Paul Seabright, Project Syndicate
Las principales universidades del mundo llevan medio siglo enseñando microeconomía a través del lente del modelo de equilibrio general competitivo de Arrow‑Debreu. Este modelo, que formaliza una idea central de La riqueza de las naciones de Adam Smith, encarna la belleza, la simplicidad y la falta de realismo de los dos teoremas fundamentales del equilibrio competitivo, en contraste con el desorden y la complejidad de los cambios que han ido introduciendo los economistas en un intento de reflejar mejor el funcionamiento real del mundo. Dicho de otro modo, mientras los investigadores intentan comprender situaciones reales, que son complejas, a los estudiantes se los pone a analizar supuestos alejados de la realidad.
Este enfoque educativo surge en gran medida de la idea (razonable) de que para los estudiantes es más útil tener un marco para pensar los problemas económicos que una mescolanza de modelos. Pero el problema es que a esta idea se le vino a sumar otra noción más perniciosa: la de que a medida que las desviaciones respecto del modelo de Arrow‑Debreu se vuelven más realistas (y por ende más complejas), también se tornan menos adecuadas para su presentación en el aula. Dicho de otro modo, el pensamiento microeconómico “real” hay que dejárselo a los expertos.
Es cierto que los modelos básicos (por ejemplo, las teorías del monopolio y el oligopolio, la teoría de los bienes públicos o la teoría simple de la información asimétrica) tienen valor educativo. Pero pocos investigadores realmente trabajan con ellas. Las teorías sobre las que se basa la investigación microeconómica (contratos incompletos, mercados bilaterales, análisis de riesgos, elección intertemporal, señalización de mercado, microestructura del mercado financiero, tributación óptima y diseño de mecanismos) son mucho más complejas y demandan una habilidad excepcional para evitar la inelegancia. Por ello, suelen estar excluidas de los manuales.
De hecho, hace al menos dos décadas que los manuales de microeconomía casi no tienen cambios. Esto lleva a que los estudiantes de grado tengan problemas para entender incluso los resúmenes (abstracts) de los artículos que pueblan las revistas especializadas y que abordan las complejas representaciones de la realidad microeconómica. Y en muchas áreas (como la del análisis antimonopolio, el diseño de subastas, la tributación, la política medioambiental y la regulación industrial y financiera) se ha llegado a considerar que las aplicaciones a políticas prácticas son dominio exclusivo de los especialistas.
Pero no tendría que ser así. Es cierto que los modelos microeconómicos realistas son más complejos que sus contrapartes de manual idealizadas, pero para entenderlos no es imprescindible contar con años de experiencia en investigación.
Un ejemplo que viene al caso es el del análisis económico de mercados bilaterales, que supone la competencia entre plataformas cuyo principal “producto” consiste en conectar dos categorías de usuarios que se ofrecen mutuamente beneficios de red. En los mercados bilaterales, muchos de los supuestos típicos del análisis antimonopolio dejan de ser válidos: la entrada al mercado puede perjudicar a los consumidores, los contratos de exclusividad pueden aumentar la cantidad de empresas en el mercado y la fijación de precios por debajo del costo no es necesariamente predatoria.
Una reseña publicada por David Evans y Richard Schmalensee describe numerosas situaciones en las que aplicar los supuestos tradicionales puede llevar a error (algo que, por ejemplo, podría sucederle a un funcionario regulador que sólo posea título de grado). La moraleja es clara y dice: “No hagan esto en casa”.
Pero todas las diferencias de comportamiento entre los mercados bilaterales y los mercados tradicionales se pueden comprender usando herramientas sencillas de microeconomía elemental, como la distinción entre productos sustitutos y complementarios. Mientras que la colusión entre productores de sustitutos suele elevar los precios, los proveedores de productos complementarios se ponen de acuerdo para bajarlos.
De modo que si dos plataformas que aparentemente ofrecen servicios similares son complementarias (por ejemplo, una de ellas conecta a los consumidores con un conjunto de usuarios que los ayuda a valorar más a otro conjunto de usuarios), la entrada al mercado puede ser perjudicial para los consumidores. De hecho, puede incluso ocurrir que dos plataformas sean complementarias respecto de un conjunto de usuarios y sustitutas para otro. Por ejemplo, las diferentes etapas de un torneo de fútbol televisado son complementarias para los espectadores y sustitutas para los anunciantes
Además, los acuerdos de exclusividad pueden aumentar la competencia, al permitir a dos plataformas ocupar nichos de mercado distintos, cuando en el otro caso una de ellas expulsaría a la otra. En síntesis, basta entender bien la diferencia entre productos complementarios y sustitutos y se podrá reproducir casi cualquier análisis de los modelos más elaborados (sin tener que afrontar el costo de contratar expertos).
La microeconomía de grado debería dar herramientas a los estudiantes, no hacer que se sientan excluidos. Si bien el modelo de Arrow-Debreu tiene su valor (en concreto, porque permite explicar el surgimiento de orden en una economía no planificada), para los estudiantes es muy desalentador descubrir que aquello que se considera adecuado a su nivel de comprensión es escasamente aplicable a situaciones de la vida real.
Una reorganización del plan de estudios de microeconomía permitiría transmitir un mensaje más alentador (y más exacto): que hasta las ideas complejas que elaboran los expertos pueden ser comprendidas y aplicadas por cualquier persona educada.
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