Adrian Sotelo Valencia, Rebelión
En la crisis capitalista de 2008-2009 su epicentro se localizó en Estados Unidos cuando se desplomaron los índices de las acciones de las principales compañías de ese país, con énfasis particular en la mayor quiebra bancaria de los últimos cinco lustros, que fue la del banco californiano Indymac (con 35 mil millones de dólares en activos), y ante las quiebras en cascada de otras compañías inmobiliarias donde el Estado norteamericano intervino mediante una auténtica política de corte keynesiana a través del Tesoro y la Reserva Federal para ayudar a consorcios privados inmobiliarios como Freddie Mac (Federal Home Loan Mortage Corporation), que tenía una deuda de 740 mil millones de dólares, y Fannie Mae (Federal National Mortage Association), con una deuda de 800 mil millones de dólares, en un rescate cuyo costo se calculó en 100 mil millones de dólares y que por supuesto tendrán que pagar los ciudadanos norteamericanos. Es importante señalar que estas firmas poseen la mitad de las garantías hipotecarias —unos 5 billones de dólares en deuda (alrededor de 32.5% del pib total de Estados Unidos—.
A diferencia de esa crisis, la actual tiene como epicentro a la Unión Europea —frente a una magra recuperación de Estados Unidos— que azota en particular a los países más afectados como son Grecia, España, Portugal e Italia pero que, no nos hagamos ilusiones, no deja intactos a los demás países que la constituyen, en particular, a los miembros de la Eurozona que enfrentan agudas contradicciones y desequilibrios en sus balanzas comercial y de pagos.
Durante la primera crisis, por ejemplo, con referencia a América Latina el más afectado fue México cuyo producto se desplomó en términos negativos —decreció -2.5% entre 2008-2009— justamente por ser un país fuertemente dependiente de la economía norteamericana, mientras que Brasil fue el que menos experimentó los efectos de la crisis —creció 2.3% en los mismos años— lo que se explica en parte dada su mayor vinculación al mercado mundial a través de una economía en expansión como China.
En 2010 la recuperación llega para la mayoría de los países latinoamericanos destacando, por ejemplo, el caso de Paraguay que arroja una tasa de crecimiento extraordinaria de 15%, mientras que Brasil crece 7.5% y México 5.4% (véase: CEPAL, Estudio Económico de América Latina y el Caribe, Santiago, Naciones Unidas , 2011, Cuatro A-3, p. 309. Sin embargo, en 2011 Brasil se desacelera a 2.7% y México lo hace 4.2% (CEPAL, " Informe macroeconómico de América Latina y el Caribe , Cuadro 1, p. 18, Junio de 2012. Disponible en internet: http://www.cepal.org/publicaciones/xml/5/46985/informe-macroeconomico.pdf "
En el entorno de las actuales dificultades de la economía capitalista mundial, y a deferencia de las anteriores etapas, figura la reciente desaceleración de la economía china, en orden de 7.6% anual, contra tasas de crecimiento de su PIB que, por ejemplo, en la década de los noventa fueron de 10% anual y cercanas a 9% durante la primera década del siglo XXI. Esto afecta a países que comenzaron a depender de la demanda china y, en menor medida, de sus exportaciones. Es lo que sucede con países como Brasil, Chile y Perú que en menos de diez años convirtieron a Chima en el primer destino de sus exportaciones. Se calcula que una desaceleración del orden de 1% de su PIB en la economía de este país repercute en un menor crecimiento de alrededor de 1.2% en los principales países de América del Sur (("China desacelera", El país , en: http://elpais.com/elpais/2012/07/15/opinion/1342380065_582347.html , 16 de julio de 2012). En el caso de México 1% mayor o menor del PIB significa un incremento o disminución de alrededor de 100,000 empleos.
Este dato es suficiente para estimar lo que ocurriría si continua el declive chino en el contorno de la crisis de sus principales socios comerciales de la Unión Europea y de Estados Unidos que, si bien éste último se ha mantenido relativamente a flote en los últimos años, también muestra situación de desaceleración que ya preocupa a las autoridades y a los trabajadores.
