Alejandro Nadal, La Jornada
El avance de los militantes del Estado Islámico de Irak y el Levante (Isil, por sus siglas en inglés), la toma de Mosul y Tikrit y la desbandada del ejército iraquí, con su espectáculo de uniformes y equipos tirados a la orilla del camino, muestran el fracaso de Washington en su afán de mantener un protectorado en Bagdad. Los republicanos y los demócratas se echan ya la culpa mutuamente.
La realidad es que desde que Washington decidió la invasión de 2003 se sabía que la desintegración de Irak era cuestión de tiempo. Estados Unidos gastó 20 mil millones de dólares en tratar de construir un ejército que se ha desintegrado frente al ISIL. No cabe duda, hoy el mapa en medio oriente está siendo redibujado.
En 1916 los embajadores de Inglaterra y Francia, sir Mark Sykes y François Georges-Picot, respectivamente, firmaron un acuerdo secreto que dividía en zonas de influencia y protectorados casi todo el medio oriente. La primera guerra mundial estaba en pleno pero se veía venir el desmembramiento del imperio otomano y esas dos potencias coloniales no querían desaprovechar la oportunidad. El acuerdo Sykes-Picot colocó a Siria y Líbano (y una franja que llegaría hasta la ciudad de Mosul y la frontera con lo que más tarde sería Irán) en la zona de influencia de Francia. Los ingleses se quedarían con un enorme territorio que abarca las fronteras actuales de Jordania e Irak.
El trazo de las fronteras ignoró los criterios culturales, demográficos y orográficos, lo que explica las perfectas líneas rectas que trazaron los señores Sykes y Picot. Irak quedó como una aglomeración de poca consistencia entre tres comunidades asentadas en distintas partes de su territorio, kurdos en el norte, sunitas en el centro y la mayoría chiíta en el centro y sur. Esa mezcla explosiva estuvo contenida por diversos gobiernos autoritarios, incluyendo el de Saddam Hussein. La invasión estadounidense de 2003 rompió el dominio de la minoría sunita y abrió oportunidades de venganza para la mayoría chiíta. El actual ‘presidente’ Nouri al-Maliki ha calentado los ánimos con su retórica anti-sunita.
El Isil nace en la guerra de Siria. Inicialmente tiene un vínculo fuerte con al-Qaeda pero desde 2013 rompió con esta organización y adquirió su propia identidad: su líder Abu Bakr al-Baghdadi pudo articular un amplio movimiento de alrededor de 10 mil militantes que comparten el objetivo de establecer un Estado islámico en Siria y partes de Irak. Las fronteras de esta nueva entidad política nada tendrían que ver con las nítidas rectas de los acuerdos Sykes-Picot.
En un alarde propagandístico, hace unos días, militantes del Isil destruyeron una parte de la frontera entre Siria e Irak. La brecha abierta con un tractor permitió el paso de una caravana de hummers abandonados por las fuerzas iraquíes en plena fuga. Los líderes del Isil saben hacer su propaganda: el simbolismo indicaría que su organización es capaz de romper con la herencia del colonialismo y redibujar el mapa en medio oriente.
Al día de hoy el Isil ocupa un 35 por ciento del territorio de Irak y controla una buena parte de sus campos y pozos petroleros. Sin embargo, muchos de esos pozos no están operando desde hace mucho y la mayor parte de la producción iraquí de crudo se encuentra en los campos del sur del país, fuera del alcance del Isil. Queda por verse si el ISIL puede o desea llegar a tomar Bagdad. Sus líneas de abastecimiento se alargarían peligrosamente. Además, es muy probable que el peso conjunto de unidades armadas iraníes y de la población chiíta sea demasiado para los militantes del Isil. Pero más allá de esta fase del conflicto, una cosa es cierta: gracias a las acciones del Isil y el colapso de la autoridad de al-Maliki, la frontera entre Siria e Irak nunca será lo que fue.
Para Estados Unidos el desplome de Irak no pudo venir en peor momento. A lo largo de todo el medio oriente los focos rojos se encienden. En Egipto sigue flotando en la atmósfera un tufo a golpe de estado. En Siria la guerra perdura, siempre con la amenaza de desbordar hacia Líbano. Israel mantiene su ocupación de los territorios palestinos y una postura belicosa. En Afganistán subsiste otro estado títere a punto de desmoronarse.
¿Cómo afectará todo esto a la economía mundial? Hasta ahora el impacto no ha sido muy importante. Pero todo puede cambiar si el conflicto produce un desajuste en la producción petrolera en Irak. En ese caso las correas de transmisión actuarían de manera directa y el golpe no ayudaría a las inversiones, crecimiento y reducción del desempleo. Es todavía muy temprano para saber con certeza lo que ocurrirá.
Lo más grave es la perspectiva de una guerra sectaria de gran magnitud. Frente a la ofensiva del ISIL se entiende el llamado de autoridades religiosas a la población chiíta para tomar armas y defenderse. Pero esto puede desembocar en una guerra civil y masacres mucho más grandes que las que siguieron a la invasión estadunidense. Ese es el verdadero legado tóxico de la invasión estadounidense de Irak en 2003.
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