Michael R. Krätke, Sin Permiso
Es verdad: no ha habido por ahora el Grexit que se había propuesto el ministro de finanzas Wolfgang Schäuble con el conocimiento de la Cancillera Angela Merkel y del Vicecanciller Sigmar Grabriel. Aplazar no es suspender, se piensa ahora no sólo en Berlín. Que Alexis Tsipras consiga pasar en unos pocos días por el Parlamento griego el paquete de medidas al que se le ha forzado, es cosa que está aún por ver. Muy difícilmente, sin reestructuración del gobierno. De modo que Schäuble aún podría terminar en parte teniendo lo que quería: un cambio de régimen.
Aunque no incondicionalmente, el gobierno griego ha capitulado porque le obligó a ello. Principalmente por parte del BCE, que violando todas las reglas de juego redujo el flujo de dinero en vez de mantenerlo como, en situación de apuro, era su deber. El BCE no tiene ninguna obligación de forzar un acuerdo en torno a la deuda pública griega, y no tiene la menor justificación el haberse aprovechado del papel decisivo que juega en el sistema bancario de la UE para jugar el papel decisivo en favor de los intereses de los acreedores de Grecia (también, pues, a favor de los propios intereses del BCE). Enfrentado al colapso de la economía nacional griega en plena temporada turística, Tsipras se vio obligado a ceder.
Queda por ver si, a falta de la activa colaboración del BCE, la Troika y el Eurogrupo bieran podido someter tan implacablemente a los griegos. Llevar a cabo el Grexit que tanto parece gustar a ciertos personajes de izquierda y derecha –desde Oskar Lafontaine hasta Hans-Werner Sinn—, lo mismo que la estatalización de los bancos, es alternativa que nadie puede tomarse en serio. Un Estado quebrado no puede tomar el control de entidades financieras quebradas. Y otrosí: una economía dependiente de las importaciones y apenas capaz de exportar, no puede ser saneada con maniobras devaluadotas (por no hablar de los sacrificios humanos de un desplome económico).
La única lucecita
Grecia recibirá ahora más créditos, una ayuda puente inmediata de entre tres y siete mil millones de euros para poder servir las obligaciones de pago corrientes con el FMI y el BCE. A lo que hay que añadir luego otro crédito de hasta 83 mil millones de euros con vencimiento a tres años procedente del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEE), para lo que evidentemente habrá que discutir antes si Atenas ha llevado a cabo toda una serie de reformas. Esas reformas se le prescribirán en detalle –incluido un cronograma— al ejecutivo y al legislativo en Atenas. Y esta es la broma maligna: Grecia debe volver a endeudarse, lo que a toda costa quería evitar desde el comienzo el gobierno de Syriza. No Alexis Tsipras, sino Wolfgang Schäuble sigue ahondando y extendiendo el endeudamiento de Grecia.Que esto se haga mediante un todavía más radical paquete de medidas que entrañan desde subidas de impuestos hasta ahorros de gasto y recortes de ingresos, pasando despidos y recortes en el servicio público, garantiza desde luego un ulterior desplome de la economía griega. El país se hallaba ya desde octubre de 2014 –mucho antes, pues, de la entrada en el gobierno de Syriza— en recesión. En el primer trimestre de 2015, las inversiones cayeron un 7,5%. Puesto que la cura contractiva va seguir gracias al paquete de Bruselas, los griegos habrán perdido a finales de 2015 un cuatro por ciento de su rendimiento económico, lo que significará ya un mal augurio para el año próximo. En resumidas cuentas: gracias a la política de austeridad en la que el gobierno alemán no quiere cejar, la economía griega se habrá contraído en seis años (con respecto a 2010) no en un cuarto, sino al menos en un tercio. No es, pues, de extrañar que la proporción de deuda [con respecto al PIB] siga subiendo y que no aparezca por lado alguno la capacidad para sostener la deuda. Los analistas del FMI, en cuya pericia supuestamente se basan Merkel y Schäuble, lo ven exactamente así también, razón por la cual abogan por una reestructuración de la deuda.
Hace meses que Tsipras abandonó el objetivo de una quita nominal de la deuda, lo que Merkel no puede anotarse como un triunfo. Él quería una reestructuración y un margen para las inversiones. Si ahora al menos consigue un crédito del MEE por el monto apalabrado para poder hacer frente a las deudas con el BCE y el FMI, eso podría reducir el peso de los intereses sobre el presupuesto público griego por un volumen de entre siete y diez mil millones de euros anuales (lo que no es moco de pavo para un país pauperizado).
De todas formas, el FMI seguirá a bordo, lo que trae por consecuencia que el gobierno griego deberá solicitar a comienzos de 2016, conforme al acuerdo ahora alcanzado, un nuevo crédito al FMI. La locura tiene método: los tiburones crediticios no sueltan a su presa; se prolongará indefinidamente la servidumbre por deuda.
Vuelve la Troika
Sólo si los griegos funcionan como se quiere, tomará el Eurogrupo en consideración una reestructuración de la deuda. En compromiso en serio suena muy de otra manera, y no habrá más que ampliación de plazos. Eso sería, entretanto, más fácil de lograr, puesto que el grueso, y por mucho, de los acreedores del Estado griego ya no son hoy los bancos privados, sino instituciones públicas. El muy socorrido “contribuyente alemán” –o finlandés, o letón, u holandés) ni se entera. A lo sumo perderá beneficios por intereses, beneficios que hasta ahora han ido siempre a parar al BCE y a los respectivos bancos centrales nacionales.Con 12,5 mil millones de euros en inversiones (no, sin embargo, aquí y ahora, sino en algún momento venidero) se les endulza a los griegos una de las píldoras más amargas. Con una nueva versión del Treuhand [la institución creada por el propio Schäuble en su día, encargada de privatizar los activos y recursos públicos de la antigua RDA; T.], que Schäuble, con mano firme como siempre, quería traspasar a una institución financiera subordinada a él, se dispondrá por fin de acceso a la liquidación del patrimonio estatal griego. 50 mil millones de euros debería poder manejar este Treuhand, aun cuando los expertos griegos en Bruselas han calculado que el patrimonio vendible del Estado griego tendrá un importe máximo de 17 mil millones de euros. Da igual; Merkel insistió en su suma, se anticipa pensando en los bancos griegos que, tras la debida capitalización pueden terminar siendo propiedad del Fondo y, así, sustraídos a los gobiernos griegos. Con todo y con eso, el nuevo Treuhand tendrá su sede en Atenas y será administrado por los propios griegos bajo supervisión de la Troika. Generosamente se les ha permitido destinar a inversiones a su buen criterio 12,5 mil millones de una cuenta de resultados extremadamente incierta.
Lo más duro para los griegos será tener que lidiar con el hecho de estar más que nunca bajo tutela en su propio país. Ha vuelto la Troika, como si nada hubiera pasado. Hasta las más aberrantes de las ideas del controlador obsesivo que es Schäuble –como los frenos automáticos del gasto— forman parte de los acuerdos. No se ha resuelto un solo problema, la carga de deuda sigue siendo insostenible y no dejará de crecer. Algunas de las reformas que Grecia necesita urgentemente y que sólo el gobierno de Syriza habría podido intentar seriamente, quedarán manga por hombro, es decir serán manoseadas del modo menos serio que imaginar quepa. Las consecuencias serán acordes a la chapuza. Grecia y toda la UE tendrán que cargar aún durante mucho tiempo con el desastre que organizaron en una noche Merkel y Schäuble.
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