Aún más preocupante es el hecho de que se esté configurando un indeseable cuadro de recesión de la economía mundial que terminaría afectando, en diferentes grados y niveles, prácticamente a todos los países del orbe, sin que se entrevean probables salidas para superarla que no la intensifiquen, como está ocurriendo hoy en día con la aplicación de las políticas de austeridad y de ajuste fiscal en el capitalismo avanzado.
En otras palabras, el margen de maniobra del capital y el Estado es cada vez más limitado para imaginar y crear nuevos instrumentos contra-cíclicos que redunden en una efectiva corrección y superación de esos desequilibrios.
La tablita de salvación del capitalismo en crisis se desliza en la superficie de gigantescas marejadas de olas cada vez más turbulentas y caóticas que no conducen a ninguna parte o, a lo sumo, a un precipicio aún más profundo, revuelto y espinoso.
En términos estrictamente capitalistas la única forma de superar la crisis económica, es mediante un inusitado y sistemático aumento de la productividad del trabajo con cargo en la desvalorización de la fuerza de trabajo, vale decir, en un abaratamiento monetario de su reproducción para que mediante esta vía aumente efectivamente la masa de plusvalor, su cuota y, por ende, la tasa de ganancia de capital. Pero como éste es precisamente el mecanismo responsable de la crisis —la insuficiencia en la producción de plusvalía— el cual supone la incorporación de tecnología y de los avances de la ciencia y la técnica en el proceso productivo y de trabajo encaminado a ese fin, el capital obviamente con el concurso del Estado, tiene que echar mano de otros mecanismos que coadyuven directa o indirectamente a la producción de plusvalía.
Nos referimos principalmente a la intensidad del trabajo y a su prolongación encaminados a contrarrestar los problemas de la producción de plusvalor, es decir, los problemas derivados de la producción de plusvalía relativa, para afianzar una nueva modalidad en el capitalismo avanzado que coadyuve a restituir las condiciones generales de rentabilidad del capital y el aumento de la tasa de ganancia.
Esta modalidad consiste en la propensión del sistema a remunerar a la fuerza de trabajo por debajo de su valor configurando lo que Marini denomina superexplotación del trabajo . Al respecto su planteamiento es el siguiente: "…los tres mecanismos identificados —la intensificación del trabajo, la prolongación de la jornada de trabajo y la expropiación de parte del trabajo necesario al obrero para reponer su fuerza de trabajo— configuran un modo de producción fundado exclusivamente en la mayor explotación del trabajador, y no en el desarrollo de su capacidad productiva...Importa señalar además que, en los tres mecanismos considerados, la característica esencial está dada por el hecho de que se le niega al trabajador las condiciones necesarias para reponer el desgaste de su fuerza de trabajo: en los dos primeros casos, porque se le obliga a un dispendio de fuerza de trabajo superior al que debería proporcionar normalmente, provocándose así su agotamiento prematuro, en el último, porque se le retira incluso la posibilidad de consumir lo estrictamente indispensable para conservar su fuerza de trabajo en estado normal. En términos capitalistas, estos mecanismos (que además se pueden dar, y normalmente se dan, en forma combinada) significan que el trabajo se remunera por debajo de su valor, y corresponden, pues, a una superexplotación del trabajo" (Ruy Mauro Marini, Dialéctica de la dependencia , Editorial ERA, México, 1973, pp. 40-41).
Conviene hacer algunas precisiones al respecto.
Este tema sobre la superexplotación del trabajo en los países avanzados encierra muchas interrogantes y su discusión es reciente aunque limitada.
