miércoles, 8 de julio de 2015

Syriza frente a la Grexit


El referendo en Grecia ha trazado con mayor claridad las líneas del campo de batalla por Europa. Todos los contendientes dicen no querer una salida de Grecia del euro, pero cada día que pasa se acerca más el fatal desenlace de la Grexit.

El gobierno de Syriza se fortaleció con el referendo, pero no es claro que haya logrado suavizar la postura extrema que se anuncia desde Alemania. A la señora Merkel no se le escucha conciliadora y mantiene su leitmotif predilecto: solidaridad, pero con responsabilidad. Traducción: si se pliega el pueblo griego le echaremos una mano para que siga sometido. Es evidente que tanto el Banco Central Europeo (BCE) como el Eurogrupo y el FMI seguirán exigiendo reformas y austeridad a cambio de reconducir el paquete de rescate.

De todos los problemas que aquejan a la economía helénica el más urgente en este momento es el de la liquidez de los bancos. Si en los próximos días los bancos no reciben liquidez, la distribución de billetes, que hoy prosigue en modo de cuenta gotas, tendrá que detenerse.

El BCE ha jugado un doble papel en este proceso, a veces aumentando la tensión y en otras ocasiones, abriendo las válvulas de escape. En febrero rechazó los instrumentos de deuda del gobierno helénico como garantía en operaciones de política monetaria. Fue una advertencia porque Grecia pudo seguir usando el sistema de asistencia de liquidez de emergencia (ELA, por sus siglas en inglés).

Las operaciones del ELA pueden describirse como sigue: un banco central nacional en un país de la zona euro recibe pagarés de los bancos que necesitan liquidez y les acredita un saldo positivo en su cuenta (se trata de la emisión electrónica de euros). Los bancos están obligados a reponer esa liquidez para recomprar o rescatar sus pagarés. El ELA también puede incluir algo de impresión física de billetes cuando existe el riesgo de una corrida sobre uno o más bancos.

La realidad es que el sistema bancario griego está en bancarrota desde hace meses. Enfrenta una montaña de algo que piadosamente se denomina cartera vencida (más de 30 por ciento de todos los préstamos de los bancos griegos caen bajo esta categoría), pero en realidad se trata de cartera incobrable. Sin el ELA, el sistema bancario se colapsaría.

A través del ELA el Banco Central Griego (BCG) ha estado emitiendo euros, tanto de modo electrónico para el sistema de pagos interbancario como físicamente para alimentar la demanda de liquidez de la economía. En julio el BCE flexibilizó su postura, pero en los últimos días la endureció. Por el momento el BCE mantiene la asistencia de liquidez pero podría interrumpirla en cualquier momento, lo que se traduciría en la expulsión de Grecia de la esfera euro por la vía de los hechos.

En síntesis, las líneas del campo de batalla están trazadas, pero ambas partes han decidido no hacer uso de la opción nuclear, para usar una metáfora poco tranquilizante. Aunque el gobierno de Syriza ha declarado una y otra vez que no desea la salida del euro, no tendrá otra alternativa si el BCE decide llevar cerrar la puerta de la asistencia de liquidez.

Si el BCE recurre a esta medida extrema la transición a una moneda propia será la única salida y se llevaría a cabo bajo circunstancias muy difíciles. Aun en las mejores condiciones la transición de una moneda a otra lleva meses de planeación y adaptación. Las operaciones de impresión de billetes y acuñación de moneda bajo condiciones mínimas de seguridad consumirían mucho tiempo. La adaptación de cajeros automáticos y sistemas de reconocimiento óptico llevarían semanas.

Bajo estas condiciones de emergencia, con el sistema de pagos desplomado y la economía paralizada, el gobierno en Atenas tendría que retomar el control del banco central nacional para iniciar el proceso de emisión del nuevo circulante. En la fase más delicada de la transición y de manera temporal (digamos durante unas cuantas semanas) ¿podría el gobierno emitir euros para mitigar el impacto del traumatismo? En teoría sí podría hacerlo, pues las imprentas se encuentran en Atenas, pero su empleo tendría que hacerse bajo ciertas restricciones. En pagos domésticos su valor podría o no devaluarse, pero en el plano internacional su valor sufriría una devaluación más o menos importante. Los euros emitidos por el banco central griego seguirían utilizando la denominación asignada (el número de serie de todos los euros impresos en Atenas está precedido de la letra Y) y no serían utilizables en pagos internacionales a menos que ajustaran su valor a una nueva paridad. Una restricción adicional es que la página de Internet del BCE indica que las imprentas en Atenas sólo pueden emitir billetes de una denominación de 10 euros.

Aunque los demás socios de la eurozona podrían poner el grito en el cielo, el gobierno griego simplemente estaría salvaguardando la integridad del sistema de pagos mientras arranca la transición a una nueva moneda. En paralelo tendría que acelerar los preparativos para abandonar el euro y adoptar el nuevo drachma. Es sólo uno de los escenarios que quizás ya no es posible descartar hoy en Atenas frente al espectro de la Grexit.

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