lunes, 8 de febrero de 2016

Buscando estrategias para crecer

Michael Spence, El Economista

En 2008, la Comisión sobre Crecimiento y Desarrollo del Banco Mundial, que tuve el privilegio de presidir, presentó un informe con datos actualizados sobre los modelos de crecimiento sostenible. Entonces, como ahora, una cosa estaba clara: las políticas que sostienen períodos de varias décadas de alto crecimiento, transformación estructural, aumento del empleo y los ingresos, y gran reducción de la pobreza se refuerzan mutuamente. El impacto de cada una resulta amplificado por las otras. Son ingredientes de recetas que funcionan, y lo mismo que en las recetas, la falta de un ingrediente puede afectar seriamente el resultado.

Para comprender las pautas de crecimiento (débil, frágil y con visos de empeorar) que vemos hoy en muchos países y en toda la economía mundial, deberíamos comparar la realidad con lo que esperaríamos ver en unas estrategias de crecimiento razonablemente integrales. Claro que hay muchas políticas capaces de sostener un desempeño elevado, y hasta cierto punto dependen de cada país. Pero hay unos pocos ingredientes clave que aparecen en todos los ejemplos de éxito conocidos.

El primero es un alto nivel de inversión pública y privada. Los países en desarrollo exitosos invierten el 30 por ciento de su PIB o más. El componente del sector público (infraestructura, capital humano y la base de conocimiento y tecnología de la economía) se sitúa en la franja del 5 al 7 por ciento. Y las inversiones de los sectores público y privado son complementarias: las primeras aumentan la rentabilidad de las segundas, y con ella, su volumen.

La inversión privada doméstica y extranjera depende de una multitud de otros factores que afectan los riesgos y rendimientos. Entre ellos, la preparación de la fuerza laboral, la protección del derecho de propiedad y las instituciones legales relacionadas, la facilidad para hacer negocios (por ejemplo, cuántos trámites y tiempo se necesitan para abrir una empresa) y la ausencia de rigideces en los mercados de productos y factores (mano de obra, capital y materias primas).

Sobre todo, el clima de inversiones resulta favorecido por la estabilidad: una gestión macroeconómica competente y alerta, y la eficacia y continuidad de la política. A la inversa, la incertidumbre respecto del crecimiento o del compromiso con un programa de reformas razonablemente coherente repercute negativamente sobre las inversiones.

Un segundo ingrediente común de las estrategias de crecimiento sostenible es que esos niveles de inversión relativamente altos se financian con ahorro interno. La dependencia sustancial del ahorro externo (que se manifiesta por la persistencia de grandes déficit de cuenta corriente) suele terminar mal, en forma de crisis de deuda y grandes retrocesos en la senda del crecimiento. También es crucial la apertura a la economía global en relación con el comercio internacional y las inversiones. Por ejemplo, la inversión extranjera directa es un canal fundamental para transmitir y adaptar el stock acumulado global de tecnología y conocimiento. Y la competitividad de las exportaciones mejora conforme se invierte en construir eslabones en las cadenas globales de suministro.

La cuenta de capital es un asunto más complejo. En general, las economías en desarrollo exitosas la administran para evitar una volatilidad excesiva, incluida la resultante de perturbaciones o desequilibrios procedentes del exterior y de la dependencia excesiva de la financiación externa. Además, la mayoría de los países exitosos administran el tipo de cambio para adecuarlo al crecimiento de la productividad, mediante una combinación de controles de capitales, política monetaria y acumulación o desacumulación de reservas. Tanto la sobrevaluación como la devaluación de la divisa producen diversos efectos adversos, pero la persistencia de lo primero es más problemática para la estabilidad y el crecimiento. Por último, la inclusión también es un componente clave de las estrategias de desarrollo exitosas.

Los modelos de crecimiento que sistemáticamente excluyen a subgrupos fracasan por la pérdida de cohesión política y social, y en última instancia, de apoyo. Pero una desigualdad de ingresos que no sea exagerada y que no surja de la corrupción o del acceso privilegiado a mercados se comprende y acepta. La provisión de servicios básicos (como educación y atención médica) de alta calidad se ve como un elemento crucial para la igualdad de oportunidades y la movilidad intergeneracional. Hechas estas consideraciones, podemos evaluar la situación actual en materia de crecimiento, en la economía global y en sus diversas partes.

Lo primero que observamos es que la inversión del sector público está por debajo de los niveles necesarios para estimular y sostener el crecimiento, lo que se debe en parte a restricciones fiscales en países excesivamente endeudados. Descartada la suspensión de pagos, la forma normal de reducir el peso de las deudas soberanas es el crecimiento nominal. Pero no se ven políticas orientadas al crecimiento, más allá de la contribución que pueda hacer la política monetaria, y la inflación es inferior a las metas fijadas. Mientras tanto, grandes reservas de ahorro en fondos soberanos de inversión, fondos de pensiones y compañías aseguradoras no encuentran una adecuada utilización en el sector público, tal vez por obstáculos en los canales de intermediación relacionados con el riesgo y los incentivos.

La inversión del sector privado (en activos tangibles e intangibles) también está por debajo de los niveles de crecimiento sostenible (aunque en algunos sectores tecnológicos de alto crecimiento vemos tendencias contrarias). Los factores intervinientes incluyen la escasez de demanda agregada, altos niveles de incertidumbre respecto de las políticas y agendas regulatorias, y dudas crecientes sobre importantes motores del crecimiento global como China. Además, en algunas economías repercuten negativamente la lentitud de la reforma impositiva y rigideces estructurales en los mercados de productos y factores inducidas por la política.

En relación con la inclusión, buena parte de un esclarecedor análisis reciente señala los cambios impulsados por la tecnología en la estructura económica y los mercados laborales, por el lado de la demanda, y la globalización, que dejó ineficiencias educativas y de capacidades en el lado de la oferta, que cambia más lentamente. La polarización del mercado laboral y el aumento de la desigualdad de ingresos, en parte resultado de estas fuerzas, tienen efectos adversos sobre la demanda final y, más importante, sobre los recursos que las personas y las familias tienen para invertir en su propio capital humano.

En síntesis, una estrategia razonablemente integral para estimular el crecimiento en el nivel nacional e internacional debería incluir medidas para liberar y aumentar la inversión pública y privada, lo que contribuiría a la demanda agregada.

También incluiría una variedad de reformas para fortalecer los incentivos a la inversión privada. Y una agenda de inclusión que apunte al desequilibrio estructural en los mercados de mano de obra y a la potencialmente destructiva desigualdad de ingresos. Pero hasta ahora, con pocas excepciones, no se han visto estrategias de crecimiento integrales como las descritas.

Si no solo se implementaran, sino que también se las sincronizara entre las principales economías, se reforzarían mutuamente por los efectos derrame positivos del comercio internacional (una clara tarea para el G-20).

A falta de tales estrategias, es previsible un largo período de crecimiento insuficiente e incierto (en el mejor de los casos), con riesgos derivados del aumento de endeudamiento en un contexto prolongado de deflación y bajos tipos de interés. Y lamentablemente puede imaginarse un resultado todavía peor: una pérdida mayor de la cohesión política y social de la que depende una respuesta política vigorosa. Si se llegara a ese punto, sería difícil salir del estancamiento.

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