadero salario mínimo. Además, cuando decimos que el Estado no puede agotar su propio dinero, no queremos decir que el Estado siempre tenga que gastar más de lo que gasta. Lo único que decimos es, olviden la analogía con una familia; cuando el Estado necesite gastar más, siempre puede hacerlo.
¿Qué se les escapa a quienes advierten del riesgo de inflación cuando se reclaman políticas expansivas?
Que todo gasto estatal lleva consigo la creación de dinero, porque genera un crédito de reservas bancarias equivalente a lo que se gasta. Si recibes un cheque de la pensión estatal, cuando lo depositas en tu banco, el banco lo ingresa en tu cuenta y se lo manda al banco central, que también lo ingresa. Cuando pagas los impuestos, se produce el fenómeno contrario: el gasto estatal siempre conlleva un aumento de reservas. El pago de impuestos las reduce. El Estado crea dinero de la nada, y lo usamos para pagar impuestos, devolviéndoselo al Estado.
Entonces, cuando los Estados entran en lo que llamamos ‘crisis de deuda soberana’…
¿Como Japón?
O como los países del euro.
No, no, centrémonos por un momento en Japón. No tiene crisis de deuda. Su nivel de endeudamiento se acerca al 250% del PIB. Durante veinticinco años, ha rondado unos intereses del 0% y ha sufrido deflación, con los déficits presupuestarios más grandes del mundo. No hay crisis de deuda.
¿Existen las crisis de deuda soberana? ¿Son posibles?
¿En Japón? No. ¿En EEUU? No. ¿Reino Unido? ¿Turquía? Tampoco. ¿Qué tienen en común? Todos ellos emiten su propia moneda. ¿Qué pasa si uno abandona su moneda y adopta la de otro? Puede haber un problema de deuda, porque ya no tienes moneda propia. Hay países que ‘dolarizan’ su economía. Lo hizo Ecuador. Argentina tenía un régimen de convertibilidad en los años 90. Puede resultar muy problemático, porque la única manera de conseguir dólares, si no se puede exportar suficiente, es pedirlos prestados. Si se piden prestados, hay que devolverlos con intereses, y si no se consiguen más dólares, puede haber consecuencias desastrosas, incluido el impago de la deuda. ¿Cuál es el problema de Europa? Grecia o Italia tenían moneda propia. ¿Podía agotárseles? No. ¿Qué hicieron? Renunciaron a su propia moneda. Adoptaron el euro, que es una moneda extranjera. Ahora están en una situación para la que no hay solución de mercado. Esas economías –Grecia, Italia, España— no se recuperarán nunca.
¿Y si salieran del euro?
Bueno. Tendrían que salirse del euro, o habría que reformar todo el sistema. Una cosa o la otra terminará sucediendo.
¿A qué se refiere con reformar el sistema?
Las soluciones técnicas son muy fáciles. Una consiste en aumentar el presupuesto del Parlamento Europeo, que es de menos del 1% del PIB. En EEUU, la unión monetaria está bien hecha. El banco central –la Reserva Federal— se encarga de la política monetaria, y el Departamento del Tesoro de la fiscal. En la Unión Europea creyeron que se podría tener un banco central único, pero que cada Estado tuviera su política fiscal. Eso no puede funcionar. Pero sí existe un Parlamento Europeo. Si su presupuesto fuera más razonable, lo suficientemente grande como para estabilizar la demanda agregada en toda la economía, y distribuir más demanda a las economías que pierden empleo por sus déficits comerciales, podría haber una salida. ¿Cómo de grande tendría que ser? Diría que en torno a un 10%, la mitad del presupuesto de los EEUU, sería suficiente. Eso redistribuiría la demanda. Todo el mundo, incluso Alemania, tendría más demanda, pero se haría de manera progresiva, para que la periferia reciba relativamente más que el centro.
Habla de “distribuir demanda”. Pero, ¿cómo se haría eso?
El modo ideal es una garantía de empleo. Pongamos que la Unión Europea financia una garantía de empleo. Hoy en día podríamos estar hablando de un 5% del PIB, que quizá en Grecia sería más cercano al 10%, pero después de la recuperación se estabilizaría entre un 1% y un 3%.
