Emir Sader, La Jornada
Nunca como ahora el futuro de América Latina está tan abierto. Hemos pasado por un momento, especialmente en los años 1990, en que la historia del continente parecía congelada. Se imponía un modelo de forma avasalladora, que pretendía invertir y cerrar ciclos históricos que apuntaban en otra dirección. Ya no más desarrollo económico, sino equilibrio fiscal. Ya no más distribución de renta, sino concentración en manos de los más competentes. Ya no más derecho, sino concurrencia en el mercado. Nunca más Estado, sino empresas.
Se arriesgaron, en medio de consensos que creían fatales, a anunciar el fin de la historia, que reposaría eternamente en los brazos de la democracia liberal y de la economía capitalista de mercado. Enterradas las alternativas, el capitalismo y el imperialismo podrían rediseñar el poder en el mundo.
América Latina era encabezada por personajes como Carlos Menem, Alberto Fujimori, Fernando Henrique Cardoso, Carlos Andrés Pérez, Gonzalo Sánchez de Losada, Carlos Salinas de Gortari y Lucio Gutiérrez, consagrados entonces por los medios internacionales como los modernizadores, los liberalizadores, los globalizadores de nuestras sociedades, al fin salvadas del populismo, del estatismo, del nacionalismo.
Víctima privilegiada de las grandes trasformaciones regresivas ocurridas en el mundo y, en particular del neoliberalismo, América Latina reaccionó como ya pocos creían posible. Y se ha vuelto la única región del mundo con gobiernos antineoliberales, con procesos de integración regional, con capacidad de revertir las fuertes tendencias a la desigualdad social y al aumento de la pobreza y la miseria en el mundo.
América Latina ganó el derecho a definir su historia a partir de su capacidad de reaccionar frente al modelo neoliberal y a la globalización. Gracias al liderazgo de dirigentes como Hugo Chávez, Lula, Néstor y Cristina Kirchner, Pepe Mujica, Evo Morales y Rafael Correa. Ahora América Latina se enfrenta a los efectos de la recesión internacional y a articulaciones derechistas internas, lo que genera crisis en varios de nuestros países.
En este momento, en medio de la segunda década del siglo XXI, se puede decir que el futuro del continente está abierto. Nadie puede garantizar que los gobiernos antineoliberales se van a consolidar definitivamente, menos tampoco que los intentos de restauración conservadora se van a imponer.
Las dos vías están abiertas. Lo que se puede decir es que el escenario político latinoamericano será nuevo a partir de ahora. Ya no se contará con precios altos de los productos de exportación, al contrario, la recesión internacional tiende a extenderse. Tampoco será posible que cada país reaccione aisladamente frente a ella.
La vía de la restauración está siendo puesta en práctica en Argentina y rápidamente demuestra cómo sus planteamientos profundizan la recesión, el desempleo, el endeudamiento y hasta la misma inflación. Es una vía que recorta los derechos sociales, concentra renta, subordina los intereses del país a los grandes capitales internacionales y directamente a Estados Unidos. Conocemos hacia dónde ello podría conducir a nuestros países; hemos vivido el auge del neoliberalismo en los 1990, sabemos que es una vía trágica para nuestros países y para nuestros pueblos.
La otra es la vía de consolidar los extraordinarios avances logrados y avanzar hacia una América Latina todavía más integrada, por el Mercosur, la Unasur, la Celac, más vinculada al destino del sur del mundo, del BRICS, de su banco de desarrollo. Con gobiernos antineoliberales articulando y poniendo en práctica un modelo integrado de desarrollo con distribución de renta, profundizando incesantemente sus mercados internos de consumo de masas, fortaleciendo y democratizando más a sus estados, con procesos de formación democrática de sus opiniones píblicas, construyendo modelos de superación del neoliberalismo y de construcción de sociedades basadas en el derecho de todos.
¿Cuál de las dos vías triunfará? Es lo que se está decidiendo en este momento en el continente. Las fuerzas democráticas y populares ya no tienen derecho a seguir cayendo en los errores en que han incurrido y siguen cometiendo.
Es el destino de nuestros países en toda la primera mitad del siglo XXI lo que se está decidiendo. La conciencia real de los problemas que estamos enfrentando, de las fuerzas con que contamos y con las que podemos contar, de los errores cometidos, capacidad de renovación hacia las nuevas generaciones, hacia las mujeres, hacia las capas populares todavía postergadas, espíritu democrático y capacidad teórica creativa, nos pueden llevar por la vía democrática y popular de superación de la crisis actual.
Las dos vías están abiertas. Las duras peleas actuales son para decidir cuál de las dos se impondrá.
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