El planteamiento original de Marini consiste en suponer que la superexplotación es una categoría constitutiva del ciclo del capital de la economía dependiente y que es ella la que determina la fisonomía de sus formaciones económico-sociales históricamente configuradas. Sin embargo, también dio pie para esbozar el planteamiento consistente en que a partir de la década de los ochenta del siglo pasado —y dadas una serie de condiciones estructurales como la creciente tendencia a la homogeneización de los paquetes científico tecnológicos en la economía mundial— se estaría asentando una otra tendencia para extender el régimen de superexplotación en los procesos productivos y de trabajo de los países del capitalismo avanzado en la medida en que la fuerza de trabajo se estaría constituyendo en el factor por excelencia para la producción de ganancias extraordinarias.
En función de esta última tesis, nosotros hemos planteado que existe una diferencia sustancial, respecto a la vigencia de la superexplotación en el capitalismo dependiente, y que consiste en que en éste aquella se configura —y funciona— bajo la égida de procesos de producción y de trabajo fundados en el plusvalor absoluto, en la intensificación del trabajo y, por último, en la reducción del fondo de consumo obrero y, en menor medida, en el incremento de la productividad. Por el contrario, en el capitalismo avanzado, la superexplotación se circunscribe a los ciclos dominantes del capital —que funcionan en términos regionales e internacionales— y opera bajo la hegemonía del plusvalor relativo; al incesante aumento de la capacidad productiva del trabajo, a la aplicación de la ciencia y la tecnología a los procesos productivos y de trabajo y, por último, a las dinámicas internas de los mercados de consumo que reclaman cierto poder de compra de las clases trabajadoras que los dinamicen, aunque en muchas fracciones de ellas, se estén reduciendo sus niveles salariales configurando poblaciones trabajadoras de bajos salarios, pobres, precarias, polivalentes, con bajo poder de compra y acceso limitado para adquirir los satisfactores básicos para la vida (este tema lo profundizamos en nuestro libro de próxima aparición: Los rumbos del trabajo . Superexplotación y precariedad social en el Siglo XXI , México, Editorial Porrúa-FCPyS, 2012).
En los países de capitalismo avanzado esta nueva modalidad irremediablemente se tiene que construir sobre la base de la mayor explotación del trabajo, y ya no solamente sobre el mero incremento de su productividad bajo la forma clásica que implicaba la plusvalía relativa, porque es justamente esta última modalidad la que está en crisis y se expresa en insuficiencia en la producción de valor y de plusvalía que termina por afectar la tasa de acumulación y de beneficio del capital.
Esto explica las raquíticas —incluso negativas— tasas de crecimiento económico no solamente de las economías europeas, sino también de la economía mundial que castigan severamente la creación de nuevos empleos productivos estimulando, al mismo tiempo, el desempleo, la precariedad laboral y la reducción de los salarios directos e indirectos.
Las políticas de austeridad aplicadas en los países pertenecientes a la Unión Europea como Grecia, Irlanda, Italia, Portugal y España (peyorativamente señalados con el acrónimo inglés "pigs") no han resuelto el candente problema de la productividad y de la reanimación de las tasas de crecimiento económico. Más bien se han concentrado favorablemente a resolver los problemas del capital bancario y financiero como lo muestra la aprobación (el 25 de julio de 2012) de 100 mil millones de euros —unos 121 mil 490 millones de dólares— para recapitalizar a los bancos españoles a costa de un paquete mas agresivo de austeridad impuesto a la población.
Este es el modelo neoliberal que se está implementando en todos los países en dificultades, que no tienen otra alternativa más que la de resolver los intereses del capital financiero ( ficticio para decirlo con Marx) a costa de intensificar las contradicciones fundamentales del capitalismo y agravar y erosionar, como está ocurriendo, las condiciones generales de vida y de trabajo de la población.
Esta es la esencia de la crisis: se proyecta de esta forma en la superficie de la sociedad, pero responde a los profundos desequilibrios e insuficiencias en la producción de plusvalía para proporcionar tasas suficientes y adecuadas de ganancia que garanticen la acumulación y reproducción del capital.
Por eso, sin rumbo fijo, la economía mundial se resbala entre nubarrones e incertidumbres que hacen aún más azaroso el futuro para la mayoría de los trabajadores y la humanidad.
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