¿Cree que eso resolvería tanto el problema del empleo como el de la estabilidad financiera?
Las crisis europea y estadounidense fueron idénticas. Pero la crisis financiera que fue igual para ambos se convirtió en crisis de deuda soberana en Europa, porque sus países no son soberanos. En EEUU, no fue así. Pudimos poner en marcha un estímulo fiscal, aunque fuera insuficiente. Salvamos el sistema financiero sin imponerle la deuda estatal a Nueva York o Dakota del Sur. Europa hizo eso, trasladando el peso a los Estados, no soberanos. España tenía superávits contables antes de la crisis. De pronto, llega la crisis financiera y la deuda estatal explota. El problema fue el sector financiero privado. La solución no es la austeridad, sino la regulación y supervisión bancaria, la ruptura de los oligopolios financieros y el encarcelamiento de los responsables de la situación. La garantía de empleo no es suficiente. Tiene que venir acompañada de las restricciones a los excesos financieros.
Ha dicho antes que los países que ceden su soberanía monetaria dejan de ser soberanos. Pero, ¿no está el resto de países subordinado a EEUU en materia monetaria, al ser el dólar la moneda de reserva mundial?
La medida en que se subordinan responde a decisiones políticas. Hay países que deciden tener un tipo de cambio fijo. Si quieres hacer eso, necesitas exportar, ¿y qué necesitas para exportar? Salarios bajos. Una demanda agregada baja. Mantener a tu población lo suficientemente pobre como para importar. Lo hacen voluntariamente. No tienen por qué hacerlo.
¿Cuál es la alternativa?
Dejar que la cotización de la moneda fluctúe. Eso te da más margen de maniobra en política fiscal. Si decides vincular tu moneda al dólar, mantendrás un tipo de interés alto, perdiendo control sobre la política monetaria. Tu tipo de interés tiene que estar por encima del de los EEUU, para mantener una moneda fuerte. Si la dejas fluctuar, puedes mantener los tipos más bajos y depreciar la moneda. Con la política fiscal sucede lo mismo: no es necesario tener a gran parte de la población desempleada. Puedes perseguir una política de pleno empleo. La consecuencia puede ser que tu tipo de cambio sea más bajo. ¿Y qué problema acarrea eso? A tus élites les sale más caro viajar a Disneylandia. No hablo en broma: para las élites de los países en desarrollo es muy importante poder mandar a sus hijos a Harvard e ir de vacaciones a Estados Unidos. Prefieren tener al 50% de la población en paro para poder hacerlo.
Tendemos a pensar en los impuestos como una estrategia recaudatoria del Estado, para construir carreteras y colegios, o pagar a profesores y a agentes de policía. Usted dice que los impuestos no sirven para eso.
Los gobiernos regionales y locales sí necesitan el dinero de los impuestos para funcionar, pero para el Estado tienen dos funciones principales: Por un lado, generar demanda para su propia moneda: si sé que tengo que pagar impuestos en billetes de la Virginia colonial, exigiré que se me pague en esos billetes. Por otro lado, los impuestos retiran dinero de la economía, poniendo coto a la inflación.
También dice que los impuestos no deben entenderse como una herramienta para disminuir la desigualdad. ¿Por qué?
No se les quita a los ricos para dárselo a los pobres. Eso lo hacía Robin Hood, pero los Estados no pueden hacerlo con su propia moneda. Cuando impones un impuesto, reduces la cantidad de moneda que hay en circulación. Antiguamente, los gobiernos coloniales quemaban los billetes que recibían como pago de impuestos. Hoy en día, si entregas al banco dinero en mal estado, la Reserva Federal lo hace trizas. Si haces una visita guiada a la Fed, te dan como souvenir una bolsita llena de jirones de billetes. La idea de que hacerles pagar impuestos a los ricos te da dinero para pagar a los pobres es errónea. Podemos pagar a los pobres sin cobrarles impuestos a los ricos. ¿Por qué cobrarles impuestos? Porque son demasiado ricos. Lo hacemos para reducir su riqueza. No debemos ligar ambas cosas, porque si por motivos políticos no podemos recaudar de los ricos, eso nos llevaría a no gastar en ayudas para los pobres. Son actos separados: podemos ayudar a los pobres y cobrarles impuestos a los ricos.
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