Enric Llopis, Rebelión
¿De dónde procede la expresión “fraude inocente”? Fue introducida por el economista John Kenneth Galbraith (“La economía del fraude inocente”, en 2004) para referirse a determinadas premisas incorrectas en materia económica, que políticos, economistas de la ortodoxia y medios de comunicación raramente ponen en cuestión. Banquero, inversor, hombre de negocios y uno de los principales defensores de la Teoría Monetaria Moderna, Warren Mosler señaló en 2010 algunos de estos “errores letales” en el libro “Los siete fraudes inocentes capitales de la política económica”, publicado en 2014 por ATTAC.
En un tono sencillo, directo y asequible para el gran público, Mosler explica que el dinero moderno es un mero apunte contable en una hoja de cálculo, un recurso financiero que se crea de la nada y que los estados –siempre que dispongan de soberanía monetaria- pueden crear en el volumen que consideren. En consecuencia, según esta tesis, un gobierno nunca se quedará sin dinero y siempre tendrá capacidad para pagar sus deudas. Lo realmente decisivo son los recursos reales y la capacidad productiva (hoy en general muy infrautilizada).
Los siete fraudes constituyen “falsificaciones de dimensiones históricas que juegan un papel fundamental a favor de las clases dominantes”, subraya el economista Alejandro Nadal en el prólogo del libro. Una de las falsificaciones más importantes, añade Nadal, consiste en que las fuerzas competitivas en el mercado libre llevan al equilibrio de los precios. “Es parte del esfuerzo por destruir el pensamiento macroeconómico y reducirlo todo a la microeconomía”. Dicho de otro modo, se trata de situar en el frontispicio de la teoría económica la idea de Thatcher: “La sociedad no existe, sólo hay individuos”.
El enunciado de los siete “fraudes inocentes” se deriva de la experiencia profesional de Mosler en Wall Street y el mundo financiero. El primer “fraude” expresa que un gobierno necesite endeudarse o recaudar más impuestos para contar con capacidad de gasto. La economía ortodoxa dice que esto es así, como en cualquier familia. El autor niega esta tesis: “no hay un límite numérico a la cantidad de dinero que el gobierno puede gastar cada vez que quiera; el gobierno nunca será insolvente y jamás quebrará”. Sin embargo, reconoce que un gasto excesivo puede provocar un aumento de los precios. En este punto reside la importancia de la fiscalidad para Warren Mosler: regular la economía, equilibrarla y evitar tanto un sobrecalentamiento (elevada demanda e inflación), como una atonía en el sistema económico.
La segunda “falacia” consiste en afirmar que los déficits públicos representan una carga onerosa (en términos de endeudamiento) para las generaciones venideras. El autor de “Los siete fraudes” afirma, por el contrario, que el tamaño del déficit “no supone ningún problema para las finanzas”. En coherencia con su interpretación de la teoría monetaria, el gasto del gobierno no es más que un número en una cuenta de la Reserva Federal. Así pues, en el futuro, “nuestros hijos podrán ir a trabajar, producir y consumir los bienes y servicios que generen, sin importar cuántos bonos del tesoro están pendientes de pago”, destaca.
Economistas, políticos y medios de comunicación defienden que los déficits presupuestarios reducen los ahorros de la población. “Este tercer fraude capital está muy vivo en las más altas esferas”, afirma el autor del libro, quien sostiene precisamente lo contrario, que el déficit fiscal incrementa el ahorro. Así lo explica: cuando el estado gasta 100 billones de dólares procedentes de la venta de bonos del Tesoro, los ahorros de los receptores de ese gasto ven incrementar sus cuentas en la misma cantidad. Y al contrario, el superávit presupuestario no puede convivir, a juicio de Mosler, con un aumento del ahorro privado. ¿Cuál es entonces el sentido del déficit público? Garantizar la producción y el empleo cuando el poder adquisitivo no sea suficiente. “Lo que importa en la vida real es la producción y el empleo; el tamaño del déficit es una estadística de contabilidad”, insiste el autor.
