Paul Krugman, Sin Permiso
Nancy Folbre, una catedrática de Economía de la Universidad de Massachusetts, en Amherst, indicaba en un reciente comentario para The New York Times que la edad de oro del capital humano –más o menos, la época en la que la economía demandaba mucho la clase de conocimientos que enseñamos en las facultades y en las universidades de humanidades– ya ha quedado atrás.
Es muy posible que tenga razón: después de un largo periodo en el que parecía que tanto la tecnología como el comercio solo estaban perjudicando al trabajo manual, es verdad que da la impresión de que muchos trabajos cualificados se encuentran ahora amenazados por Big Data o por Bangalore, o por ambos.
Solo me gustaría añadir una especie de acotación, inspirada por una conversación que mantuve el otro día con un asesor del Congreso. ¿Ha existido alguna vez antes, me preguntaba, una época en la que la tecnología perjudicase a la mano de obra cualificada, en vez de hacerla más necesaria que nunca?
La respuesta es, por supuesto, que sí, una vez que caes en la cuenta de que hay muchas clases de aptitudes y de que el aprendizaje académico no siempre ha sido de la clase que importaba.
Da la casualidad de que me encuentro en mi despacho de Princeton mientras escribo esto, y merece la pena pararse a pensar en la razón por la cual fue fundada la Universidad de Princeton. No fue para ser una escuela preparatoria para banqueros de inversión, aunque la universidad se convirtió básicamente en eso, al menos durante un tiempo. Fue para formar sacerdotes. En el siglo XVIII, no había muchos trabajos en los que se valorase algo incluso remotamente parecido a la educación universitaria moderna y, sin duda alguna, muchos de ellos, si no todos, incluían la predicación.
Sin embargo, había trabajadores cualificados a los que se les pagaba mucho más que a sus colegas; lo único que pasaba era que esas aptitudes tendían a estar más relacionadas con la artesanía que con la difusión de las palabras y otros símbolos.
Y lo que es fundamental es que la tecnología acabó por restar importancia a muchas de esas aptitudes. Recuerden que los ludistas no eran unos trabajadores manuales no cualificados; eran unos tejedores cualificados que se vieron desplazados por las tecnologías como los telares mecánicos.
Después de eso, por cierto, las instituciones como Princeton se convirtieron en algo más parecido a unas escuelas de señoritas donde la élite adquiría educación y contactos (y sí, hoy en día ese aspecto sigue bastante relevante).
El papel de la enseñanza superior como creador de capital humano llegó bastante tarde. Y quizás, como escribía Folbre, este papel ya está desapareciendo.
¿Y saben qué? Escribí sobre esto allá por 1996, cuando The New York Times Magazine, en su 100º aniversario, pidió a varias personas que escribiesen artículos como si echasen la vista atrás en el año 2096.
Una parte de eso parece anticuado, pero no es demasiado malo, diría yo.
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