“La seguridad social está en quiebra” (el expresidente Bush realizó cuatro veces esta afirmación en un solo día). El argumento de este cuarto “fraude” se ha escuchado en el estado español hasta el hartazgo: dentro de tres décadas las personas jubiladas superarán en mucho a la de trabajadores, lo que vaciará las arcas de la seguridad social. El pensamiento oficial concluye de este pronóstico que deben recortarse los gastos o aumentar los impuestos. Pero “si realmente quieren que los ancianos tengan más ingresos –contesta Mosler-, es una simple cuestión de incrementar las prestaciones”. La verdadera pregunta tendría que apuntar a los “problemas reales” y (de nuevo) a la economía productiva: comida, vivienda, ropa, electricidad, gasolina, servicios médicos que se les asignarán a las personas mayores.
“El desequilibrio del déficit comercial es insostenible, destruye puestos de trabajo y reduce la producción”. Es el quinto “error letal”. Afirma Warren Mosler que la producción e importaciones de un país es su verdadera riqueza. Más aun, defiende que el déficit comercial aumenta el nivel de vida real de la población. Ante afirmaciones como que Estados Unidos “está perdiendo puestos de trabajo a causa de China” o “Al igual que un marinero borracho, Estados Unidos está endeudándose en el extranjero para financiar sus hábitos de gasto”, el autor responde que es el capital extranjero el que depende del crédito interno a ciudadanos estadounidenses. Finalmente la compañía exportadora tiene un depósito en dólares en un banco, lo que también es ahorro. “¿Dónde está el capital extranjero? ¡No hay ninguno!”. Además, queda siempre la opción de apoyar la producción interna y el empleo mediante instrumentos de política fiscal.
El sexto “fraude” es de capital importancia porque conduce directamente a la actual crisis financiera. “Necesitamos ahorro para disponer de fondos para realizar inversiones”, expresa la falacia. Lo que realmente ocurre es una desviación de recursos de la economía real al sector financiero, con lo que la inversión real se desvincula del bien público. Pese a lo que afirma el discurso oficial, “del mismo modo que los préstamos crean depósitos en el sistema bancario, es la inversión la que genera ahorros”. El razonamiento es sencillo: si un ciudadano gasta menos de lo que ingresa –es decir, ahorra-, otro debe gastar lo que el primero no gastó, más sus propios ingresos; de lo contrario no se venderá la producción, se generarán stocks, caerán las ventas y el empleo.
El último “fraude inocente” considera negativo algo que, según Warren Mosler, tiene efectos benéficos para la economía. “Lo malo de los elevados déficit actuales es que significan mayores impuestos el día de mañana”. El sentido de los impuestos, reitera el autor en diferentes pasajes del libro, no es aumentar la recaudación sino rebajar el poder adquisitivo ante los riesgos inflacionarios. Tiene sentido esta medida, además, si la tasa de desempleo es muy baja. “Nos los subirán (los impuestos) en el momento en que los estantes se estén vaciando, debido a que nuestro exceso de poder adquisitivo está causando una inflación no deseada”, resume Mosler.
En el prefacio James K. Galbraith pondera la sencillez expositiva del autor y su “lucidez transparente”. Según Galbraith, “muchos economistas valoran la complejidad por sí misma; un vistazo a cualquier revista moderna de economía lo confirma; ¡Un argumento verdaderamente incomprensible puede conferir un gran prestigio!”. La segunda parte del libro (“La era de los descubrimientos”) consiste en un recorrido por la peripecia vital del autor, desde los orígenes en una familia pequeñoburguesa de Manchester, hasta su incursión en el campo financiero. El texto concluye con una tercera parte de 16 páginas (“interés público”), donde el autor defiende medidas como una suspensión de impuestos sobre las nóminas, un Servicio de empleo nacional, la cobertura sanitaria universal o medidas de alquiler social ante las ejecuciones hipotecarias.
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